Hoy toca hablar de mi cita tinder con el gamer. Yo ahora me río, pero creo que os va a indignar tanto como a mí en su día.

Ya sabéis que, meses atrás, en mi afán de encontrar alguien con quien compartir mi camino, empecé a meterme en aplicaciones para encontrar pareja. Y a lo largo de esos meses, me he encontrado con personajes muy curiosos. En otros post os hablé de algunas citas desastrosas que tuve, y hoy vengo a hablaros de otra más, porque pareja aún no he encontrado, pero contenido para compartir con vosotras tengo bastante.

Mariano —ya sabéis, nombre para mantener su identidad oculta— apareció un día en la aplicación en la que estaba en ese momento. Vi su perfil, leí lo que ponía y… oye, parecía encajar bastante bien conmigo. Más o menos de mi edad, gustos similares en cuanto a ocio, series, música…, decía querer algo serio, tenía trabajo… Bien, hasta ahí todo bien. Así que acepté y comenzamos a hablar.

La verdad es que la cosa iba bastante bien. Se interesó por mí, por lo que hacía, me contó también de él, de su trabajo, que vivía solo, tenía una perrito… Vamos, conversaciones normales y corrientes. Eso ya le daba unos cuantos puntos porque, como sabéis, la norma es que te manden una foto de su pichilla cada vez que pueden. Yo me estaba frotando ya las patitas pensando que, quizá, esta vez habría dado con alguien interesante y que, al menos, podría empezar por tener una buena amistad. Nunca está de más tener algún gamer más a mi alrededor. Así que tras un par de semanas hablando con Mariano, decidimos quedar.

Hice mi ritual de siempre el día que quedamos: me puse mona, me maquillé, me eché perfume… Vamos, que iba yo hecha una monada, porque una es gorda, pero mona un rato. Así que estoy esperando, porque yo siempre llego pronto a todos lados —es algo que siempre me pasa, aunque calcule mal el tiempo y piense que voy a llegar tarde, llego pronto—, y al poco aparece Mariano a la hora acordada. Venía de haber tenido la cita con El monstruo del lago, así que cuando el chico apareció bien vestido y aseadito, me relajé un montón. Además, tenía unos ojos súper bonitos y unas pestañas densas y gruesas que ya las quisiera yo, de verdad.

Total, que nos damos dos besos, los dos algo cortadillos, y comenzamos a pasear. Parecía un poco tenso, pero lo achaqué a la cita, así que, para relajar un poco el ambiente, le pregunté que si quería que fuéramos a Game. Él me miró, con las cejas arqueadas.

—No tenemos que ir a sitios que me gusten a mí para quedar bien.

Yo me quedé un poco descolocada, porque es que en el perfil pongo que me encantan los videojuegos. Que es que encima soy de las que se pone con la luz apagada a jugar a Resident Evil, Outlast o The Last of Us porque los disfruto como una boba. Quizá no se acordaba, así que, con mi mejor sonrisa, le contesté.

—¡No, hombre! Si a mí me flipan los videojuegos. Y estoy buscando el nuevo de Good of War de segunda mano.

—¿Tú juegas videojuegos?

—¡Claro! —Yo toda emocionada porque parecía que le había sorprendido para bien—. Tengo a la play cansada de mí ya.

—Pero si eres una tía.

Me quedé medio congelada un segundo al escucharle. Parpadeé un par de veces y os juro que solo me salió decir:

—Sí, ¿y?

—Pues… una tía jugando videojuegos…

—Las tías también somos gamers. Estamos en pleno 2022, es habitual que juguemos videojuegos. Si hay muchas en ligas competitivas y todo.

—Pero eso es puro postureo. Ya sabes, es que ahora tenéis que estar en todo.

Solo le faltó decir «un gamer de verdad» y alguna machirulada. No sé qué cara debí de poner, la verdad, porque comenzó a andar metiéndose las manos en los bolsillos.

—Bueno, vamos. A ver si luego me vas a llamar machista o algo así.

Banderas rojas por todos lados. Yo estaba alucinando pepinillos, la verdad, pero decidí seguirle a ver si la cosa se calmaba, porque la tensión que había no podría cortarse ni con una sierra. Total, que entramos en Game, que estaba bastante atestado de gente, la verdad, y nos ponemos a mirar los juegos de segunda mano. Yo estaba buscando el juego en cuestión, a ver si daba con él, cuando encontré otro que también me interesaba. Así que como vi que Good of War no estaba, cogí este y busqué a Mariano, que estaba un poco alejado de mí, en la zona de los teclados, ratones y auriculares. Me acerqué a él, que estaba de espaldas, y cuando le iba a llamar oigo que dice:

—Es una tía de esas que van de que les molan los videojuegos y seguro que es malísima. Dice que es gamer y fijo que juega con el móvil. Encima está gorda, aunque es muy mona de cara.

Estaba mandando un audio a algún amigo, en la cita que estaba teniendo conmigo y encima insultándome. Y ojo, que yo en todos los perfiles lo pongo, que soy una chica gorda, que tengo hasta una foto de cuerpo entero. Pero parece que solo vio la primera y no leyó nada. Así que, sin decir nada, me acerqué al mostrador, pagué el juego, y me volví a acercar a él. Esa vez le di con el propio juego en el hombro, y cuando se giró, con una sonrisa le dije:

—Esta gorda postureta se va a hacer como que es gamer en su casa. Ahí te quedas.

Se puso blanco. No se había dado cuenta de que le había escuchado, claro, pero es que hay que ser idiota. Intentó justificarse entonces:

—No… a ver, que no hablaba de ti. Cómo sois las feminazis.

Solté una carcajada y le dije:

—Sí, cómo somos, ¿eh? Anda y que te aguanten tus amigos.

Y tal cual, me di la vuelta, salí de Game con mi juego nuevo y boqueé a Mariano de todos lados. Me había tocado un gamer machista y gordófobo. Una joya que, desde luego, no pensaba quedarme.