Una cita de tinder terrorífica

 

Hace algunos años me instalé Tinder porque lo acababa de dejar con mi novio de hacía cuatro años y quería distraerme y olvidarme de la mala experiencia.

Yo toda emocionada me instalé Tinder y tengo que reconocer que no era muy selectiva por aquel entonces. Solo buscaba conocer a gente, y como no estaba emocionalmente disponible, no buscaba nada serio. Solo picotear, andar sin rumbo por aquí y por allá. Ya me veis a mí dando match a diestro y siniestro. No invertía mucho tiempo en conocer a los chicos, simplemente me dejaba guiar por mi obnubilación mental y por mi aburrimiento. Quedé con bastante gente en esa época, y claro, después de la ruptura y de todas mis heridas emocionales, no esperéis que os cuente nada bueno. Porque al final, como yo estaba emocionalmente no disponible, acababa encontrando también a gente emocionalmente no disponible, que estaba tan desconectada de sí misma que no podía conectar conmigo. 

En mis andanzas de Tinder me encontraba cuando vi a un chico que no destacaba por su belleza, pero que parecía muy interesante e inteligente. Vamos, lo que se diría atractivo. Y yo siempre he sido de esas que prefiere a un hombre atractivo que a un hombre guapo. Estuvimos hablando de tanto en tanto y un fin de semana me dijo que iba a salir. Yo, casualmente, también salía, así que quedamos para vernos. 

Cuando me escribió, me encontraba dándolo todo con unos amigos en una discoteca donde ponían reggaetón a tope de power. Me dijo que estaba afuera y fui a saludarle. Vino con un amigo suyo y les propuse que entraran a la disco a bailar con nosotros. Se pidieron unas copichuelas y empezamos a bailar el buen reggaetón. El chico de Tinder, al que llamaremos Sebastián, por no revelar su verdadero nombre, empezó a hablarme de sus viajes. Había viajado mucho y a destinos muy lejanos, lo que me pareció interesante. Me empezó a pasar la mano por la espalda, y pensé “este será un poco pulpo”. Pero bueno, le quité la mano y la cosa no pasó de ahí. 

Como la primera toma de contacto había ido bien, quedamos en otra ocasión para tomar unas tapas. Empezamos a hablar de todo un poco y me contó que él era de un partido político que destacaba por sus ideas progresistas y feministas. Sin embargo, cuando hablaba, tenía una manera de decir las cosas muy intrusiva y diría que hablaba con un tono de superioridad como si su verdad fuera absoluta. Era de los que debatía en vez de hablar. En fin, a mi me gustaban los debates, pero está claro que no me sentía del todo cómoda cuando se cuestionaba lo que decía y parecía eso una conferencia o un seminario en vez de una cena agradable.

La noche pasó sin más y lo que me atrajo de él era su intelecto, aunque su parte emocional parecía bastante nula. Decidí darle otra oportunidad porque me invitó a su casa a cenar. Él cocinaría. Decía que le encantaba cocinar y amenizar las cenas con una buena copita de vino. 

El día llegó y cuando entré en su casa me reafirmé en la idea de que era el típico cultureta un poco sabihondo. La cena fue genial, nos contamos cosas de la vida y estuve a gusto. Me quedé flipando en colores porque tenía cuadros estilo Botero colgados por toda su casa: mujeres desnudas, mujeres voluptuosas, mujeres, ¡mujeres por todos lados! Sería un admirador del cuerpo femenino, pensé. Fuimos a su habitación y nos empezamos a liar. Ya de primeras me pareció súper frío, porque decía que no le gustaba que le acariciaran ni le hicieran mimos. Tampoco le pregunté el por qué, simplemente intenté entender que no quería y aceptarlo. Entonces, nos empezamos a desnudar y cuando estábamos en la cama empezó a tirarme del pelo. Le dije que parara, que me hacía daño.  

A medida que avanzaba el acto sexual, me puso una mano en el cuello y empezó a hacer como que me ahogaba. Parecía que eso era lo normal, ¡de toda la vida, vamos! No quiere caricias, pero va ahogando a la peña sin preguntar.

 

Me fui a casa pitando de la mala energía que tenía y de lo mal que me sentía y no volví a quedar con él. Tenía un lado oscuro que me dejó helada. 

Esa experiencia me enseñó que tenía que conocer más a las personas, que el típico polvo de aquí te pillo aquí te mato podía también suponer agresiones y abusos. Y que las personas, sean del partido político que sean, o comulguen con las ideas que comulguen, al final eso solo son palabras: lo importante son los hechos. No porque un tío diga que es feminista o sea de un partido de ideas feministas, lo tiene que ser en realidad. También esa experiencia me enseñó que lo importante no es lo inteligente o el status social que tenga alguien, sino cómo te trata cuando está contigo. Eso es lo importante. Y que, a decir verdad, cuando estás emocionalmente no disponible, te encuentras a gente igual, y buscas eso. Por eso es súper conveniente sanar las heridas antes de hacer daño a alguien o no saber lo que buscas y estar con el primero que pilles.

Y por último, también pensé: el porno hace un flaco favor enseñando este modelo de sexo tan tóxico. Nos están bombardeando con imágenes sexuales violentas, y al final, eso no es amor. El amor es tener en cuenta a la otra persona. 

Xisca