Cuando era pequeña en mi casa solamente teníamos una película en vídeo, Jurassic Park, así que cada vez que me aburría y no daban nada interesante en la tele, me la ponía y la disfrutaba como si no la hubiera visto nunca. Bueno, eso es mentira, realmente me sabía (y sé) los diálogos de memoria, cada rugido de T-Rex y cada sonido de peligro. Esa película se convirtió para mi en la imagen de mi infancia, de ternura, de la inocencia que en la vida adulta te hacen perder a base de golpes. 

Hace unos años empecé a tontear con un amigo de mi adolescencia. Siempre mantuvimos contacto y ahora parecía que nuestros caminos se volvían a encontrar con bastantes más cosas en común que cuando solo nos veíamos en reuniones en grupo para hacer botellón y poco más. Al poco tiempo de que retomásemos esa amistad olvidada en el tiempo, fuimos al cine a ver la primera película de la nueva saga, Jurassic World. Ese día estaba como una niña pequeña, disfrutando todos los guiños y referencias a la primera película. Él me miraba y sonreía de verme tan emocionada. Cuando los protagonistas van a las ruinas de donde estaba el parque original se ven las instalaciones de la primera película, abandonadas pero exactamente iguales, con sus tiendas de merchandising llenas de camisetas, fiambreras, muñecos…Yo siempre había querido tener una de esas fiambreras de metal con asa. Me parecían poco útiles, pero me llamaba mucho la atención, siempre salían en las pelis y series yankis y al ver todas aquellas abandonadas entre el lodo con la imagen del esqueleto de dinosaurio me parecía una lástima, con lo bonita que podría estar una en mi estantería.  Al salir del cine no podía parar de hablar, de contarle cómo la protagonista se ataba la camisa para demostrar que estaba preparada para la aventura y era, en realidad, un homenaje a Ellie Sattler, la protagonista de la película original. 

Días después me mandó el enlace a un artículo donde desvelaban los guiños que fans y expertos habían encontrado en la nueva película y me escribió: “Aquí no hay ni la mitad de lo que tu me has contado, eres sin duda la más experta en la materia. Expertos en cine que han visto ambas varias veces no han sabido ver todo lo que has visto tú de un solo vistazo, a pesar de que tenías los ojos llenos de chiribitas que no sé ni cómo podías ver con tanta emoción”. Me pareció un detalle bonito que se acordase de mí y que, aun dándose cuenta de lo infantil de mi reacción no solo no se mofase, sino que le despertase curiosidad y hasta un poco de fascinación. 

Con el paso de las semanas empezamos a vernos cada vez más, a hablar por teléfono hasta la madrugada contándonos cada detalle de nuestras vidas, disfrutando de todo el tiempo que teníamos libre para estar juntos… Hasta que un día, antes de irse a su casa me miró muy serio (poco habitual en él) y me besó. Fue algo tan natural que no me podía creer que no llevásemos toda la vida haciéndolo. Me abrazó fuerte y sentí cómo todo el cariño que siempre le había tenido se iba convirtiendo en amor, como cuando dejas caer una gota de pintura en un vaso de agua y sin darte cuenta todo se vuelve del mismo color. Ese día no se fue, se quedó a dormir y pasamos dos días de ensueño juntos. 

Tenía muchas dudas, no sabía si sería real, si sería posible después de tanto tiempo de amistad una relación tan íntima. Tenía miedo a perderlo como amigo si algo iba mal. Pero entonces apareció en mi casa una mañana sin previo aviso, me dijo que no podía esperar, que había encontrado algo y necesitaba verme.

Entró corriendo en la sala y se sentó en el sofá haciéndome señas para que me sentase a su lado cuanto antes. Me agarró la cara con ambas manos y me besó en un gesto fugaz de cariño y sacó de una bolsa reutilizable un paquete muy mal envuelto, lo puso sobre mis piernas y se quedó mirándome con mucha ilusión.

Cuando lo abrí no me lo podía creer, tenía entre mis manos una fiambrera metálica verde, con su asa oscura y su logotipo enorme de Jurassic Park. Yo no podía creer que se acordase de esa tontería, que realmente estuviese atento, que sintiese la misma ilusión por conseguírmela que yo por tenerla. Lo miré y vi amor en sus ojos, era de verdad, era él. Ese día le pedí que se quedase a dormir y días más tarde empezó a traer sus cosas a mi casa.

Nunca más volvimos a dormir separados, llevamos cinco años juntos, nos hemos casado y esperamos un bebé que nacerá en verano, y todo empezó con una fiambrera que no vale absolutamente para nada pero, efectivamente, queda de lujo en mi estantería.

 

Relato escrito por Luna Purple basado en una historia real