Que sí, que sí, que “not all men”. Pero me he arriesgado a generalizar hasta la injusticia en el titular viendo lo que veo. El proceso al que me refiero es el acomodo progresivo. Y, para ilustrarlo, cuento un caso significativo.
El marido de mi amiga lo pasó fatal durante su parto. Se complicó y la tuvieron que meter en quirófano, así que él solo pudo escuchar desde fuera los gritos de dolor. Ni siquiera le pudieron poner epidural.
La congoja todavía le duraba cuando fuimos a conocer a la niña, varias semanas después. Se lamentaba de lo poco que pueden hacer los hombres en un momento como ese, pero, además, de lo difícil que es penetrar en la burbuja que crean madre e hija desde los primeros días. Buena parte de las atenciones se centran en alimentación, el pecho, asunto en el que él está descartado. Para todo lo demás, es ella quien pone y dispone: baños, ropita, intentar dormirla, intentar tranquilizarla y un largo etcétera.
Él se sorprendía de la aparente solvencia de ella, tan primeriza como él. “¡Es que parece que llevas haciendo esto toda la vida!”, decía, exasperado por ir siempre a reatas. Intentaba compensarlo haciéndose presente y con mucha voluntad. Ni quería perderse momentos de la niña ni le parecía justo que su mujer tuviera que asumir más tareas de crianza de las que le corresponden por biología y proporcionalidad.
Pero luego pasó lo de siempre.
El efecto “padrazo” se diluye
El marido de mi amiga se hizo presente hasta que se borró. Consideró que ya había disfrutado de suficientes días de baja paternal y volvió al trabajo antes de lo que le correspondía, por no soliviantar los ánimos de sus jefes.
Si la relajación progresiva en las tareas de crianza se va haciendo evidente según avanzan los días, más aún cuando él se va a trabajar y ella se queda. Algo se activa en su mente y lo fuerza a asumir que ella está más preparada para las tareas familiares y del hogar. Y aquel padre voluntarioso empieza a protagonizar escenas de mucho contraste. Como el marido de mi amiga, que presumió de haber aprendido antes que ella a poner el pañal y terminó preguntándole si había tenido que calentar el agua en cazos un día que ella se recreó en su rutina de baño. Antes ya ella le había dado el biberón y la había puesto a dormir, pero se despertó mientras mamá estaba en la ducha y el padre se desesperó.
Así es el efecto “padrazo”: llegan henchidos del amor a su criatura y pensando que harán todo lo que haga falta por sacarlo adelante, hasta que comprueban que otra persona les lleva ventaja. Entonces agarran el asa por el lado de la bolsa que menos pesa, y así continúan su camino sin tener que hacer enormes renuncias.
El acomodo del género
Salvo honrosas excepciones, observo una tendencia común en todos los hombres. Simplemente, se acostumbran a que sean las mujeres las que van por delante, en todo y para todo. Son conscientes del desgaste que eso genera, porque, cuando hablas con ellos en serio, se ponen las pilas. Pero, en cuestión de días o semanas, vuelven a su estado “natural”.
Tuve varias discusiones con el marido de amiga, previas a su embarazo y su parto. Él es tendente a invalidar las reivindicaciones de las mujeres. Alguna vez me ha preguntado qué privilegios creo yo que tiene él, que solo es un trabajador pagando hipoteca e intentando sacar a su familia adelante. No hace falta que te conteste yo, Agustín, la vida ya te está gritando todos los privilegios que tienes, aunque tú, como otros tantos, preferís haceros los sordos. Porque asumirlos conlleva el riesgo de tener que renunciar a ellos, y a eso no estáis dispuestos.
Privilegio es que tú te puedas decidir volver a trabajar sin terminar la baja paternal mientras ella se queda en casa, se reduce la jornada y renuncia a cualquier avance profesional.
Privilegio es volver todos los días a tu casa y comprobar, satisfecho, que tu hija crece sana y al calor de un vínculo afectivo primario que no es el tuyo.
Privilegio es que no sepas qué vacuna se ha puesto ni cuál es la siguiente.
Privilegio es no tener que controlar su “stock” de ropita, qué tiene que llevar a la “guarde” al día siguiente o qué ha comido.
Privilegio es, en definitiva, vivir con una carga mental significativamente menor.
La relajación progresiva de la paternidad es un privilegio de los hombres al que no renuncia ninguno de los que tengo en mi entorno, aunque a lo mejor vosotras tenéis más suerte. Da igual si son tradicionales o modernos, machistas o aliados. Todos acaban cediendo por completo la iniciativa, vuelven poco a poco a sus ocupaciones y viven felices pensando que, en realidad, no han tenido que hacer tantas renuncias.
Anónimo