Ya no estás en mi vida y, aunque te echo de menos y te he querido infinitamente, ahora me siento bien. La persona que conociste ya no está más. Te extraño para contarte las cosas buenas que me pasan, mis pequeños logros. Pero lo que realmente echo de menos es la sensación de pensar que te enorgulleces de mí con cada pequeño avance, la idea de que, aunque sea un poquito, soy suficiente y merecedora de tu amor y admiración.
Quería que me idealizaras, ser buena y que todos mis logros fueran suficientes para cubrir los desperfectos. Sin embargo, pienso en lo bien que me siento cada vez que me pongo una prenda que sé que no te gustaría, y me la pongo igual porque a mí sí que me gusta. Cada vez que como y no me importa si engorda o no porque sé que tú no estás para juzgarme, para decirme que yo no puedo comer eso («por mi salud»). Cada vez que me miro al espejo y siento que me quiero y me acepto, que tu sombra ya no está detrás para fijar la mirada en las partes menos armoniosas de mi cuerpo.
Tampoco estás para decirme que, ahora que he adelgazado, estoy muy guapa (si supieras lo que dolía esto). Tal vez tus palabras no fuesen acorde a lo que tú sentías, tal vez sí que me quisieras, pero no en tiempo y forma a lo que necesitaba. Tal vez es que no supiste darte a entender. Pero me hiciste daño, me partiste en mil pedazos y me soltaste al mundo rota. Y luego fui yo quien me tuve que reconstruir, mendigar el amor en cualquier corazón que no fuese el mío, buscar calor en cualquier parte. El problema de no tener amor propio y sentir que no mereces ni el amor de otros, es que te aferras a cualquier cosa que se le parezca. Y acabé en manos de personas también rotas, que me rompieron aún más, que me hirieron. Y me fui acostumbrando a mal querer y ser mal querida. Tú me diste mucho, pero me quitaste mucho más.
Anulaste mi voluntad, anulaste mi criterio y dependía emocionalmente de ti. Pero el polvo no se puede atar a una cadena. Siendo polvo me fui alejando poco a poco de ti, no sé si fue el viento quien me arrastró, si fui yo quien fui barriendo poco a poco hacia otro lado, pero acabamos lejos, muy lejos (y no me refiero solo a la distancia física). En otros lugares encontré agua para regar mis desiertos, y poco a poco fui floreciendo. Me pude reconstruir e incluso pude cambiar partes de mi que no me gustaban. Crecí como persona, aprendí a querer y dejarme querer bien. Descubrí cómo quería que me amasen y, desde luego, no era ni parecido a lo que conocí contigo.
Fuiste mi primer amor, me llevaste dentro de ti y, aunque dicen que a un hijo se le quiere como a nada en este mundo, tú a mi me destruiste. Cuántas veces deseé no estar viva, que tú no fueses mi madre. Pero no, hoy no lo deseo, simplemente acepto que tú me diste la vida, y te estoy agradecida por ello. Porque gracias a ti ahora soy una persona libre, independiente, que sabe buscar y encontrar la felicidad en sí misma, sin depender de nadie. Que se cree suficiente y perfecta. Porque te digo que mi niña herida y mi yo adulta te hemos perdonado. Te dejamos ir, y nosotras nos vamos también, a vivir. Espero que encuentres la felicidad y el amor que te hacen falta, tal vez el que no tuviste nunca y, por eso no supiste quererme. No te guardo rencor, te lo juro. Pero tampoco te quiero en mi vida. Porque, la verdad, desde que tú no estás para juzgarme, yo me siento feliz.