Al amor de mi vida.
Hola Isaac, sé que es imposible que leas esto, pero necesito despedirme de ti.
Te fuiste de una forma repentina, en la que no pudimos despedirnos ni tuve la oportunidad de acariciarte por última vez, ni de decirte lo mucho que te quería.
Me sentí abandonada cuándo te fuiste, pero con el tiempo entendí que tú tampoco lo elegiste. Te fuiste porque te tenías que ir.
Me quedaron mil cosas por hacer contigo, no dejo de pensar en el tiempo que me robó el destino de estar contigo.
Aún te siento. Después de tantos años, sigo con la esperanza de llegar a casa y verte recibiéndome. Aún te echo de menos cuando me pongo mala y no estás tú todo el día conmigo. Aún echo de menos sentirme triste y, aunque yo no te haya dicho nada, que lo sepas.
Sin duda eras mi luz cuando mi vida estaba tan oscura. Y te juro, que poco a poco, he encontrado otras luces. Mi pareja, mi familia y mis amigos han hecho que no viva en esa eterna oscuridad.
Ojalá estés bien y sepas siempre que en mi corazón tienes un lugar especial y que NADIE ocupará tu lugar jamás.
Te quiero, te quise y te querré.
Adiós Isaac, cuídate.
Tras esta despedida que necesitaba escribir, quiero que sepáis que Isaac era mi gato, con el que tenía un vínculo especial que no he vuelto a sentir.
Si habéis sentido que me dirigía a una persona y os habéis removido leyendo el texto, me gustaría aclarar que esas cosas se pueden sentir también por una mascota, y que desde que Isaac se marchó me he sentido muy dolida con algunas personas al no entender mi dolor. Cuándo me decían “No exageres, solo era una mascota”. No, no solo era una mascota. Para mi era una parte de mi familia, un fiel amigo y un pilar de mi vida.