Es la primera vez que escribo, pero necesitaba contarlo al mundo.
Conozco a este chico desde que tenía ocho años. Y el primer día me pidió salir. Le dije que no, obviamente, tenia ocho años y muchas ganas de jugar a las Barbies. A los doce me dió mi primer beso y a los dieciséis me lié con él por primera vez. Vamos que llevamos toda la vida medio liados, pero él nunca le ha contado nada a nadie
. Ha sido mi mejor amigo, con él tenía más confianza que con nadie. Hasta aquel odioso día. Era 28 de diciembre y quedé con él como algo habitual. Pensé incluso que me acabaría gastando alguna broma (ya que era el día de los inocentes) pero después vi que no. Quedamos en su casa, algo ya común, concretamente en una especie de sala de ocio en la que tenía un billar. Nunca jugábamos a nada, simplemente nos sentábamos sobre él a hablar. Aquel día la conversación comenzó con «Dios, hace justo un año que no nos liamos» frase que me hizo gracia porque tenia razón; la última vez había sido un año antes.
Seguimos hablando del tema, de líos y salió el tema de que sí, yo seguía siendo virgen. Me propuso hacerlo así, muy directamente. A mí me dio vergüenza (creo que es algo normal) y le contesté: «Tío, estas cosas tienen que surgir». Dejamos el tema. Media hora después me llamaron. Se suponía que había quedado con una amiga, pero me pidió cambiarlo al día siguiente. No me molestó ya que así podría quedarme un rato más con él. Pero, de repente, estando sentada en el borde de la gran mesa de billar, se acercó a mí, me quitó el móvil y me dijo: «pues hagamos que surja».
Empezamos a besarnos (he de decir que es la persona que mejor besa del mundo) y me quitó la camiseta y el sujetador sin ninguna dificultad. El caso es que no me incomodó pese a que fuese la primera vez que hacia eso tal vez porque confiaba en él, no lo sé. Nos tumbamos sobre la mesa e hicimos muchas cosas, pero de repente susurró: «dos cosas: una, no le cuentes a nadie esto, ni a M (mi mejor amiga). Y dos, ¿voy a por un condón?» Mi reacción fue rápida, me levanté y me quedé mirándolo atónita.»¿Porqué no se lo puedo contar a nadie? ¿ni a mi mejor amiga?» A lo que contestó: «C, es que no sé, no quiero decirlo» En ese momento lo entendí, pero insistí: «Pero M no va a decir nada». «Pero es que no quiero que piense eso de mí» respondió. No lo podía entender por lo que indagué mirándolo con la ceja levantada. «No me hace gracia que sepan mis amigos que estoy contigo». «¿Por?» Pregunté casi arrepintiéndome. «Porque todas sus novias parecen modelos y…» lo interrumpí. Se me había olvidado nombrar que llevo una 44. En ese momento me vestí y me fui con la intención de no volver a verlo.
Pero cómo es la vida de cruel, que pasado un mes, lo volví a ver. En el autobús. Se sentó a mi lado y me susurró un «lo siento» que me empapó el corazón de compasión. Y sí, lo perdoné. Pasaron semanas, en las que no pasó nada.
Nos veíamos como siempre, en el autobús, hasta que llegó un miércoles de febrero, víspera de una de las mayores fiestas que se organizan en mi ciudad. Nos vimos, como siempre, pero esta vez la conversación no fue sobre amigos, vecinos (vivimos en la misma manzana), futuro etc. Vino directamente y me invitó a ir a la fiesta juntos al día siguiente. Acepté, él sin saber que yo había quedado después con mis amigas.
Llegó el día, quedamos y estuvimos un rato juntos, súper bien. Hasta que aparecieron mis amigas (a las que les conté todo lo del billar) y lo saludaron. En ese momento él cambió. Sus comentarios empezaron a ser de flirteo con mis amigas y dejándome en ridículo a mí. Hasta el punto en el que le pidió a una de ellas que se fueran a su casa. Ella le preguntó por mí, para cambiarle de tema y recordarle que se suponía que estaba conmigo. Él le contestó que no estábamos juntos y ella le preguntó que entonces porqué pasó eso aquella tarde en el billar. Yo estaba escuchando la conversación con curiosidad (sí, cotilleaba). Y contestó a esa pregunta exactamente con estas palabras: «Lo hice por hacerle un favor. Veía a C muy necesitada. ¿De verdad crees que estaría con ella?». Mi amiga, muy consciente de que lo estaba escuchando, me miró asustada mientras yo, con lágrimas en los ojos le solté «Qué hijo de la gran p**a». Acompañé mi intervención con una bofetada y me fui a mi casa con miedo de encontrarlo, verlo alguna vez en mi vida y volver a sentir algo por él.
*Continuará*