Otra noche sin dormir y ya no puedo más. Miro el techo de mi habitación que de pronto me parece más pequeña que nunca.
Le miro a él, ¡joder como ronca!, Yo juraría que antes no roncaba así. A veces me asusta porque pienso que en una de esas abruptas inhalaciones no va a ser capaz de recuperar el ritmo respiratorio y va a morir a mi lado con ese horrible pijama de cuadros.
Tal vez debería despertarle, aprovechar que las niñas duermen. Últimamente el gasto más absurdo que hago es en anticonceptivos, pero… no me apetece, no me apetece esforzarme, sentir su peso encima mío, su aliento aun sin refrescar. No, no me apetece.
Ya son las 8:00. Necesito hablar con alguien, hablar de lo que me está ocurriendo,¿pero con quien?. Pienso en Lourdes, creo que podrá entenderme.
A las 9 la llamo, ya estará en la oficina y la primera hora es la mejor opción, luego resulta casi imposible dar con ella.
Elenita y Amaya ya se han levantado, las oigo pelear por quién entrará primero al baño, por ver quién se pondrá qué ropa para ir a clase o por cualquier otra gilipollez de adolescentes. No las soporto cuando se ponen gritonas, y ese vocabulario, de donde coño lo habrán sacado.
Quien fuera ellas, esos cuerpos sin estrías, esos cerebros vacíos, esa vida sin obligaciones y ese futuro por hacer, por hacer.
Anoche llegaron tarde y bastante contentas. Las cazadoras vaqueras que dejaron tiradas en la entrada apestan a tabaco. No sé cómo frenarlas. Hace solo unos meses eran mis pequeñas y ahora son dos brujas histéricas a las que parece hacerles feliz verme perder el control.
Recuerdo cuando llegaron, tan chiquititas, tan dulces, tan llenas de vida, tan inoportunas. Pero destinas a hacerme una mujer feliz.
Marcos me grita desde el dormitorio. -Elena, ¿dónde están mis zapatos marrones?.
– Mira en la nevera cariño, tal vez allí los encuentres-. Le contesto con esa voz de perfecta ama de casa que he adoptado con el paso de los años.
-Elenita, no estoy para coñas. Hoy no-. Me grita de nuevo.
– Ni hoy ni nunca-. Me digo a mi misma, – y no me llames Elenita coño.
Dejo de nuevo las cazadoras de las niñas en el suelo de la entrada, y con cierto aire de resignación me dirijo a nuestro precioso dormitorio de estilo inglés abro el zapatero y sorpresa….los zapatos.
Marcos pone su cara de conquistador. La misma que puso aquella noche en el viaje de fin de carrera para convencerme de no usar nada, exacta a la que tenía cuando me aseguró que se saldría a tiempo y calcada a la que puso cuando fuimos a contarles a nuestros padres que no había tenido tan buenos reflejos como esperaba. Me da una palmada en el culo.- ¿Qué haría yo sin ti?-.
Y esa pregunta resuena en mi cabeza ¿Qué haría yo sin él? Y de pronto veo un lienzo en blanco, todo un abanico de posibilidades cruza por mi cabeza. Entro en la habitación de las niñas cojo papel y bolígrafo me encierro en el baño y comienzo a elaborar una lista detallada de todo lo que haría sin él. Cuando voy por el número siete” tirarme al socorrista de la urbanización “apenas veo el papel, y dos goterones caen de mis ojos para borrar la número cinco “apuntarme a clases de cerámica” me seco las lagrimas con la manga de la camiseta y trato de contener este llanto absurdo con hipo incluido.
Saco el móvil del bolsillo, menos mal ya son las 9.
Un tono, dos tonos, tres tonos, y veo mi imagen en el espejo del baño. El pelo enmarañado, las cejas sin depilar y un espantoso pijama. Soy la antítesis de la femineidad.
– Buenos días, despacho de Lourdes Ferrer en que puedo ayudarle.
Por un momento pienso que me he equivocado de número, pero no, estoy segura de haber llamado a su móvil personal.
– Buenos días..- esta a punto de repetir esa extraña voz cuando tratando de disimular el llanto acierto a contestar.
– Buenos días, podría hablar con Lourdes por favor-. Por un momento temo que me responda un tajante no y cuelgue el teléfono.
– ¿Quien le llama?.- pregunta con un aburrido tono monocorde
– Elena.- Dios no me sentía así desde aquellos años en que no disponíamos de teléfonos móviles y para hablar con los amigos había que pasar por el trance de llamar a su casa y que fuesen sus padres quienes contestasen.
– ¿Elena….?.- supongo que espera que le de más información pero yo no quiero darle más información a esa aburrida voz, yo quiero a mi Lourdes, quiero dejar de contener las lagrimas y el hipo y quiero poder desahogarme de una puñetera vez con mi amiga.
– Sólo Elena, Gracias. Se trata de algo personal y urgente.- Ahora la tajante soy yo.
– Un momento por favor, no cuelgue-. Y allí me quedo escuchando la melodía de una canción que no soy capaz de identificar pero que sirve a la perfección de banda sonora a mi desgracia.