En febrero todo iba bien. Tenía un trabajo que me encantaba y estaba preparando unas oposiciones para mejorar mis condiciones en el mismo sector. Estaba conociendo a un chico y todo iba viento en popa. Tenía unos amigos maravillosos, una familia a la que adoro, un par de hobbies que me llenaban. Hasta que llegó la maldita pandemia.
Me quedé sin trabajo. Cancelaron mis oposiciones. Al chico apenas he podido verlo porque vive en otra ciudad, supongo que es cuestión de tiempo que la cosa se enfríe y se rompa. A mis amigos no los he visto más por miedo a las reuniones sociales. Mi familia está en otra provincia, es probable que no podamos vernos ni en Navidad. Mis hobbies fuera de casa obviamente ya no los hago.
Todo lo bueno que tenía ha desaparecido. Hay días que me quedo en la cama hasta las tantas porque para qué me voy a levantar, si no me queda nada ni nadie con quien estar. Me he quedado sola y sin ninguna motivación. Y encima tengo un sentimiento de culpa horrible porque ni he enfermado ni se me ha muerto nadie, luego no tengo derecho a estar triste. Pero es que de verdad que ya no me queda nada en la vida, más que una p*** pantalla para hacer videollamadas que ya ni me apetecen.
Muchas veces pienso que ojalá la primera persona en morir por la pandemia hubiera sido yo. Así me hubiera ahorrado este sufrimiento. Y si no he hecho ya una locura es por no destrozarle la vida a mi madre.
Esto es simplemente un desahogo, ya que no hay solución posible. Pero después de 7 meses con crisis de ansiedad diarias estoy agotada incluso físicamente. No puedo más.