¡Hola! Escribo esta tortura tontería diaria que tengo que aguantar cada día para desahogarme un poquito y, quién sabe, tal vez para encontrar una o varias soluciones creativas en vuestras respuestas.
Pues mirad qué tontería. Trabajo en una oficina pequeña donde todos los empleados están sentados juntos: con las mesas pegadas unas a otras, haciendo una especie de círculo. Los gurús de empresariales lo llaman espacio abierto, yo lo llamo cutrez. Pero bueno, que aquí cada uno trabaja mirando su ordenador, la mayor parte del tiempo en silencio, y pasamos la jornada tranquilamente y en armonía.
O eso me gustaría a mí. Porque resulta que uno de mis compañero, el que más cerca tengo, no se calla nunca. ¿Me da la turra con historias del fin de semana? ¿Comparte opiniones políticas no solicitadas? Qué va, ojalá. Este compañero NO PARA DE CANTAR. Todo el día, queridas. Durante las ocho horas de curro, que se dice pronto.
Él rompe nuestro hermoso silencio para cantar no demasiado bajito, pero tampoco a gritos, su escaso repertorio de éxitos musicales. Porque sí, encima, se dedica a repetir los mismos tres o cuatro greatest hits una y otra vez. Y con cada estrofa se carga un poco más mi concentración y mi productividad. Seguro que más de una ya estará pensando que soy una petarda y una maniática, que no soporto la música o que no sé lidiar con el resto de los mortales que habitan en mi oficina. No, amigas, aquí lo que pasa es que tengo que trabajar para comer y con los nervios crispados desde las 9 de la mañana es un poco difícil.
Por supuesto, cada vez que el tío se pone a afinar las cuerdas vocales yo corro al refugio de mis benditos auriculares. Escucho podcasts para las tareas rutinarias que no exigen mucha atención y jazz el resto del tiempo. Pero, joder, que yo también me canso o necesito silencio para pensar. Me encantaría trabajar sin la versión humana de Los40 cantándome al oído de lunes a viernes.
Lo más curioso es que por aquí nadie comenta nada de esto. No sé si soy la única sufridora de este martirio o si todos los demás dominan el arte de la sordera selectiva.
Llegados a este punto, se aceptan consejos, ofertas de empleo y recomendaciones para el dolor de oídos tras llevarlos taponados todo el día con el fin de no levantarme de repente y matar a esta persona en cuanto escucho que abre la boca.
¡Un saludo!