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Mi exmarido no le da de desayunar a mi hija. Dónde están los límites entre la dejadez y el maltrato
Cuando una relación se rompe es normal tener cierta hostilidad hacía la otra persona, sobre todo en los casos en las que la separación no fue del todo amistosa. Si hay niños de por medio, todo se complica un poco más.
Cuando me divorcié mi hija era muy pequeña. Siempre que regresaba de estar con su padre, venía sucia y muy cansada. Sin embargo, intenté comprender que su modelo de crianza era más despreocupado que el mío y no pensar en que no le proporcionaba los cuidados necesarios.
Pero con el tiempo, mi pequeña empezó a contarme cosas que yo no consideraba normales. Por las mañanas, el padre no le daba de desayunar. Se levantaban con la hora justa para llegar al colegio. La vestía con lo primero que tenía a mano, no la peinaba ni le lavaba la cara y sin más la soltaba en clase.
Intenté hablar con él, pero siempre me decía que aquello era mentira. Que la niña desayunaba en casa y que todo se lo estaba inventando. He de decir que mi pequeña nunca ha sido mentirosa, pero quise creer a su padre.
Sin embargo, la situación se repetía cada vez que estaba con él. Las madres de sus compañeros de clase me escribían diciéndome que la niña iba sucia, sin peinar y a veces sin merienda. Que cuando la veían en la puerta del colegio les decía que tenía hambre. Como yo a esas horas estaba trabajando, una de las madres del curso le daba galletas y se llevaba un cepillo y unas toallitas para adecentarla un poco antes de entrar en clase.
Volví a hablar con el padre y estalló la guerra. Decía que todo era mentira y que la niña contaba esas cosas para dejarle en evidencia. Pero la cosa es que ya no solo lo contaba la niña, las madres e incluso el profesor me contaron que la niña iba cansada, desaliñada y con hambre.
La cosa llegó hasta el punto de que tuve que llevar batidos y galletas al colegio para que la niña comiese algo cuando llegaba por las mañanas. El tutor le preguntaba si había desayunado y si le decía que no, le daba comida y la dejaba comer en otra clase, para que no se sintiese en evidencia con los compañeros.
La situación me agobiaba mucho. Para mi algo así suponía un comportamiento negligente y recurrí a un abogado. Pero este sorprendentemente me dijo que eso no era delito, que solo era un poco de dejadez. Que el hecho de que la niña no desayunase podía deberse a muchas razones y que porque no se duchase ni se lavase los dientes, durante todo el tiempo que estuviese con el padre o que llevase la ropa sucia y rota, no era suficiente para que un juez tomase parte.
Entiendo que hay situaciones mucho peores, también me hago cargo. Pero que mi hija fuese sin desayunar al colegio, después de estar sin comer nada desde las ocho de la tarde del día anterior y que, con suerte le hubiesen enviado un par de galletas para la merienda del recreo, no me parecía simple dejadez.
Con el tiempo la niña me fue contando más cosas. Comportamientos sutiles pero dañinos, como quitarle la ropa que llevaba de mi casa y mandarla al colegio con ropa mucho más vieja. Decirle que se cambiase de ropa interior sin lavarse o hacerle cenar durante días solo una tostada de pan de molde y mantequilla, para después estar hasta el almuerzo del día siguiente casi sin probar bocado.
Hablé con asuntos sociales, con el colegio, con la policía incluso, pero a nadie le parecía lo suficientemente importante como para tomar parte. De esta forma pasaron los años, hasta que mi pequeña tuvo la suficiente edad para buscarse la vida y comer lo que pillaba en casa de su padre antes de ir al colegio.
Quizás hay comportamientos con los hijos que no parecen maltrato directo, que vistos desde fuera pierden importancia, pero cuando los vives de primera mano toman unas dimensiones que parecen ajenas para el resto del mundo. Llegaron incluso a decirme que no se podía ser tan exigente, que la niña no se iba a morir por pasar un poco de hambre.
Y yo sigo preguntándome hasta qué punto la dejadez, con respecto a un hijo, es algo normal. Si es algo que se tiene que tolerar, algo que no se puede reclamar en ningún sitio, dejando a una niña pequeña pasar el mal rato de desayunar a escondidas en el colegio y a su madre con la sensación de impotencia de no poder hacer nada para ayudarla.
Quizás a los ojos de los demás esto no se pueda llamar maltrato, pero para mí sí que lo es y lo que aún no consigo comprender es cómo este tipo de comportamientos pueden seguir siendo tolerados. Cómo tantas instituciones, tantos reglamentos y protocolos en defensa del menor quedan olvidados cuando actitudes claras de un padre que dañan a un menor se consideran normales, porque … “es que los hombres son así” y al final, como solo lo consideran dejadez, todo el mundo mira para otro lado y no hay donde se pueda recurrir ni a quien pedir ayuda.
Anónimo