A muchas nos ha pasado que con todo lo ocurrido con la puta Manada se nos han revuelto las tripas. A unas personas de una forma más directa e intensa que a otras. A las que tenemos cicatrices de violencia sexual, como a mí, seguro que nos ha despertado más de un fantasma, más de una pesadilla.
Salvando las distancias, a mí también me violó una manada… por separado, durante muchos años y, lo que fue (y es) peor para mí, que eran (son) mi manada.
Para poneros en situación, yo fui durante mucho tiempo la niña pequeña de la familia. Una niña de naturaleza muy dulce e inocente… Demasiado.
La primera vez que abusaron de mí no tendría ni 4 años y en las escaleras del restaurante de mis abuelos uno de mis tíos me obligó a hacerle una felación. Pero pschhhh no se lo cuentes a nadie, princesa, es un secreto entre nosotros. Las siguientes también fueron secreto.
La siguiente persona pasó de abuso a violación. Otro tío, esta vez materno, me dijo que en el cobertizo de casa de mi abuela tenía unos gatitos bebé. Yo tendría unos 5 o 6 años y a pesar de todo seguía siendo una inocente. Entré con él al cobertizo, no había apenas luz y había un olor como a moho y vino rancio. Mi querido tío insistió en que quería jugar conmigo… me estremecí de miedo y le pedí que no, que me dejara salir de allí que estaba asustada. Me agarró y me tapó la boca para susurrarme con su voz impregnada en vino barato que si no era una niña buena mataría a los cachorritos. Aún así forcejeé por el miedo y el arrancó el botón de mis vaqueros, oírle decir que eso me iba a gustar, lamerme la entrepierna y luego sólo recuerdo cerrar los ojos fuerte y sentir dolor. Cuando pude salir de allí, no recuerdo ni cómo, fui corriendo llorando a mi madre. Pero ella pensó que lloraba por el botón roto del pantalón y me dijo: «Tranquila cariño, es normal, no tienes que llorar por estas cosas». Ella se refería al botón, yo no tenía ni 6 años y no lo entendí así… Pero pschhhh no se lo cuentes a nadie, niña buena, es un secreto entre nosotros. Las siguientes también fueron secreto y, según creía que me había dicho mi madre, era normal. Siguió así hasta que en mi primera comunión su alcoholismo lo mandó a la tumba. Me sentí terriblemente culpable y liberada a la vez. Culpable por llevar rezando para que parase de sentir esa mezcla de dolor, miedo y asco. Liberada por no tener que volver a sentirlo. Pero me equivoqué…
La última persona fue la que más me dolió. Nunca llegó a penetrarme, pero ya no era ni tan niña ni tan inocente. Tenía 9 años, mi cuerpo había comenzado a desarrollar antes de tiempo y al bajarme la menstruación me habló mi madre por primera vez sobre qué era el sexo y qué pasaba cuando ya tenías la regla. Me quedé helada. Pero no sólo estaban desarrollándose mis hormonas. Las de mi hermano mayor, 6 años mayor, estaban revolucionadas y consideró que yo era una buena muñeca de pruebas… Pero pschhhh no se lo cuentes a nadie, muñeca, es un secreto entre nosotros. Hasta que uno de los dos se fue de casa…
Sí, entiendo que la superviviente de la Manada no hiciera nada… Yo me quedé paralizada, sin entender lo que pasaba, sin querer creer que me pasaba a mí,…
La primera vez que me intenté suicidar no fue intencionado. Sólo recordé decir a mis tías que unas pastillas que había en el botiquín ayudarían a mi abuela a dormir y olvidarse del dolor. Yo me las tomé todas.
La segunda vez que me intenté suicidar tampoco fue intencionado. Era una niña y mi madre le había pedido a la vecina un poco de lejía que necesitaba y lo trajo en un vaso. Ella me dijo que tuviera cuidado, que no lo tocara y menos bebiera o me pondría muy malita. En esa semana íbamos a ir a casa de mi abuela con su cobertizo oscuro y húmedo. Me bebí todo el vaso.
La tercera vez que me intenté suicidar sí fue intencionado. Aprovechando que creía estar sola me tiré en lo más profundo de la piscina y me dejé hundir. Pero alguien decidió que había sido un accidente y me sacó del agua.
Los siguientes años han sido una lucha para superarlo.
Con 22 años conseguí dejar de odiar a los hombres en general y tener mi primera relación sexual consentida con el que ahora es mi marido y padre de mis dos hijos, sí, chicos. Creí que no podría, pero les estoy intentando educar para que la genética no pueda más que los valores.
Aún hoy tengo pesadillas. Aún hoy cuando estoy a solas con mi marido tengo que concentrarme en que es él, en que es la persona que quiero y en la que confío. Aún hoy hay veces que tenemos que parar porque comienzo a temblar, llorar o sentir asco de mí misma. Aún hoy tengo miedo de que a mi alrededor se sepa. Porque pschhhh es un secreto, nena.