El tema de ligar se nos ha ido de las manos. Todo esto de las relaciones líquidas está muy bien, pero me da la sensación de que la búsqueda de magreo nos ha llevado a buscar el kiki por encima de nuestras posibilidades y en cualquier lugar, en cualquier momento, como sea.

Desde los primeros ligoteos inofensivos de adolescencia hasta hoy, he vivido varias ‘revoluciones’ que han cambiado la forma de acercarnos al polvo potencial. Al principio fueron los móviles, los toques para que la otra persona supiera que estabas pensando en ella, los “q aces?”.

Después llegó Tuenti, las peticiones de amistad o mensajes de admiradores secretos. ¡Menudo subidón ver la notificación en la bandeja de entrada! Y por último las aplicaciones, Tinder, Grinder y demás, encargadas de que los sentidos de la vergüenza y la decencia empezaran a escasear.

Pero al menos, sabías a lo que ibas. Reconocías el tonteo, te abrías a la posibilidad, se compartían códigos.

Ahora vivimos en una época peligrosa, porque el ligoteo ha adoptado formas engañosas y ocupa espacios que no le corresponden, como el LinkedIn.

Acompáñenme en esta triste historia.

trabajo

Hace unos meses, el CEO de la empresa en la que trabajo nos comunicó que no tenía dinero ni para pagarnos unos saladitos, y que era probable que nos quedáramos unos meses sin sueldo. Todo de la noche a la mañana y sin garantías de ningún tipo, claro. ¿Qué nos creemos los trabajadores, que tenemos derechos?

Así que nada más terminar la reunión me metí en mi perfil de LinkedIn, en el que hasta entonces sólo había unas cuantas bolas del desierto y una publicación de 2017. Como en aquella época de Tuenti, me encontré con unas 30 notificaciones de mensajes privados. “¡Bien! Mira cuánta gente te quiere contratar sin que les hayas escrito siquiera”, me dije a mí misma, inocente.

Cuán fue mi sorpresa cuando, al abrir la bandeja de entrada, me encontré que la mitad de esos mensajes eran promociones y la otra mitad… propuestas no precisamente de trabajo.

Unos cuantos turcos, algún árabe y otros tantos españoles y franceses me habían escrito resaltando no precisamente mis habilidades profesionales, sino mis ojos, mi sonrisa, el brillo de mi piel (en la foto de LinkedIn tengo unos diez años menos, claro).

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Vale, no había encontrado la oferta de trabajo de mis sueños, pero si la vida te da limones, haz limonada. El último mensaje, de un mánager de una empresa de alimentación cercana a mi ciudad, decía algo como “tienes cara de inteligente… me encantaría conocer tu currículum a fondo”.

Me descolocaba estar usando una red profesional para ligar, pero me lie la manta a la cabeza y le contesté que mi currículum estaba muy pulido y que mi mayor hobby era montar a caballo.

¿Os imagináis cómo acabó?

Tuvimos una reunión en su casa con final feliz, tirando de la típica fantasía en la que él era mi empleado más fiel y yo lo tenía sometido.

Yo, que había ido a pedir trabajo, acabé dejando que me comieran lo de abajo… Y vaya si me lo comieron. Ese chico se merecía un ascenso.