Después de toda una vida deseándolo en secreto, por fin se me presentó la oportunidad perfecta. Un tío que había conocido en tinder y con el que había quedado unas cuantas veces ya, va y me suelta que está en una relación abierta con otra chica. Me temí que esto fuera el típico caso en el que solo uno de ellos (el que pone los cuernos) sabe que es una relación abierta y el otro (o la otra) no tiene la más mínima idea. Pero no era el caso, no podía serlo, porque lo siguiente que soltó fue: le he hablado de ti y quiere hacer un trío

¿En serio? ¿Así de fácil? Le dije un SÍ QUIERO tan efusivo que los de las mesas de al lado se pensaron que nos casábamos, y algunos incluso aplaudieron. Total, que quedamos para el finde siguiente y yo me pasé toda la semana obsesionada con el asunto. Le saqué punta al vibrador solo de anticipar en mi cabeza cómo sería aquello. Estaba encantada de entregarme a mi fantasía más recurrente y con alguien de confianza, así, tan fácil. 

Llegó el día. Propuse que fuéramos a un hotel del centro que sé que tiene camas enormes; a riesgo de que sonara ridículo también sugerí llevar algún complemento, un corsé, algún antifaz. Como quieras, me dijo. Si te hace ilusión… 

No me importaba parecer la novata que realmente era, es más, me daba bastante morbo el papel de inexperta y estaba más que dispuesta a dejarme hacer. 

Llegué como media hora antes. Quería ir al bar y tomarme algo distinto a una cerveza, algo de eso que piden en las películas, un Manhattan o un Cosmopolitan, y hacer tiempo en un taburete de esos de terciopelo rojo, creyéndome la prota de Emily in Paris. Aunque creo que esa no hace tríos. 

Había visitado varias veces ese hotel en concreto y nunca jamás me había encontrado con nadie conocido, así que estaba bien tranquila, anticipando ya en mis carnes lo que estaba a punto de suceder algunos pisos más arriba. De repente, va y me tocan el hombro, a la vez que gritan un “Hooooombreeeee, caaaariii, tú por aquí” que identifiqué inmediatamente como mi prima Vanesa, la del pueblo. A la mierda mi aura sexual y Emily in Paris y todo. 

Ella también llegaba pronto, en su caso a una reunión de trabajo; se pidió una copa de tinto y allí se quedó en el taburete de al lado sin parar de hablar, que a ver quién iba a tirar el cohete de fiestas este año, que decían que igual el cura, y que la abuela estaba a favor pero el abuelo estaba muy en contra, y yo, mientras, rezando por que llegaran sus compañeros antes que los míos. 

Pues no. La mitad de mi cita (él) entró por la puerta y se puso a escanear las mesas. Levanté el brazo y en cuanto me vio acompañada dudó en acercarse, pero yo le dije que adelante, que viniera, y es que a mí ya me daba tan igual todo y tenía tantas ganas de perder de vista a mi prima y subir a la habitación, que a punto estaba de decirle abiertamente lo que había: “mira, voy a hacer un trío, chica, y si quieres decírselo a todo el pueblo y que me dejen tirar el cohete de fiestas a mí por promiscua, pues yo encantada”.  

No me dio tiempo. Porque no os lo querréis creer, que va y llega el tío a donde estábamos, agarra una banqueta, se sienta entre las dos y suelta: “Pero no entiendo cómo os habéis conocido. ¡Si no os habíais visto ni en foto!”  

Si hubiera podido levantar el suelo, meterme debajo, y no salir jamás, todavía seguiría allí enterrada. Cuando los tres caímos en lo que acababa de pasar, nos quedamos mirándonos, medio sonriendo medio no sabiendo qué hacer, y mi prima Vanesa soltó “Venga, ya que estamos aquí, ¡invito a una ronda!” 

La primera ronda llevó a la segunda, y la segunda a la tercera, pero la habitación no la aprovechó nadie. 

O eso es lo que le dijimos a mi prima Vanesa al día siguiente. 

Violeta

 

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