¡Muy buenos días/tardes/noches, no sé en qué momento estaréis leyendo esto! Yo, inspirada por un tema similar en el foro de esta casa, quisiera compartir mi experiencia respecto a una relación en la que existe comodidad, todo va bien, sin cambios bruscos, pero en la que sientes un agujero de necesidades afectivas/comunicativas o, simplemente, falta esa chispa que te haga burbujear.
Mi relación, que por cierto, es el único noviazgo que he tenido, empezó cuando tenía 19 años. Aunque en esos tiempos no lo hubiese reconocido ni internamente, hoy puedo decir que surgió porque me sentí despechada al haber sido rechazada por un tío con el que estaba liada y tenía la necesidad de saber qué era tener un novio. Cruel, lo sé. El chico encima, a pesar de haber sido antes rechazado por mí porque me molaba el anterior pavo, cuando le dije que me gustaba, me dijo que yo también. A los pocos días empezamos a salir como pareja, aunque a mí me apetecía estar de rollo más tiempo.
Los primeros meses estuvieron bien, salíamos por ahí, perdimos juntos las virginidad, teníamos sexo…¡Ay, cómo la cagué cuando pisó mi casa! Desde entonces, casi no salíamos de allí los findes. Decía de salir y me ponía excusas. A veces, ya decía yo de no salir para hacerle sentir bien. Bueno, yendo a la suya, la cosa no era mejor. Sólo había videojuegos. Y mientras hubiese eso no había problemas: todos los días me decía que me quería, yo también, teníamos conversaciones superfluas que, aunque yo echaba de menos profundizar en algunos temas, él se portaba bien conmigo. ¿Para qué más, verdad? ¡Con decirse «te quiero» es suficiente!
Había detalles que hacían presagiar que con él yo no iba a tener futuro. Pero lo que hizo que empezase a desencantarme con él fue el día que me puso excusas para no irse de vacaciones conmigo a solas. Al final, temeroso de que cortase con él, vino a mi casa a pedirme perdón y a pedirme irnos. Y nos fuimos.
Pero desde ese momento, y hasta que corté con él, empecé a suprimir el «te amo» que le solía decir, a desquiciarme por detalles, a discutir, a quejarme…y él seguía a mi lado a pesar de que se daban cada dos por tres estas situaciones, a pesar de que le pedía que cambiase. Le hablaba de planes para irnos por ahí y me decía que no. Llegamos a estar lo inaguantable sin sexo. Hasta que se lo señalé. Y de nuevo lo mismo. Y de nuevo hacer para no perder la estabilidad. Y digo estabilidad porque no creo que me quisiese realmente, más bien era una relación de dependencia. Hasta que al mes siguiente ya tuve fuerzas para cortar con él. Dos años y medio de relación duró la historia.
«¿Por qué no lo hiciste antes, sin tan mal lo pasabas y así no se lo hacías pasar a él?» ¡Buena pregunta! Tenía un grupo de amistades en común que no quería perder, como así pasó al poco tiempo (aunque fue mi decisión dejar de salir con esa gente al ver el percal que me esperaba en cuanto a quedadas después de cortar con él). De nuevo fui cruel: alargué una decisión por miedo a la soledad.
Después de esa etapa, vino una en la que definitivamente sí que espabilé y me di de leches a base de bien, pero eso es otra historia aparte y ya hay suficiente mierda aquí.
Este texto se lo dedico a aquellas personas que se hallen en la misma situación en la que estuve: el tiempo vuela y no vuelve, además de que caéis en el mismo egoísmo que yo tuve. También a aquellas que tienen o tuvieron miedo de la soledad; os entiendo perfectamente. Y a aquellas que estáis leyendo esto; «te amo» es para ti, para nadie más.