La vida y las experiencias me han demostrado que llevo razón: un buen médico, puede cambiarlo todo. Y no me refiero solo a que sea bueno en su campo —cosa que es indispensable—, sino a que sea algo más, que sea humano.

¿Cuántas de vosotras habéis salido de la consulta de algún médico sintiéndoos una mierda? ¿Cuántas os habéis sentido humilladas? Porque a mí, durante años, me ha pasado. Como siempre he estado gorda, y al desarrollarme la cosa se descontroló más aún, mi madre me llevó al endocrino siendo muy pequeña. Un médico mayor, chapado a la antigua, que sin hacerme nada me mandó directamente una dieta estricta y me soltó:

—Hay que dejar de zampar bollos, ¿eh?

Y esa experiencia, por desgracia, la he vivido con varios endocrinos a lo largo de mi vida. Quizá no me lo decían con las mismas palabras, a veces un poco más educados, pero en esencia me decían que estaba gorda porque quería, porque me hartaba a comer.

Pero no solo me ha pasado con endocrinos, sino también con médicos de cabecera. Y es que, tras jubilarse el anterior, al que ni siquiera conocí, metieron a una mujer que, de verdad, creo que no le gustaba su trabajo. Fui tres veces, de urgencia, con ataques de asma. La primera vez se limitó a mandarme un inhalador de rescate que tenía que usar solo durante unos días. Las otras dos, insistía en que lo usara. Ya está, nada más. Por lo visto, tres ataques de asma en un intervalo de seis meses no era motivo para hacerme un estudio.

 

Hasta que llegó ella, la que ha sido la mejor médico de cabecera hasta ahora, y con la que todo ha cambiado. No sé si ha sido ya casualidad, o es que sabía a quién mandarme, pero desde que apareció en la consulta todo ha ido a mejor. La siguiente vez que fui, por un ataque de asma, ya no estaba la anterior, sino ella, Carmen. Me preguntó qué me sucedía, me escuchó paciente, preguntó si me había pasado más veces… Y, cuando le conté todo, me miró con las cejas arqueadas.

—Tres veces…

—Sí…

Miró en su ordenador, seguramente entrando en mi historial, y dejó escapar un suspiro de hastío. Creo que yo no era la única a la que le había pasado algo como aquello con la anterior.

—Y no te ha mandado pruebas. En fin. Yo sí que voy a pedir que te hagan unas pruebas de alergia. Vamos a ver si hay algo ambiental que te provoque el asma. Si no, ya miraríamos otras alternativas.

Y así lo hizo. Un mes después, estaba sentada en la sala de espera de consultas externas del hospital para hacerme las pruebas de la alergia. Y sí, resultó que no solo tenía alergia al polen, sino que unos agentes del tabaco me provocaban el asma. Y en mi casa mis padres son fumadores los dos. El alergólogo, un tío majísimo, me mandó salbutamol, y yo pedí a mis padres que dejaran de fumar por la casa y lo hicieran solo en la cocina con la ventana abierta. No he vuelto a tener ataques de asma.

 

Y lo mismo pasó con el tema endocrino. Ella misma me hizo las primeras pruebas, mirándome la tiroides y el tema hormonal, además de ver que tenía, por el ginecólogo, un informa donde ya ponía que sufría de ovario poliquístico. Me mandó ella misma al endocrino, además especificó quién quería que me atendiese, y di con la que, hasta hoy, me ha llevado y con la que mejor he estado. Atenta, empática, siempre preocupada por cada cosa que me pasara. ¡Si hasta me está haciendo pruebas por si les pasa algo a mis huesos tras partirme la pierna de una caída! No quiere dejar nada sin mirar, porque dice que sabe lo que el SOP puede llevar consigo.

Estoy feliz con ellas. Con todos los doctores y enfermeros con los que me he ido cruzando y que me llevan a día de hoy, o me han tratado durante la caída y la recuperación. En urgencias, un par de veces, he dado con algún elemento como los que os conté más arriba, pero por suerte, desde Carmen todo ha cambiado. Porque sí, lo vuelvo a decir: un buen médico lo puede cambiar todo. A mí los míos me han cambiado, y espero que lo sigan haciendo.