Esta es la breve historia de cómo a veces el karma es inmediato y desproporcionado. María estaba harta de que su vecina pudiese siempre la música tan alta. Además, dejaba las bolsas de basura en la puerta durante horas, dejando un terrible olor en todo el portal. Cada poco tiempo le timbraba para pedir alguna cosa (un poco de sal, un huevo…), pero la cosa iba más. Le pedía un paquete de pasta, un bote de tomate. Llegó un momento que María optó por decirle que no tenía a cada cosa que la vecina le pedía.

El perro ladraba día y noche, al salir de paseo siempre le rascaba la puerta y había empezado a dejarla marcada. Eran muchos los méritos que su vecina hacía para ganarse el odio de María (y de algún vecino más).

Un domingo, poco antes de comer, sonó el timbre. María acudió rápido, esperando que fuese su vecina para ver si le quedaba por ahí, no sé, un poco de jamó ibérico. Como sería rápido, solamente decir No a cualquier petición que proviniese de su boca, no se molestó ni en bajarle el fuego a la olla que se cocinaba lentamente en la cocina. Ese día tendría invitados y llevaba horas cocinando.

Pero, cual fue su sorpresa, al ver que, al otro lado de la puerta, la esperaba Cecilia, su casera.

Esta señora era viuda y pasaba a principios de mes a cobrar y a tomar café.  Ese día llevaba bastante prisa, así que no quiso pasar ni del umbral de la puerta. Pero María tenía muchas cosas que contarle a aquella señora. Estaba soportando un infierno y, dado que era propietaria, veían muy difícil poder echarla.

Mientas ellas hablaban en la puerta de cada uno de los feos que les había hecho a ambas a lo largo de los años aquella señora, María empezó a oler raro, pero no le dio importancia. Le seguía contando a su casera que aquella señora incumplía la mayoría de las normas de la comunidad de vecinos, que le estaba dando muy mala vida y que le preocupaba mucho ese perro que estaba claramente desatendido. Un fuerte olor llegó a María, que seguía absorta en la conversación acalorada que tenía con Cecilia, cuando la vecina se asomó cabreada a la puerta y le dijo “María, siento interrumpir, pero si apagases el fuego de tu cocina podrías seguir criticándome más tranquila y no tendríamos que desalojar el edificio». María, en un primer impulso, quiso contestarle, ponerla verde, pero entonces al fin fue consciente de que aquel olor venía de su cocina y que su vecina, por la ventana del patio de luces, había visto las llamaradas salir de su olla de cocido, alcanzando la campana extractora y los muebles de los lados.

María llevaba en la mano un paño de cocina que, al entrar en la cocina humedeció rápido y utilizó para pagar a golpes aquel pequeño incendio.

Cuando se calmó, cuando fue consciente de que en unos segundos más no habría podido apagarlo ella sola, decidió darle las gracias a su vecina. Esta no quiso ni abrir la puerta.

Desde entonces nunca más su vecina le volvió a molestar, pero María tenía un enorme cargo de conciencia por haberla criticado tanto y porque, aun encima, la hubiese escuchado. Pero se quedaba en calma pensando el karma ya se lo había hecho pagar con creces.

Luna Purple.

 

 

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