Hace 6 meses que me mudé a Bcn, pero todavía vivo en esa euforia que tenemos los pueblerinos de la España profunda cuando nos mudamos a la gran ciudad. Esa desmedida sensación de libertad que te lleva a apuntarte a los masificados gimnasios low cost de las urbes y que te empujan a irte al gym con ese pijama tan mono de primark que podía pasar por un chándal bajo la excusa de “total aquí nadie me conoce”.

Hasta que de repente encuentras a alguien que sí te conoce. ¡Y ese alguien eres tú en el espejo :O! Y resulta que te encuentras a una enorme ballena saltando en bodyjump (no sin antes haber preguntado a la monitora como 50 veces si la cama elástica no se partiría con tu peso), o un oso polar sin ninguna coordinación ni ritmo en la clase de zumba. Aunque eso tenía fácil solución: o te infiltras en aquagym con las abuelacas o te metes en spinning que con tanta gente y tanto sudor, total no se te ve.

El problema llegó cuando me cambiaron de oficina y por tanto tenía que cambiar de gimnasio, y justo ahí se cruzó el crossfit en mi camino. Esto que lo ves por Instagram y te dices “oye Patri, tú que eres una moderna de pueblo, qué tal si te apuntas”.

He pasado unas semanas mentalizándome, incluso nerviosa pensando en cómo sería mi primer día en el box, sobre si lo soportaría, si no moriría…Yo ya veía titulares del tipo “una gorda muere intentando hacer crossfit” y cosas similares.

Evidentemente me dije “Patri: Al crossfit este de modernos, no se puede ir en pijama”. Y me planteé comprarme modelitos para el gym. Mi madre todavía anda asimilando esta nueva afición por la ropa deportiva.

En fin, para llegar el primer día, tranquilita, no hay nada como perderse antes de llegar… y allí me estaban esperando…se sabían hasta mi nombre :0

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Yo sólo miraba y observaba: el box que era como los de Instagram, vamos un garaje, en este caso una carpa con pesas, donde pagas una pasta por entrenarte. Pero madre mía lo que había allí!!! Una de mis piernacas tenía más grasa que toda la gente que había en ese box. Me quería morir de la vergüenza.

Había una pizarra con unos palabros que era incapaz de descifrar y una gente que gritaba cada vez que levantaba su peso, incluso más que muchas parturientas. Parecía que estuviéramos en el Bronx y no en Cornellá.

Llegó el momento de mi entrenamiento de prueba, que era adaptado a gordas lentas como yo. Lo de trepar cuerdas parece que estaba y todavía está un poco lejos, aunque cada vez más cerca.

Bueno hace ya ocho meses que escribí, superé el entrenamiento y además fui más fuerte que mis complejos y miedos. Aquí detallo mi experiencia crossfitera.

  • Que el mejor practicante de crossfit es, simplemente, el que mejor escucha a su cuerpo, y lo lleva a un límite donde la cordura te impide lesionarte.
  • Que el box donde entrenes es lo más importante. Yo durante estos 8 meses he vuelto a sufrir un cambio de oficina y no he encontrado otro box mejor, porque he visitado otros 3 gimnasios y box y en ninguno me sentido como en este.
  • Que tienes la posibilidad de tener un ‘entrenador’ por y para ti y muy poquitas personas más. Y todo sin ser una celebrity millonaria de Instagram.
  • Te preguntas cómo has podido vivir todos estos años haciendo mal las sentadillas y flexiones o haciendo ejercicios con pesitas de colores. Valoras infinitamente el tener una persona que te dice cada día cuando peso poner en tu barra, que vigila a que tus rodillas no se doblen y que tu espalda esté recta.
  • Y que con esto pasa como con los gordólogos, es casi casi misión imposible encontrar a uno que no te dé entrenos de fotocopia. Solo investigando y probando puedes encontrar a un hado padrino entrenador, que haga que los años de tortura frente al potro en educación física pasen al olvido y que el deporte pase de ser de una obligación a uno de tus hobbys favoritos.

Autor: Patricia Fernández

Fuente de las imágenes.