Mi drama con los pantalones cortos

Quien esté libre de complejos que tire la primera piedra. Dicho de otra manera, la que más y la que menos arrastramos complejos, algunos son más bien insignificantes porque a la hora de la verdad nos la soplan, pero somos conscientes de que en otras ocasiones nos pueden llegar a condicionar la vida, por no mencionar otras cosas peores. En mi caso, mi mayor complejo ha sido siempre mis muslos. Soy muslona de nacimiento ―los álbumes noventeros de mis padres avalan este dato― y por mucho que pierda peso sigue siendo la zona más voluminosa de mi cuerpo. Y algunas pensaréis, ¿tanto de te acompleja como para no usar pantalón corto? Empecemos por el principio.

Lo del “al que no le guste que no mire” está muy bien en la teoría, pero claro, si te sientes humillada, señalada o discriminada por hacer la elección estética que te ha salido a ti del mismísimo papo, en lugar de la que se espera que hagas, corres el riesgo de que te caiga una lluvia de críticas y de opiniones no solicitadas que te pueden echar por tierra tu premisa. Así que no creo yo que sea la única que, en ocasiones, se ha privado de llevar la prenda que le gustaría para evitar situaciones incómodas. Que sí, que nos tiene que dar igual y que ante esas estupideces hay que mantener la frente alta y que nos resbale, pero hija, no siempre tenemos la autoestima por las nubes, de hecho, me parece muy difícil mantenerla anclada tan arriba.     

En mi caso, esa prenda de la discordia ha sido siempre el pantalón corto. Curiosamente las minifaldas no crean esa aversión. Por algún extraño motivo se me permite llevar minifalda, nadie cuestiona nada, se me ve curvy-sexy o vete tú a saber. En cambio, el pantalón corto, el típico que te pones para tu día a día veraniego, ese que te quitas al volver de la playa, que vine mojado del bikini y lo pones al sol y al rato está tieso y te lo vuelves a poner para salir por la noche, ESE PANTALÓN, a mí no siempre se me ha permitido. 

“Te queda raro”, “Te hace paticorta”, “Es demasiado corto para ti”, “No te estiliza mucho”, “Se te ve fofa”. Estas y otras lindezas son las que he tenido que oír al ponerme pantalón corto o al expresar mi deseo de querer llevarlo puesto. ¿He dejado que me condicione? A veces, sí. A veces, no. Según el momento me he visto totalmente segura (y acalorada) y he priorizado esta prenda porque no me daba la gana de cambiarme, de buscarme otro modelito o de morirme de calor, básicamente. 

El problema no son los pantalones cortos. Si bien habrá modelos que me favorezcan más que otros, tengo derecho a ponérmelos si me da la realísima gana que, como tengo espejo en casa ―a menudo es un dato que se olvida― ya veré yo si me veo potentorra o superpontentorra. El problema, queridas mías, está en lo ojos de quien mira y de este sistema opresor en el que si no encajas al 100% te salen las inseguridades hasta por las orejas. Seguramente, las mismas personas que para un diario, un salir y entrar, un playeo-piscineo me ven mal con pantalón corto, sean las mismas que piensan que la minifalda sí la puedo llevar porque me realza las “curvas bonitas de enseñar” o porque “la llevas con medias y estiliza”. O quizá porque piense que una mujer con muslos anchos no debería usar esa prenda y me considera transgresora: “Brava” “Ole tú” “Qué valiente, yo no podría” ¿Os suena de algo?

Para mí, el vaso se colma del todo con esas marichuladas del tipo “Si quiere enseñar carne que enseñe, que yo no me voy a quejar”. Porque claro, todas sabemos que nuestro objetivo al ponernos ropa corta es satisfacer tus fantasías sexuales, José Ramón, y no sentirnos cómodas, fresquitas y divinas. 

En definitiva, que tengo mis altibajos con esto de los pantalones cortos, pero desde que veo más testimonios de otras mujeres que pasan por situaciones similares me va dando cada vez más igual. Mal de muchas, consuelo de muchas también. ¡Qué obsesión con hacernos sentir tontas o imperfectas! 

Repite conmigo: estoy potentorra, me ponga lo que me ponga.

 

Ele Mandarina