EL REY DE LOS CATFISH: USÓ FOTOS DE OTRA PERSONA PARA ENAMORARME, Y ESTO FUE LO QUE PASÓ.

Corrían finales de los 2000. Yo estaba con mi primer novio, a las puertas del fin de la relación porque aquello no tenía salvación.

Yo siempre he sido gamer pero el ordenador que tenía no daba para mucho, así que ese día me metí en un juego de una página online de criar caballitos. Sí, de criar caballitos. Interactuabas y comerciabas con otra gente online. Y ahí lo conocí a él. Intercambiamos un par de mensajes y le quise comprar un caballo. El chico era muy amable y simpático. Acabamos hablando un pelín más y la verdad que me cayó tan bien que le pedí el Messenger (para quien no lo sepa, era el padre de WhatsApp).

Cuando me agregó flipé con su foto. Un morenazo de ojos verdes y labios gruesos, con pinta de tener todo lo demás grueso también. Le comenté si esa foto era suya de verdad y me dijo que sí. No me lo creí del todo pero bueno, sin más, seguí hablando con él porque me encantaba su simpatía y su conversación. 

Su nombre era Daniele Ulisse. Era de valencia, aunque como se puede apreciar tenía ascendencia italiana, cosa que me moló bastante. Estudiaba en la universidad, pero trabajaba mientras de camarero en el bar de su tío.

 Yo le dije que era de otra ciudad. Curiosamente, su novia era de un pueblo de mi ciudad también. Me pasó una foto con ella, una chica tipo MYHYV que obviamente le iba como un guante. Ahí me creí más que era él. 

El caso es que seguimos hablando todos los días y al mes yo ya notaba que deseaba llegar a casa solo para hablar con él. Era inteligente, simpático, educado, dulce, pero con ese puntito picarón y varonil que uff, con un don para la expresión increíble…vamos, demasiado perfecto. Me dijo de quedar un día, sólo para conocernos, cerca del pueblo de su novia porque en breves vendría a verla. Yo le dije que no, porque aunque me atraía e iría a conocerlo respetando a mi pareja, no estaba segura de que si esos ojos verdes me miraran el respeto me fuese a durar mucho. Y mi novio era un capullo que no me valoraba una mierda, sí, pero entre mis valores no se encontraban los cuernos.

Aun así seguimos hablando en plan amistoso, con algún toquecito de tonteo y de cariño. Yo era una chica muy normal, pero la verdad que de vez en cuando me había ligado a buenos jamelgos, así que no me extrañó demasiado que le llegase a gustar. 

Se quedó soltero pero como yo seguía con pareja, seguíamos como amigos y me contaba sus hazañas sexuales por ahí. Y ojalá se dedicase a escribir libros eróticos, porque contándomelo me ponía el toto palpitando cual culo de abeja.

Me habló de toda su familia, fotos incluidas, y me presentó a su hermano y a su hermana con los que llegué a hablar por Messenger. Todo fluía guay. 

Y un día, sin más, después de meses hablando, dejó de conectarse. Me rayé durante un tiempo pero lo dejé pasar. Eso sí, se me quedó una pequeña espinita ahí clavada.

Pasaron unos 3 años. Yo ya estaba soltera y acababa de entrar a la universidad. Whatsapp empezó a emerger pero algunos nos aferrábamos a Messenger de vez en cuando aún. Y pasó. De repente, su hermano se conectó. El corazón me dio un vuelco. Rápido le hablé y le recordé quién era. Le dije que le mandase un saludo de mi parte a su hermano, que a ver si se conectaba para charlar y ver qué era de su vida. Sin muchos aspavientos, su hermano me dijo que ok y que le avisaría. No sé si fue ese mismo día o al día siguiente, pero se conectó. Volvimos a hablar pero era todo más casual. No se conectaba tanto como antes y hablábamos días sueltos. Pero poco a poco volvió a ser como antes. Aquello era una conexión sin precedentes. Hablábamos todos los días. Tonteábamos. Soñábamos juntos. Empezamos a llamarnos por teléfono. Aquello ya fue el boom. Conversaciones interminables y fluidísimas. Apoyos emocionales. Encuentros eróticos. Los primeros te quiero. 

Él hablaba en voz baja porque tenía a gente dormida en casa, o porque se encontraba en no sé dónde. No me importó…las primeras veces. Siempre daba la casualidad de que no podía hablar a un nivel normal. No tenía la voz super masculina pero tampoco me pareció nunca una voz femenina ni de otro tipo de persona, no sé. Empecé a pedirle que hablase normal, pero nunca lo hacía por x o por y. Esto ya me tenía con la mosca detrás de la oreja, pero bueno, yo seguí dejándome fluir.

Dijimos de quedar varias veces. Pero siempre pasaba algo. Desde que venía en bus y antes de subirse se daba cuenta de que le habían robado algo y claro, fue a denunciar, hasta que le habían diagnosticado un tumor cerebral en una revisión que tenía unos días antes de quedar. Obviamente las dos primeras excusas de las 200.000 me las creí, pero el resto pues no, y menos esta última. De igual manera, ya era tarde para mandarlo a la mierda. Estaba enamoradísima y enganchadísima hasta las trancas.

Me cabreé más veces de las que puedo contar y le insistí en que me demostrase que era él. Ponernos la webcam, o hacerse una foto con un cartel con mi nombre. Nada, se negaba porque no entendía por qué no confiaba en él. Pobrecito.

Esa misma noche yo sabía que él se había ido de fiesta. Y de repente una foto llegó a mi teléfono. Era él. Era su foto, con su mano tapándole media cara. Y en el dorso de su mano, escrito con rotulador negro, mi nombre. <Anda toma, pesada>. 

No es físicamente posible morir de amor pero estoy segura de que aquello fue lo más parecido. Mi cara y mi cuerpo se doblegaron en la cama como el éxtasis de santa teresa. Literal.

Otra vez todo fluía como la seda. Mi pecho explotó de amor y de ilusión y seguíamos como siempre. Hasta que decía de volver a quedar. Nada, nada y nada. Lo mandé a la mierda en varias ocasiones, pero siempre volvía a él. 

Era yo la que volvía, esa era la gracia.

Yo sabía que ahí había gato encerrado, obviamente no era tonta. O bien no era él o bien estaba casado o algo. Pero es que no podía “dejarle”. Mi corazón no lo sentía así. 

Dejé de pensar que iba a venir cada vez que decíamos de vernos, aunque una pequeña punzada de esperanza en mi corazoncito tenía fe en que alguna vez fuese la definitiva. Pero nada.

Un día, hablando con un primo mío que casualmente es de Valencia, le conté mi historia y le pasé una foto de Daniele con sus mejores amigos. Pues bien, resulta que uno de esos amigos era conocido suyo. Y me pasó su Facebook.

Agregué al amigo y le hablé sobre Daniele, diciendo que era amiga suya. Pero me dijo que ese no era su nombre, que se llamaba Fran. Le dije entonces que avisase a su amigo Fran para hablar conmigo porque alguien le estaba robando su identidad. Que sabía toda su vida, hasta dónde trabajaba, por lo que parecía peligroso. Me dijo de mala manera que él no me iba a dar su Facebook, que ya hablaría conmigo si él quisiera. No me hizo mucho caso. Corriendo fui a buscar su etiqueta entre las fotos para agregarle, pero…el amigo me había bloqueado. Así, sin más.

Le dije lo del nombre y se la lie parda. Él insistía en que era él y me dio explicaciones de todo tipo. Lo dejé.

Pero al poco tiempo, como siempre, volví a él.

Un día, hablando del tema con mi mejor amiga e investigando a fondo el asunto con la esperanza de sacar alguna conclusión, se le ocurrió una brillante idea: enviar a unos amigos suyos que vivían en la misma ciudad a buscarlo a su bar y a echarle fotos. Porque sí, él me había dicho el nombre del bar en el que trabajaba, la calle y la zona. Me pareció la mejor idea del puto mundo así allá que fue mi amiga a pedirles el favor. Un par de días más tarde, mi amiga me pidió quedar urgente. Sus amigos habían estado en ese bar y, desde lejos, le echaron una foto al camarero. ERA ÉL. DIOS MÍO, ERA ÉL. No me lo podía creer. 

Estallé de felicidad pero no podía entender entonces el motivo de por qué no nos veíamos. 

Unos meses más tarde, mi primo vino de visita a mi ciudad con unos amigos. Quedamos, y me preguntó si quería pasar unos días con ellos allí a su vuelta. Por supuesto, ACEPTÉ.

 

Pronto segunda parte…

 

Juana la Cuerda