A veces me digo a mi misma que te he olvidado, que ya no me dueles. Que las seis letras que escriben tu nombre dejaron de significar todo hace mucho. Y entonces cruzo el metro y te veo. Te veo en los ojos de otros, en las sonrisas escondidas entre los vagones del tren. Y me da un vuelco al corazón. Porque sigues ahí. Porque por mucho que me joda te has escondido en algún lugar del que no sé sacarte. Y yo  ya no puedo jugar al escondite nunca más.

Así que por favor, vete. Vete porque me duele la vida cada vez que cierro los ojos y no estás ahí. Vete porque yo ya no sé querer si no es tu piel a la que beso y vete porque me queman las yemas de las manos cuando acaricio a alguien y no eres tú.

Me dijiste que nunca te irías y tenías razón, te has enquistado en algún lugar entre mi pecho y mi memoria y no sé sacarte. Y lo he intentado, créeme. Pero siempre vuelves. En forma de canción, en forma de risa en un bar en Malasaña a las cinco de la mañana o en el sabor de un cigarrillo a media noche después de un polvo vacío.

Pero es que tú no me quieres joder, nunca me has querido. Créeme, lo sé. ¿Entonces por qué te quedas? ¿Por qué soy la única que te sigue viendo en cada maldito lugar de Madrid? Porque te juro que ya no puedo más. Necesito que te vayas, que dejes todo lo que un día fue tuyo pero que ya no lo es nunca más y me dejes florecer. Porque me marchito a base de recuerdos. Me duele no volver a pasar mi mano entre los mechones oscuros de tu pelo, me duele no trazar un camino de saliva en tu espalda con mis besos por si me pierdo y me duelen tus excusas,tus mentiras, tus fantasmas.

Así que vete, porque yo soy como un náufrago enamorado de su isla.