Aviso a navegantes: esto es una crítica desde mi punto de vista propio y basado en vivencias en primera persona. Que quede claro también que en ningún momento, pretendo hacer apología del veganismo, para eso ya está Gary Yourofsky, que lo hace bastante bien por cierto y al que no llego ni a la suela de su zapato de polipiel.

Hacer pública tu decisión de iniciar tu andandura hacia el veganismo en un país como España, es como decir que te has pasado al lado oscuro de la fuerza. De repente, todo el mundo se vuelve experto en nutrición, te salen cuñaos por todas partes y las reuniones sociales se convierten en un linchamiento constante, el cual, sólo parece tener fin si haces públicas tus últimas analíticas. Puedes decir que tomas cocaína, que esnifas pegamento o que comes setas alucinógenas, pero ojo, ¡si no comes carne se paraliza el mundo! Así como en muchos países la forma de vida libre de sufrimiento empieza a estar muy fomentada y apoyada por la sociedad, en España en este tema desgraciadamente, vamos a marchas forzadas. Aun en el siglo XXI, exceptuando pequeñas minorías, un vegano está considerado un raro, un snob, un radical, un ridículo, un inadaptado, un friki.

Son incontables las situaciones surrealistas que he tenido que vivir y las dificultades que se han convertido en mi día a día desde entonces. Aquí van unas cuantas.

 «¿Las verduras no te dan pena?»

Que semejante estupidez sea la frase más recurrente de todos los argumentos en contra de mi forma de vida, demuestra que en España hay demasiada gente que el día que explicaron lo que era el sistema nervioso central no fue a clase.

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«¿Si eres vegana, por qué no estás delgada?»

Escuchar este tipo de cosas hacen que ser vegana se haya convertido en el mejor filtro para librarme de gente como tú.  Además, preguntas como esa me hacen que automáticamente catalogue tu capacidad intelectual al mismo nivel que el de Karen Smith de Mean Girls.

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«Ser vegano me parece puro esnobismo.»

No cari, esnob es estar comiéndote  ese hígado de oca, muerta por fallo hepático y que te estás tragando sin masticar, porque te mueres del asco. Pero claro, queda muy finolis decir que has comido foie.

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El menú del día es el infierno terrenal.

Que un vegano/vegetariano pueda ceñirse al menú diario de un bar es una utopía. Y aún más, si el establecimiento sigue la política de no poderte pedir dos primeros. Por no hablar de hacerle entender al camarero que NADA DE CARNE incluye también al pollo. Y no, una mísera ensalada mixta no cuenta con opción vegetariana. Y menos si lleva atún.

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«Las vacas no sufren al dar leche.»  

Cariño mío, la vaca lechera lechera que daba hasta leche merengada y era una vaca muy salada, existe sólo en la canción. No, la leche no sale por ciencia infusa, que yo sepa entre mis rutinas diarias como fémina, no se encuentra la de ordeñar mis tetas. Como toda mujer con una mínima capacidad de procrear, la vaca en cuestión tiene que haber sido inseminada, haber parido y  estar en época lactante. Te dejo que adivines lo que hacen con su bebé para que no se tome la leche.

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Los que se piden carne para molestarte.

Todavía estoy intentando comprender el retraso mental que tiene que tener alguien para considerar gracioso comerse un cordero de lechal sólo por molestar al de al lado. Que alguien me lo explique.

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Pedir una hipoteca para poder comer.

Las grandes empresas han visto  una oportunidad de forrarse a costa de la gente que solo queremos vivir sin perjudicar a los demás. Prueba de ello, es que comprarte una mísera hamburguesa de tofu y zanahoria que no llega a los 80 gramos, te cueste casi cinco eurazos. ¡Ojocuidado! Que no estoy diciendo que ser vegano cueste más dinero, ni mucho menos, sino que a los neófitos sin tiempo para cocinar y un poco verdes en el tema, les pueden timar pero bien.

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Si te quedases en una isla desierta con un cerdo ¿qué harías?

Esta hipótesis me hace especial gracia, ya que por rara que parezca es bastante recurrente entre mis interrogatorios de tercer grado habituales. Y aunque antes solía ponerme a la defensiva y terminaba entrando en debates que no tenían fin, hubo un día en el que encontré  esa misma pregunta contestada por Andrew Kirschner y que desde entonces, no me molesto en responder si no es para citarle textualmente.

“Si tú no estuvieras solo, viviendo en un planeta con 7 mil millones de personas, teniendo acceso ilimitado a frutas frescas, vegetales, nueces, legumbres y otras comidas saludables, sabiendo que los animales experimentan sufrimiento y terribles muertes, y que no necesitas comerlos para sobrevivir, ¿continuarías comiéndotelos?

La diferencia entre nuestras preguntas, es que tu escenario nunca será real, y la mía es la elección que tienes que enfrentar ahora mismo. ¿Cuál crees que vale más la pena contestar?”

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