Pienso que sólo fui consciente de verdad del lío en el que había metido a mi cuerpo cuando subí por primera vez aquella cuesta, que tuve que superar día a día durante los siguientes nueve meses. Nada más salir por la puerta, ese sitio te ponía a hacer deporte con una subida de casi 10 minutos a un ritmo normal, sin dormirte en los laureles. Por eso, la primera vez que tuve que salir a la calle y tuve que parar tres veces para tomar aire, mientras mi compañera de piso me animaba y tiraba de mí, supe que algo había ido muy mal en el último año.

Me acababa de mudar a una nueva ciudad, con muchísimas cuestas y no especialmente cómoda para vivir, y también a un nuevo piso, un tercero sin ascensor. No parece mucho, pero subirlos con la maleta del mes llena de tapers o cargar con la compra y una garrafa de agua resultaba… estimulante.

Para poneros en situación: mido 1,60 y en aquel entonces pesaba 94 kg., cifra que parecía haberme propuesto alcanzar en el último año desde mis 78 kg. iniciales (y habituales desde hacía años). No podía llevar una vida normal, me costaba la vida misma el simple hecho de ir a clase cada día, subir la compra a casa o simplemente andar a un ritmo rápido cuando tenía prisa.

La ciudad en la que había estudiado y vivido antes era llana, cómoda y con miles de tiendas a tu alrededor por si te entraba el antojo; el problema era que mis antojos se habían convertido en atracones que yo normalicé a base de justificarme con el estrés del último año de carrera y de la más que inminente ruptura con mi novio, con el cual llevaba casi 5 años.

La sensación que me impulsaba a comer sin control un plato de pasta para dos personas, con salsa, carne, pan y refresco con azúcar, y después una caja entera de napolitanas con chocolate (y aún podría haber seguido, sin problema) era un vacío que sentía bien dentro, entre el pecho y el estómago, justo ahí; es la misma sensación de ansias por ir a ese concierto que llevas tanto tiempo esperando, o de nervios cuando tenías excursión al día siguiente con el cole… Seguro que la conocéis. En esos casos, se llena con el acontecimiento en concreto; en el mío, nunca se llenaba, ni con comida, ni con amor, ni con éxito en los estudios. Es una sensación constante.

Curiosamente, la ruptura con mi pareja no empeoró el problema, sino que lo hizo casi desaparecer aparentemente: en el año que viví en esa ciudad del demonio con cuestas, adelgacé 12 kg. y esa pérdida de peso vino acompañada de una “ganancia” de autoestima. Empecé a conocer a muchos chicos, a acostarme con ellos, a llenar un placer que llevaba mucho tiempo persiguiendo.

Pero claro, el año se acabó, el pisito de soltera también y hay que volver a casa de padre y madre porque no sale curro… Desaparecen los lances amorosos y vuelven los atracones.

Me ha llevado más de dos años dar, yo sola (mal hecho), con la raíz de ese vacío que me nace entre el pecho y el estómago: el miedo a la ruptura significaba miedo a la falta de cariño y afecto, que fue parcheado con las conquistas baratas del Tinder, por eso la ansiedad por la comida desapareció momentáneamente, porque la estaba tapando con otra “adicción”. Acabo de darme cuenta de que el verdadero problema está muy lejos de las hamburguesas y más bien cerca de cierta falta de afecto en el entorno familiar, que había intentado llenar con mi ex, con la comida y después con más chicos.

Escribo este texto no sin cierto objetivo egoísta, el de plasmar todo contra lo que llevo luchando dos años y liberarme un poco, pero también con ánimo de que aquellos que lo lean y se sientan identificados con esa sensación, ansiedad, lobo, agujero o vacío que nace entre el pecho y el estómago, y con el pensamiento constante y obsesivo con la comida, sepan que no, la comida no va a solucionar lo que sea que esté detrás de todo eso y que no nos hace felices, aunque en el momento en que la saboreemos pensemos que sí.

Pese a ello, no os metáis prisa, encontrad vuestro momento y buscad ayuda, no emprendáis el camino solos como hice yo. La búsqueda de la salud física y mental es un proceso largo y necesariamente vamos a requerir que nos echen una mano.  Yo acabo de iniciarlo porque, aunque adelgacé esos 12 kg., el problema sigue ahí y no se va a ir con una talla menos de pantalón, pero sé que no puedo hacer esto sola ni con prisas. Me merezco poder mudarme a una nueva ciudad y poder correr si llego tarde al trabajo, hacer la compra y cargarla hasta casa, poder ir charlando sin ahogarme con una amiga mientras andamos algo rápido por la calle, y me merezco que alguien me acompañe en la búsqueda de estos objetivos.

Creo que nos lo merecemos.

Firmado: Trece Lunas