Amigas, amigos: hoy vengo a hablarles de un tema que la gente se calla, un tema del que no se habla lo suficiente, un tema que nos crea los mayores quebraderos de cabeza jamás imaginados y nos quita horas de sueño (bueno, esto no, pero queda guay decirlo):
Volver al mercado tras una ruptura.
Llevas nosecuántos años metida en una relación y, ahora que todo ha acabado y lo has superado, es hora de volver al mundo real, de rehacer tu vida, tus amistades y tus polvos. ¿Recuerdas aquella juventud en la que no pasabas una noche de sábado sola? ¿Recuerdas cuando te tenías que quitar a los ligues de encima a escobazos? ¿Recuerdas lo fácil que te resultaba romper el hielo y entablar una conversación de las formas más absurdas? Bien, pues tengo una mala noticia: olvídate de todo eso, porque ya nada volverá a ser igual.
Será por la pérdida de la práctica o porque los ligues se huelen algo, pero la cuestión es que aquello que parecía coser y cantar de repente se ha convertido en una carrera de obstáculos, en algo imposible y dificilísimo que hasta te da pereza a veces. Estabas acostumbrada a tener mimos cuando los necesitabas y a follar cuando te apetecía, pero ahora ya no tienes nada de eso cuando quieres, sino que tienes que buscarlo. Ahora eres una especie de leona que sale a cazarse un ñu porque está claro que el ñu no va a ir él solito a por la leona.
Y es que sí, está claro: volver al mercado es muy complicado.
Lo primero es intentarlo a la vieja usanza, al estilo old school: ligar en discotecas/pubs/bares/inserte aquí sitio bien lleno de personas que no conoces. Ahí llegas tú, con toda tu actitud, con tu modelito con escotazo pensando que van a caer rendidos a tus pies nada más pasar. Y, ¿qué pasa? Pues que has vivido engañada y nadie te dedica ni una triste miradita. Tantas horas delante del espejo maqueándote para nada. Y tras ver que nadie se te acerca a invitarte a un chupito decides que si el ñu no viene ya irá la leona, y empiezas a echar miraditas. Pero o tienes un grano enorme que no habías visto o ya no sabes como mirar de forma sensual, porque nadie es capaz de aguantarte la mirada más de un segundo.
Pero oye, decides no rendirte y buscar en otros prados. El supermercado, la biblioteca o incluso un restaurante pueden ser una buena opción. ¿Y qué tal esa tienda de discos? Si Tom y Summer encontraron el amor en una, ¿por qué tú no?
Y nada, que no. Que nadie te dedica miradas, nadie te devuelve las sonrisas y ni hablar de que alguien decida saludarte. Y si eres tu quien les saluda amablemente, huyen de ti como alma que lleva el diablo. ¿Alguien puede decirme de una vez qué me pasa? ¿Tengo un punto negro gigante en la punta de la nariz? ¿Por qué todos huyen despavoridos?
Así que nada, viendo lo visto te rindes con la vieja usanza y decides aprovecharte del siglo XXI y sus tecnológicas oportunidades descargándote el Tinder o cualquier app de ligoteo cutre que te encuentres, a ver si así sí. Pero no, así tampoco. Llegados a este punto no sabes si el problema eres tú o, directamente, el mercado, que está un poco pobre y no tiene mucho que ofrecerte. Porque por más que pases fotos y perfiles, por más que observes detenidamente los productos, tu respuesta son siempre rotundos noes tras rotundísimos noes.
Y llegados a este punto, ¿qué nos queda? Porque no sé ustedes, pero yo aquí no veo salida ni solución. Y el mayor problema de todos es que no sé cuál es el problema. No sé si es una cuestión de falta de práctica o si es porque no hay nadie adecuado por ahí para mí (de momento, o eso espero); no sé si esta situación va a durar toda mi vida o si encontraré solución más o menos pronto.
Bien es cierto que, obviamente, esto no es mi mayor problema, al igual que tampoco me quita el sueño o las ganas de comer (estas dos cosas no me las quita nada, también les digo). Pero sí que es verdad que, oiga, qué bien sentaba un ratito divertido ahora mismo. Si es que no pido mucho, que yo también tengo mis necesidades.
Pero oye, que no cunda el pánico porque, digo yo, aunque ahora nos parezca difícil de cojones y creamos que vamos a morir sin volver a echar un polvete, la cosa puede no ser tan drástica. Es cuestión de entrenar, supongo, de recuperar la práctica que has perdido y de pillarle el tranquillo a la situación. O eso o será cuestión de esperar detrás de un arbusto a que llegue el ñu en vez de salir lanzada a por él; que lo mismo el quid de la cuestión es que tú necesitas que te quieran (de la forma que sea, no sé si me entienden) y la solución a todo esto es dejarse querer.
Imagen de portada: Sara Herranz