Debí haberle hecho caso a aquella psicóloga cuando se sentó en frente de mí en el cuartel y me dijo que de volver a abrir la puerta a mi ex podría ser lo último que hiciese en mí vida.

Me explicó que mi vida estaba en riesgo pero que yo probablemente no era consciente de lo peligroso que resultaba para mí. Me explicó de una manera bastante delicada que cuando mis moratones y cicatrices se cerrasen, mi adrenalina empezaría a reducirse y entonces una gran nube de abstinencia me dificultaría el pensamiento y que empezaría a echarle de menos y a justificarle de alguna forma. Debí de haberle escuchado cuando me explicó que lo que me había pasado es que me había picado una serpiente venenosa y que ahora, era tiempo de echar mano a la lógica y no salir corriendo a buscar el antídoto en esa serpiente que me había picado y malherido. ¡El antídoto está en ti Marta! – me decía. No te acerques a él. 

El juez dictó una orden de alejamiento a mi marido por lo que pasó aquella noche. Salíamos de una fiesta la noche de Reyes y durante el camino a casa se lo ocurrió criticarme por mi manera de vestir y mi forma de bailar en la fiesta. No recuerdo exactamente lo que pasó, sé que golpeaba el salpicadero del coche y que de repente cogió mi cabeza como si fuera un balón y lo golpeó contra la parte frontal del coche y después contra la ventanilla. Entré por urgencias y dieron parte de lo sucedido. Luego conocí a ese equipo de mujeres que me asistieron desde el principio, me trajeron una tila, me llevaron a casa y me recordaron todos los movimientos legales en los que de repente me estaba viendo envuelta. 

El maltrato por parte de mi marido no era una novedad. Habíamos tenido una relación muy tóxica desde prácticamente el principio. De vez en cuando se enfadaba, destrozaba cosas en casa, me amenazaba con dejar la relación o me utilizaba como un objeto sexual a su antojo. Mi situación económica no era buena en aquel momento, nos acabábamos de comprar un piso, el cual yo no podía pagar por mí misma porque me había acomodado en casa, y solamente él tenía un sueldo decente. En realidad no sabría explicar por qué vivía tan encerrada en aquel piso, tan obcecada con tener hijos y hacer de mi vida algo que mereciese la pena. 

 

Cuando el juez dictó las medidas de alejamiento me llevé la gran sorpresa de que fue mi marido el que parecía estar más ofendido y el que había decidido divorciarse de mí y abandonar la relación. ¡Me había robado hasta eso! Hasta la posibilidad de enfadarme y dar un golpe de amor propio encima de la mesa y dejarlo. No sé cómo lo hizo, pero le llevó pocos días poner a los amigos comunes en contra mediante una historia en la cual yo era una mujer histérica con problemas de celos. Hasta mi propia familia me llamaba por teléfono cuestionando la denuncia y los niveles extremos y vergonzosos a los que había llegado. Me encontré de repente sin nada en mi vida. 

Salí de casa con un par de maletas, él se quedó todo el menaje, todos los muebles y mi corazón. Me alojé temporalmente en un hotel pensando en que encontrar un apartamento de alquiler no sería una odisea tan grande. Pero la realidad no fue así. Entonces esas mujeres del centro me tendieron la mano y me ayudaron en absolutamente todos los pasos para poder levantarme de nuevo: encontrar una vivienda, hacer curriculum, formación, talleres, ayudas económicas y empecé a acudir a terapia.  Estuve dos meses muy mal, pensando en terminar mi vida, no encontrando el sentido de seguir con aquello. Después llegaron unos meses en los cuales empecé a mejorarme y ver la luz. Acudía una vez por semana a terapia, participaba activamente en los talleres de autoestima del centro, incluso empecé a salir sola al cine o a tomar café. 

 

Debí de hacerle caso a aquella psicóloga cuando me advirtió que cualquier pequeño contacto podría terminar en una recaída y volver a poner mi vida en riesgo. Sabía que mi aún marido había tenido contacto con otras mujeres, aquello me hacía sentir furiosa. Una noche recibí un mensaje desde un teléfono desconocido, me decían cosas bonitas. Una parte de mi sabía que aquel número desconocido era mi marido, pero preferí auto-engañarme y seguir el juego.

No sé cómo pasó todo aquello, aquella monumental recaída. Entonces empecé a engañar a todas, empecé a engañar a todas aquellas mujeres profesionales y voluntarias que me habían ayudado a sobrevivir durante aquel año. Mi psicóloga detectó de forma muy rápida que estaba teniendo contacto con algún hombre y me lo preguntó directamente – Marta ¿estás teniendo una recaída? Obviamente se lo negué – ¡Cómo puedes pensar eso! 

Me inventé un personaje en mi cabeza, un buen hombre que trabajaba en un supermercado y que de vez en cuando me invitaba a tomar café o al cine. Intenté por todos los medios paralizar el divorcio, y lo hice a escondidas, inventándome excusas y retrasando citas. Me salté la orden de alejamiento y dejaba los dispositivos de seguridad en casa, acudiendo a los brazos de mi marido que parecía que se había transformado en un ángel. Les mentí a aquellas mujeres, sostuve la terapia porque me sentía sola y asustada e incapaz de sobrevivir por mí misma, quería su protección pero al mismo tiempo quería a mi marido. Cobré todas las ayudas sociales destinadas a liberarse de la violencia, y lo que es peor, utilicé el dinero para escaparme del país con él y así poder vivir nuestro romance desde cero lejos de España. Recuerdo que falté a mi última cita con la psicóloga y le envié un mensaje diciéndole ¡Gracias por tu ayuda! He decidido vivir por mí misma e irme lejos, estoy genial de verdad. 

Me mudé con mi marido a un piso en una ciudad europea. Poco tiempo después él decidió que mudarnos a las afueras era mejor, estaríamos más tranquilos. La calma duró poco tiempo, de repente me vi encerrada en casa y sufriendo soledad y todo tipo de humillaciones, esta vez en un país en dónde mi apoyo social era nulo. De alguna manera mi marido me machacaba diciéndome ¿Ahora quién te va a ayudar? Nadie te va a creer. Y era verdad, había aniquilado todo mi entorno a base de mentiras. Me encontré en un país moderno y progresista que resultó ser una prisión. Mi marido empezó a andar con otras mujeres, llegar de madrugada y someterme a una violencia mucho peor que la que había sufrido antes.

Una noche, decidí escaparme después de una discusión y acudir a las fuerzas de seguridad; recuerdo que me devolvieron a mi casa en una patrulla y tuvieron una conversación muy gentil con mi marido y me recomendaron que me tomase mi medicación. Todo empeoró desde entonces. Pensé que me iba a morir. 

 

 

Una mañana decidí contactar con el equipo de mujeres del centro. Me respondió la misma mujer la cual me preguntó si estaba conviviendo con la serpiente que me había envenenado. Me sinceré y le conté toda la verdad. Al salir de España no podían protegerme, pero tampoco tenía dinero ni un sitio a dónde volver. No tenía tarjeta de crédito, no tenía documentación ni salud mental para organizar mi vida. A día de hoy no consigo entender cómo aquellas mujeres pudieron trazar un plan tan minucioso. Me dieron dos días para pensar si quería realmente salir de aquella situación para siempre. Me pagaron un tren que cruzaría media Europa para volver a casa, no me hizo falta enseñar ninguna documentación. Cuando crucé la frontera estaban esperándome en un coche, al cual me subí y me llevaron a un hotel durante unos días.

No hicieron muchas preguntas, no juzgaron, no pidieron explicaciones. Después me cambiaron de provincia y me llevaron a una casa de acogida para mujeres víctimas de violencia de género

Ese día fue el último que vi presencialmente a mi psicóloga y aquellas mujeres. Sé que es muy difícil salir de una situación de violencia de género y comprender que el antídoto no es el veneno. No volváis con vuestro ex agresor. ¡Esa no es la salida! ¡Ahí es tan sólo el inicio del problema! 

 

Esta es la historia de Marta, contada por Lorena Álvarez @lore_lifestories