Ésta es mi historia… y la tuya.

Ay… (Suspiro). Con un lápiz garabateas sus iniciales en el margen de la libreta, dibujas un corazón entre su nombre y el tuyo. De fondo, la monotonía de la clase de historia no ayuda a despertar de tu fantasía… ese encuentro el próximo verano… las tardes en la playa, las noches de verbena… qué ganas de volver a ver a ese moreno alto, con sonrisa hipnotizadora, con espalda de triángulo equilátero, con tableta de chocolate milka, de ojos penetrantes… Fantasía.

 

Los primeros acordes de esa balada penetran suavemente en tus oídos provocando que los pájaros de tu cabeza alcen el vuelo, se eleven más y más hasta proyectar en tu mente una historia de amor tan ansiada e intensa que podría ser escrita por el mismísimo William Shakespeare. Ilusión.

Con la llegada del calorcito y  las notas bajo el brazo, es hora de poner rumbo al pueblo. La primera vez que tus ojos proyectan en tu retina su silueta, tu estómago se encoge tan rápido como una hoja de Mimosa. Inseguridad

Con el paso de los días  vas conociendo todos sus movimientos, sabes qué día y a qué hora estará entrenando, o a qué hora suele bajar a la playa… Buscas cualquier excusa para estar cerca, aunque sean unos milisegundos, suficientes para oler su colonia antes que desaparezca sin, tan siquiera, percatarse de tu presencia. Esperanza.

Y es que no sabes por qué, pero tu cabeza gira y gira alrededor de ese ser tan guapo, tan listo, tan deportista, tan fantástico, tan perfecto, tan, tan, tan… imposible. Idealización.

Amor platónico lo llaman.

¿Te suena, verdad? Quizás el hijo de unos amigos de tus padres, o el primo de tus primos, o un chico del instituto un par de años mayor que tú, el colega de tu hermano, o un simple muchacho con el que te has cruzado alguna vez y ya sabes que es bueno, inteligente, simpático, gracioso, amable… una joya, vamos.

Amor platónico: dícese del amor imposible, inalcanzable. (Resulta que lo de platónico viene del filósofo griego Platón aunque su concepto del amor no era precisamente ese). Pues bien,  ahora resulta que gustarle a tu vecino del quinto es más difícil que que te vuelvan a gustar los pantalones campana.

Porque claro, don perfecto cómo se va a fijar en una moñas como tú, con el pelo peor que Mónica Geller cuando va las Bahamas, los dientes secuestrados entre hierros, sin el cuerpo de Claudia Schiffer, sin el desparpajo de Valle: es evidente, jugáis en ligas diferentes. Es casi ofensivo pensar que puedes llegar a tener algo con él. Por favor, ¡si ni siquiera sabe que existes! Infravaloración.

 

Pasan los años, algunos de esos Dioses se quedan en el recuerdo porque, por cosas de la vida, no  os volvéis vuelves a verlo, y en el caso de que un día se produzca tal encuentro, la decepción puede ser del tamaño de su calva.

O que lo sigas viendo de vez en cuando, tú, ahora sí, con tus rizos definidos, tu dentadura libre, tu cuerpo humano y aceptado, tu timidez más o menos resuelta y un buen día te animas a soltar un  ¡Hola Amor de mi vida! ¿Qué tal? Seguido de una o de varias conversaciones que, poco a poco, van metamorfoseando a tu Dios Griego hasta convertirlo en humano. Desidealización.

Y de humano a humano, las relaciones son más bonitas, sinceras y, sobre todo, reales. Si bien, que despiertes algún tipo de interés más allá de la amistad que pueda surgir, eso es otro tema, pero entonces estaremos hablando de amor no correspondido (si sigue existiendo algún interés por tu parte) que no inalcanzable, que es distinto. Realidad.

 

La clave es la seguridad.

El hecho de que veas a ese chico como algo inalcanzable es únicamente porque tú te ves inferior a él. Le posicionas en un nivel muy superior a ti únicamente porque no te consideras suficientemente guapa, o suficientemente delgada, o lista o el adjetivo que tu creas. Pero el chico en cuestión no es Apolo, es un tío normal, con mejores o peores rasgos faciales, pero un ser humano con defectos que muy probablemente también le acomplejen. Y no debes creer que no le gustas o que nunca le gustarás. Primero debes aceptarte, quererte con tu pelo estropajo, con tus caderas anchas y con tu metro sesenta. Y solo entonces romperás la barrera que os separa de ese ¡Hola! ¿Qué tal?

 

Sueños Platónicos

Entiendo que si tu sueño platónico es  morderle el labio a el Duque, o si sueñas con bailar entre las estrellas con ‎Ryan Gosling,‎ pues sí, es prácticamente imposible que algún día huela tus feromonas y te empotre contra la pared. Entonces ahí sí, ahí  puedes llamarlo amor platónico, lo otro es más “amor” con ciertas dificultades, pero ¿imposible? ¿El vecino del quinto? Qué más quisiera él.

 

Y colorín colorado, más de una al amor platónico se ha tirado.