A principio de verano, como cada año, hice recuento de la ropa de baño que tengo, de lo que podía seguir usando y de lo que iba a jubilar porque el año anterior no me lo puse ni un día (por algo será) o porque las gomas están pasadas y no es cuestión de arriesgarme a que, en la piscina de la urbanización de mi abuela, el bikini se me deshaga ante una docena de familias.
El caso es que, una vez hecho el recuento, decido que me quiero comprar un bikini, si es posible, de color rojo. A priori, la tarea no parece nada del otro mundo ¿Verdad? Pero por algo me disgusta bastante ir a comprar ropa de baño, porque mis experiencias con estas prendas en particular, no suelen ser muy placenteras.
Antes de continuar, y para enriquecer el posterior mensaje de la historia que voy a contar, es necesario que mencione que suelo usar una talla 40, últimamente me he dado a la buena vida y se me ha ido a la barriga… que siempre ha sido donde antes se me nota, pero lo más importante es que me da igual. Me ha llevado muchos años y superar muchos complejos pero he conseguido que al final me dé igual porque he aprendido a quererme y gustarme tal y como soy, barriga incluida.
Pues bien, me acerco a una conocida tienda de ropa interior y de baño (ejem… Calzedonia… ejem) donde rebusco con ayuda de mi madre entre las partes de arriba y abajo desparejadas que la primera semana de julio ya estaban en las últimas (lo siento pero en abril no me apetece probarme bikinis). A la búsqueda de algo rojo, doy con un bikini completo bastante mono y mi madre coge un trikini rojo con un gran escote muy original. Me meto en el probador y, como por arte de magia y sin haber sido llamada, aparece una señora muy maja con pinta de encargada a preguntarme qué busco; no debió prestarme atención ninguna porque no trajo nada rojo ni que se le pareciera, es más, comenzó a traerme bañadores de colores bastante apagados… que hasta aquí la cosa no es para tanto pero cuando me pruebo el primero descubro que tiene un gran frunce en el centro de la barriga y la amable señora, con la satisfacción del deber cumplido, me señala el frunce y me dice “¿Ves? Este estiliza muchísimo”.
Todavía puede parecer que exagero, pero los siguientes que me iba probando, (todos bañadores cuando yo iba a por un bikini) tenían más tela que un burkini y la solícita encargada, permanentemente revoloteando en torno a mi probador, siempre esperaba al otro lado de mi cortina con la misma apreciación, por si yo solita no me daba cuenta: “Mira éste cómo estiliza”, “éste otro estiliza una barbaridad”, ¡Qué cintura te hace éste! Muy estilizada”…. Y siempre señalando mi barriga y mi cintura para acompañar sus palabras.
Pues verá usted, señora, es muy amable al apercibirse de mis defectos físicos, pero se da una circunstancia: que yo no considero que haya nada en mi cuerpo que deba ser tapado, disimulado o, usando sus propios términos, estilizado. Yo fui con una petición bastante sencilla, y era un bikini con algo rojo, trayéndome sólo bañadores que le encantaban a mi madre… para ponérselos ella, que me hacían parecer mayor y con algún elemento en la barriga y la cintura que “estilizan y disimulan” cuando yo no le he pedido que me estilice ni me disimule nada.
Tal vez parezca que estoy sacando la cosa de quicio, que no es para tanto, pero yo creo que no y voy a explicar por qué: en primer lugar porque partimos de la base de que se está haciendo un juicio previo sobre la forma física de alguien a quien no conoces en absoluto; en segundo lugar, estás diciéndole abiertamente a esa persona que, lo que desde tu punto de vista personal e intransferible, es un defecto, además debe ser tapado, disimulado. ¿En qué momento se paró a escucharme? ¿Cuándo le pedí que me estilizara nada?
Pues, a título informativo, diré que tengo barriga, que siempre la he tenido y, por herencia familiar, siempre la tendré. Que me asoman dos coquetas cartucheras en los lados de los muslos y que mi carne no es muy firme… ¡Pero me encanto! Hace años me di cuenta de que la primera persona a la que tengo que gustar es a mí misma y comencé el proceso de aprender a quererme con gran éxito; me quiero y me gusto como soy, con mi preciosa barriga redondita, con mis chichas blanquitas y no demasiado firmes, con todo lo que tengo y lo que soy, y ni tengo que pedir perdón por ello ni tengo que ahorrarle tan desagradable espectáculo a nadie que me es ajeno y no tiene que vivir en mi piel.
¡Por cierto! Me compré un bikini rojo y blanco que ni me disimula ni me estiliza pero… ¡Me queda de fábula!