¿Y SI SOY YO LA QUE NO SABE AMAR?

Durante un largo tiempo en mi vida he llegado a pensar que tenía una tara, que no sabía amar. Mi última relación me dejó bastante tocada emocionalmente. Durante años, mi yo interior, la persona que siempre había sido, se fue destruyendo al paso que lo hacía nuestro amor.

Por costumbre, o simplemente por sentir que no hemos perdido el tiempo, en ocasiones luchamos más de la cuenta por intentar salvar nuestras relaciones, cuando quizás lo más acertado sería asumir que ese no es nuestro sitio, perder una pareja y ganar en salud mental.

Luché tanto por intentar salvar lo insalvable que me perdí a mí.  Usualmente soy una persona que goza de buen humor y trato agradable, sin embargo, durante los últimos años, no puedo decir que siempre haya sido así. 

Cuando estaba con mis amigos sentía que podía ser la María de siempre, pero cuando volvía a casa mi humor cambiaba por completo. Todo lo veía negro, todo lo que hiciera o dijera mi ex pareja me molestaba, y eran pocas las decisiones por su parte que yo consideraba acertadas. 

amar

Todo esto no quiere decir que le tratase mal siempre, pero sí discutíamos habitualmente. Hasta que llegó el punto en el que ya ni discutíamos. Consecuentemente, y también debido a grandes lindezas que salieron de su boca, empecé a pensar que yo realmente era una mala persona y que no sabía amar. 

Recuerdo en una ocasión que estábamos comentando algo de la decoración de la casa. Acabábamos de hacer una reforma que pagó él íntegramente, y aunque yo me ofrecí a pagar la mitad, se negó. El motivo, según me dijo, es que esa era su casa (en propiedad) y aunque yo vivía allí desde hacía años y le pagaba un alquiler mensualmente (sí amigas, le pagaba alquiler a mi pareja por vivir en su casa ya pagada), él consideraba que si corría con todos los gastos de la reforma, yo no podría opinar de nada de lo que se hacía o dejaba de hacer. Que si eso, los muebles ya los pagaría yo. 

Como podréis comprender esto ya me tocó bastante la moral. Pues bien, ahí no acabó todo. Cuando llegó la hora de comprar los muebles él no estaba de acuerdo con nada de lo que yo decidía, cosa que me ponía muy nerviosa. Él había hecho toda la obra sin consultarme absolutamente nada, y ahora que me tocaba a mí encargarme de los muebles todo le parecía mal.

Esa noche discutimos y soltó una perlita que aún hoy me cuesta digerir: 

—Suerte que soy fuerte mentalmente, porque si fuera por como tú me tratas, ya me habría suicidado varias veces. 

Y me hundí. 

Con menos de 20 palabras consiguió destrozarme. Acababan de llamarme maltratadora psicológica y aunque en un principio enloquecí de rabia, posteriormente me lo creí y empecé a pensar que tenía razón. 

Analicé: siempre que estoy en casa estoy molesta, me sienta mal todo lo que dice, es cierto que en muchas ocasiones soy demasiado dura con él,…

Me lo tragué. Me tragué que era una mala persona, que lo maltrataba psicológicamente y que no sabía amar. Él era mi pareja y yo debía quererlo incondicionalmente, tal cual veía en las historias de Instagram que lo hacían el resto de parejas, pero no era así. Estaba claro, yo era mala persona. 

Lloré, pataleé y volví a llorar. Se supone que yo era buena, alegre y cariñosa. Y me había convertido en una bruja incapaz de amar a su pareja.

amar

Pasaron los meses y yo seguía enfrascada en esa relación. Con un insomnio que no me permitía dormir bien ni una sola noche y unos pensamientos que nunca paraban. 

Pero un día, durante unas vacaciones en solitario (normalmente no me acompañaba a mis viajes), mi cabeza hizo click. No sé cuánto tiempo pasó con exactitud, pero cuando miré el reloj habían pasado más de dos horas. Y en ese momento me di cuenta de todo. 

Yo no estaba tarada. Yo había entregado hasta la última gota de sangre que me quedaba por intentar salvar una relación con una persona que no me había amado desde hacía muchos años. Por intentar amar a un narcisista y ególatra, que era capaz de sugestionarme y manipularme para que pensara que era mala persona cuando lo único que estaba reclamando era que mi poder de decisión en la relación fuese del 50%. 

También por intentar amar a una persona que ni siquiera fue capaz de levantar el culo y venir a ayudarme cuando le llamé llorando después de haber tenido un accidente de coche. Por intentar amar a una persona que nunca tenía 1 minuto para atenderme por teléfono cuando le llamaba, ya fuera para preguntarle qué le apetecía comer, si necesitaba algo del súper o en qué restaurante prefería cenar. 

Esa noche me di cuenta de que lo único que había hecho yo por él era tener un acto de amor tras otro. Intentar luchar para que cambiase sus malos hábitos, malas decisiones y malas costumbres. Pero para él nada servía, y yo ahí seguía, dale que te pego. 

 

Me había desvivido durante 9 años por una persona que nunca se desvivió por mí. Y cuando mi corazón ya no quería estar más a su lado mi mente lo forzó a permanecer ahí. Y de aquello no puede salir nada bueno. 

Yo no lo maltrataba, yo era infeliz al lado de una persona que no me daba atención, que no me demostraba cariño ni comprensión, y que en más de una ocasión demostró una crueldad tremenda. 

 

Meses después de dejarlo, he reafirmado que yo no tengo ninguna tara. Y que sé amar perfectamente. Aunque quizás deba empezar a practicar el amar menos a los demás y más a mí misma. Debo aprender que en este mundo lo único sagrado soy yo. Y que tengo la obligación de protegerme. 

@maripluff