Hay mucha gente que piensa que el verdadero comienzo del año es en septiembre, por más que se empeñe el calendario gregoriano en empezarlo en enero, como si la vida se detuviese durante el verano y comenzara de nuevo con la vuelta al cole, el fin de las vacaciones, el cambio de armario, etc.

En realidad, la idea tiene sentido, pues es innegable que en estas fechas se producen un montón de cambios y que la mayoría son mucho más trascendentes que los que tienen lugar en enero, pero a mí, personalmente, me cuesta hacerme a la idea de estrenar agenda a estas alturas.

En cualquier caso, hay una cosa que los dos meses tienen en común: los coleccionables.

Septiembre ya está aquí ¡corred al quiosco, insensatos! Corred y decidid qué colección absurda empezaréis. Maquetas, figuritas, chapas, pulseras, minerales, coches en escala 1-43…

Venga, comprad un primer fascículo de lo que sea por 1.99 y cuando lo abráis ya veréis que el resto cuestan 9.99.

Lo escribo toda chulita, pero debo reconocer que en alguna ocasión caí en la trampa de los coleccionables, tengo una caja en el trastero llena de figuritas del antiguo Egipto que lo atestigua.

Sé que hay una explicación tras el impulso que nos lleva de cabeza a empezar una colección, ya sea en enero, en septiembre, o en ambos meses, pero, aunque no tengo problema en entender que los gimnasios tengan más altas después de Navidad que en todo el resto del año, sí me cuesta entender por qué nos da por comprar en masa los dichosos coleccionables.

¿Es, acaso, un modo de intentar poner en orden nuestras azarosas vidas? ¿Creemos que, incorporando más mierda a nuestros, ya de por sí, atestados cajones y estanterías, vamos a mejorar nuestra tendencia al caos y la procrastinación? Joder, si más bien parece lo contrario ¿no? Lo que conseguimos es acumular y posponer.

Pues bueno, si con ello nos sentimos mejor, hagámoslo, pero quizá deberíamos ir al quiosco solo en el caso de que verdad nos gusten las figuritas de hadas, las réplicas de aviones de la segunda guerra mundial y demás.

Para aquellos que no encuentran en los productos de las editoriales nada que les agrade, existe alternativa.

Coleccionemos entradas de cine, etiquetas de cervezas raras, hojas bonitas recogidas durante los paseos por el campo, piedrecillas curiosas, dibujos de nuestros hijos…

Tardes de risas con amigos.

Cafés viendo llover a través de los cristales.

Películas compartiendo mantita.

Novelas que nos toquen el alma.

Besos que nos atraviesen el corazón.

Atesoremos todo lo que de verdad nos llena y nos importa.

Y no paremos nunca de incorporar piezas a nuestra colección.