El maltrato no siempre es como crees y esto es algo que me costó aprender por las malas. Creemos que tenemos clarísimas las señales de que algo no anda bien. Yo era de las que pensaba que, teniendo en cuenta el tipo de relaciones que había tenido y la cantidad de casos de manipulación emocional que había conocido, nunca jamás iba a volver a caer en una relación de maltrato psicológico. 

Ella, experta en ver las famosas red flags y huir más deprisa que corriendo. Muy lista pensaba que era.

Quizás fue por pensar que ya lo había vivido todo que no lo vi venir o quizás fue por la falta de información, pero el caso es que acabé cayendo en la trampa de algo de lo que, hasta hace poco, no se hablaba: el refuerzo intermitente.

Todo empezó cuando conocí a un chico de Bilbao. Yo en esa época tenía la autoestima muy alta. Me sentía guapa y sabía que mi personalidad atraía a la gente. Entonces él entró en mi vida. Vamos a ponerle el nombre de Andrés. Nos conocimos por casualidad en un viaje al cual yo había ido con un amigo.  

Yo era de las que pensaba que a mi jamás me maltratarían

Pues bien, Andrés no era guapo pero era muy inteligente y divertido. Te hacía reír constantemente y era todo carisma. Yo automáticamente me interesé él y viceversa. Como vivíamos bastante lejos el uno del otro la mayoría del contacto era por whatsapp o por llamada lo cual daba pie a dos hechos: una manipulación muy fácil y crear inseguridades. 

Andrés y yo habíamos hablado mil veces de que no éramos pareja pero que en un futuro se iría viendo. Por las noches nos llamábamos y nos quedábamos hablando hasta las tantas, a veces hasta nos dormíamos en esas llamadas. Teníamos motes cariñosos, nos contábamos todos nuestros problemas, miedos, planes, anécdotas…

Evidentemente la situación era todo un caldo de cultivo para que los sentimientos se volvieran cada vez más profundos y así fue. Yo estaba con él como una quinceañera. Sin darme cuenta empecé a darle los cuidados que yo, personalmente, le doy a una pareja y no a un amigo (o un casi “algo”)

 El problema empezó cuando su actitud se volvió más fría hacía mí. Poco a poco en mi cabeza se instaló el pensamiento de que quizás había cambiado porque yo no era tan guapa como pensaba, tan divertida o tan interesante como él. Además, cada vez me hablaba de más chicas.

Todas amigas. Y ese era el problema, que yo también era su amiga.

En ese momento Andrés estaba pasando por un muy mal momento debido a unos asuntos privados así que, como la idiota que soy, empecé a apoyarlo incondicionalmente. Daba igual la hora a la que me hablase, yo siempre estaba para él. Ya no me llamaba a la hora de siempre, ahora me hablaba sobre las tres de la mañana (que yo ya estaba en el quinto sueño) preguntando si estaba despierta porque estaba mal y necesitaba hablar. Cuando leía los mensajes por la mañana me sentía fatal por no haber estado ahí, así que sin darme cuenta empecé a cambiar mi horario de sueño por si acaso me necesitaba.

A veces salía con amigos y de repente me llamaba, me disculpaba rápido y me apartaba para contestar. En este punto estarás pensando que yo era tonta y que el problema se solucionaba pasando de su culo. Y así lo hacía. Cuando Andrés se daba cuenta de que mis cuidados y atenciones bajaban era cuando él empezaba a cuidarme a mí. Vuelta los mensajes románticos, a los te echo de menos, qué especial, qué ganas tengo de verte… Todo vuelve a su cauce. Piensas que todo está bien, que ha sido una mala racha. Pero tú eres su salvadora, o al menos eso te ha dicho, por lo que no puedes tirar la toalla ¿verdad?

Así, se va creando un ciclo. Indiferencia, luego amor, otra vez indiferencia… Es tan aleatorio que tu cerebro empieza a buscar a toda costa la secuencia en la que recibes la atención.

Y eso, amigas mías, es el refuerzo intermitente. Es como el señor que le echa un eurillo a la tragaperras del bar. Te vuelves adicta a un juego de azar el cual a veces te devuelve un poquito de lo que inviertes y solo por eso crees que has ganado, pero no. Tardé nueve meses en romper ese círculo vicioso. Además me negaba a pensar que eso era un tipo de maltrato y simplemente lo justificaba con un “la culpa es mía, que fui tonta y no me quería dar cuenta”. No fue hasta un año más tarde que comprendí que las secuelas que me había dejado llegaban mucho más hondo de lo que pensaba y que, aunque no había sido mi pareja, me había maltratado psicológicamente.

Me gustaría poder decir que hoy, dos años más tarde de todos estos acontecimientos, no volvería a caer, pero por experiencia puedo decir que es mentira. Hay muchos tipos de maltrato, algunos de ellos probablemente aún no los consideremos como tal y dentro de un tiempo nos echaremos las manos a la cabeza al comprender que no era normal aquello que nos hacía nuestro ex (o quizás nuestra pareja). Ojalá lleguemos al punto en el que hablar de maltrato sea algo arcaico, pero mientras, espero que todas las mujeres sigamos unidas, nos ayudemos y aprendamos juntas

Rocío Navarro