Yo no me enamoré de mi bebé nada más nacer y no soy un monstruo

 

Mi embarazo fue muy buscado y deseado, tenía muchísimas ganas de tener otro hijo y nos llevó un par de años conseguirlo. Además, cuando supe que esperaba una niña no pude ser más feliz. Me hubiera hecho igual de feliz que fuese niño, pero admito que me apetecía muchísimo tener la parejita.

Como os digo, estaba supercontenta, aunque confieso también que no tanto como el primer embarazo. Las que habéis tenido más de un hijo estaréis de acuerdo conmigo en que la experiencia, incluso en el caso de que ambos embarazos fueran a las mil maravillas, no es la misma.

Cuando me quedé embarazada del primero, descansaba cada vez que lo necesitaba, de la segunda… cuando podía. O sea, casi nunca. Del primero hice las mil compritas obligatorias con muchísima ilusión.  De la segunda… aproveché todo lo que pude y si la niña tuvo algún pelele de color rosa, fue porque me lo regalaron. Y así con todo lo demás.

Yo no me enamoré de mi bebé nada más nacer y no soy un monstruo
Foto de Cleyder Duque en Pexels

Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Por que el embarazo estaba siendo distinto del de mi primer hijo, pero mis sentimientos con la llegada de la segunda también iban a ser muy diferentes. Y recalco que fueron diferentes, no peores ni malos ni erróneos. Simplemente diferentes.

Y es que yo no me enamoré de mi bebé nada más nacer y no por ello soy un monstruo.

Ahora lo sé, pero durante mucho tiempo creí que lo era, un monstruo.

El día que nació mi niña y por fin me la pusieron encima sentí… sentí… desconcierto. Nervios. Miedo. Cierta indiferencia. Un montón de cosas que no entendí. No sentí ese chispazo de amor materno-filial puro e incondicional que se suponía que debía sentir. Por más que abracé y besé a mi bebé, no lo encontré por ningún lado.

 

Yo no me enamoré de mi bebé nada más nacer y no soy un monstruo

 

Me dije que era un efecto raro de la anestesia y que seguro que para cuando me diesen el alta ya habría aparecido. No fue así.

Me la quedaba mirando y veía un bebé que no despertaba nada en mí. Al menos no nada que fuese más allá del instinto de cuidarlo y protegerlo.

Lo peor de todo es que la situación no tenía nada que ver con cómo había sido cuando nació mi hijo mayor. Con él la conexión fue instantánea, lo adoré desde que lo vi, todo arrugado y ensangrentado.

¿Por qué no me pasaba lo mismo con la segunda?

Yo no me enamoré de mi bebé nada más nacer y no soy un monstruo
Foto de Sarah Chai en Pexels

¿Qué es lo que se había roto en mí? Obviamente la niña no tenía la culpa, era un bebé adorable.

Un bebé al que su madre dejaba en casa durante horas sin ningún tipo de remordimiento.

Y no solo eso. Entre otras cosas, me pasaba el día deseando que viniera mi madre o cualquier otro familiar o amigo a casa para que se encargaran de ella. Para que la cogiesen en brazos, la cambiaran, le dieran un bibe o le hicieran cucamonas con el cariño y la devoción que yo no tenía para con ella. Me dolía ser consciente del alivio que sentía cuando podía cargársela a otra persona.

Al mismo tiempo, veía a su padre con ella y me moría de envidia. Quería sentirme igual que él.

Me iba a la cama y me fustigaba durante horas por ser tan mala madre para mi hija. Sobre todo, teniendo en cuenta que era una madre, si no buena, al menos dentro de la media para su hermano.

 

Yo no me enamoré de mi bebé nada más nacer y no soy un monstruo

 

Un día me rompí y le conté a mi marido todo lo que llevaba meses ocultándole. Me avergonzaba tanto de la situación que no le había dicho ni una palabra al respecto. Lo tenía todo guardado dentro, creciendo y haciéndose bola. Hasta que ya no pude más.

Y, justo cuando nos planteamos la opción de acudir a algún tipo de terapia, me di cuenta de que las cosas habían mejorado. Que me reía con la niña, que la echaba de menos cuando me iba al trabajo. Que ya no me costaba atender sus necesidades, sino que me salía solo y con buena actitud.

De repente, el vínculo estaba ahí.

Ahora sé que no le pasaba nada, que algunas conexiones surgen como por arte de magia. Pero en muchos casos se toma su tiempo. Y es perfectamente normal.

 

Anónimo

 

 

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