Hoy quiero confesar algo. No, no es que me ponga a cantar en modo Pantoja. Es que quiero confesar que durante mi infancia no tuve ninguna Barbie. Sí, sí, como lees. Y he puesto infancia porque, en mi vida adulta, alguien supuso que no podía continuar de esa forma y le quiso poner remedio. Pero no, de niña no tuve Barbie ni la quería porque en lo que a muñequitas articuladas de ese tamaño se refiere, yo tenía la mejor. Perdón, LA mejor. Y es que yo era y soy fan de Chabel.
Las más jóvenes no entenderán de qué les estoy hablando. Pero érase una vez que existió la muñeca más molona, chiquitica, con los mejores complementos y la casita-apartamento más preciosa. Chabel, la muñeca más indie, me conquistó el corazón.
Corrían los años 80 y la empresa juguetera Feber, decidió traer a España su versión de la muñeca japonesa Licca-Chan (de Takara), bautizándola aquí como Chabel («Chabel, Chabel qué bien», canturreaba el eslogan). La muñeca representaba a una adolescente y con ella venía su familia: padres, hermanos mellizos (Melli y Zos) y su amigo Danny.
Chabel tenía miles de accesorios (no he lavado tanto en mi vida que con su lavadora), complementos y colecciones, una de ellas diseñada por Agatha Ruíz de la Prada.
Incluso tenía el modelo Cenicienta (con carroza y Palacio), ye-yé ¡y hasta Madonna! Con ella y su familia podías ir en su autocaravana, disfrutar de un día de lluvia, jugar con su hamburguerseria o convertirla en doctora (en su UVI móvil) exploradora o jardinera.
Pero sin duda, una de las cosas más recordadas de Chabel (y que yo tengo especialmente guardada en mi corazón) es su preciosa villa. Sí, la que tenía luz. ¡Hasta en la tele!
A finales de 1992 deja de publicitarse Chabel y, poco a poco, comienza a desaparecer.
Nos dejaron sin nuestra compañera de juegos, sin la muñeca con el mejor flequillo. Sí, estaba esa rubia llamada Barbie, pero yo prefería a Chabel, más niña, más sencilla.
Podemos ver cómo habría sido hoy en día, sólo tenemos que ver a su originaria Licca-Chan que sigue triunfando.
Mientras tanto, tenemos que contentarnos con los recuerdos de esas tardes de merienda y Chabel, las mañanas despertando con el despertador (Sí, ése que decía una y otra vez:»¡Hola¡ ¡Buenos días, soy Chabel! Vístete pronto. ¡Hoy es un gran día!»), con soñar con la caravana que no tuvimos o seguir buscando en mercadillos donde podemos encontrarla con suerte.
Sin duda, el verde mint siempre será el verde Chabel. Y nadie ha lucido un corte bob como ella.
¡Que vuelva la Chabel!