El otro día me sucedió algo que me ha dejado dándole vueltas a la vida como si mi cerebro fuese una lavadora centrifugando.

Os pongo en situación. Hace cosa de un mes conocí a un tío en Tinder. Empezamos a quedar, nos acostamos un par de veces, pero empecé a verle unas actitudes super retrógradas, narcisistas y bastante rarunas. Vamos, que era un machista de manual que se picaba cuando yo salía con mis amigas, que me exigía exclusividad conociéndonos de dos días mientras él follisqueaba con todas, y que incluso había soltado algún comentario feísimo sobre la víctima de La Manada. Un hijo de putero en toda regla.

Lo peor de todo es que tardé en pasar de él, pero cuando lo hice empecé a conocer a muchísimas chavalas con las que había estado y que confirmaban lo evidente: era machista a más no poder.

‘Bueno chica, pasaste de él, ya está, supéralo…’, pensaréis algunas. Eso quería hacer, pero este fin de semana salí de fiesta y me lo encontré con una camiseta en la que ponía “I’M FEMINIST”. Me cagué en todo lo cagable y no le tiré una copa en la cara por educación.

Os juro que yo soy la primera que piensa que una persona puede cambiar, deconstruirse y dejar de lado todas las conductas machistas que sean posible, pero no en un mes.

He llegado a la conclusión de que este tío se puso la camiseta para dárselas de feminista guachi pistachi y ligar, y lo peor es que seguramente le funcionó el truco. En resumen, que me ha dado tanto ascazo verle que he decidido pasar de todos los tíos que se ponen medallitas por ser feministas sin tener ni puñetera idea de lo que es el feminismo.

Queridos señores, ser feminista no es poner un hashtag en la biografía de Instagram y el día de la mujer subir una foto de tu madre diciendo lo mucho que la quieres. Eso es ser gilipollas, superficial y subecarros.

Ser feminista es respetarnos los 365 días del año. Es mandar a la mierda a tus amigos cuando gritan guarradas a una tía o pararles los pies cuando se ponen pesados de fiesta. Es reconocer el trabajo de tus compañeras en el curro. Es levantarte y recoger los platos y no dejar que lo haga tu madre porque “en el fondo le gusta”. Es dejar de decir que “tú ayudas en casa” cuando haces tu parte correspondiente de las tareas domésticas. Es seguir dándole placer a una tía hasta que tenga un orgasmo cuando tú ya te has corrido. Es aceptar un ‘no’ cuando te gusta mucho una tía en el bar y le entras. Es escuchar a las mujeres y dejarnos nuestro espacio en la lucha feminista, que bastantes privilegios tenéis los tíos como para apropiaros de este movimiento.

Así que sí, yo quiero un tío que sea feminista de verdad, no uno que necesite medallitas, hashtags y camisetas para demostrar que nos respeta actuando luego como un capullo.