Poneos en situación.

Tarde de viernes, en un bar cualquiera, tomando unas cañas, un café o cualquier otra bebida liberadora. Una conversación distendida entre amigos y salta el tema por excelencia… la tele (el otro tema por excelencia de un viernes tarde es el sexo, pero lo dejaremos para otro momento).

Todos empiezan a comentar las estupendas series y pelis que ven de Netflix y HBO, porque está muy de moda y queda muy bien. Pero nadie, y digo nadie, menciona nada de los programas de entretenimiento.

“A mi me gusta sálvame”, “yo veo GH”, o “me gusta Ana Rosa” (el programa, no ella, que es un icono sexual de mucha gente pero no es el tema). Como si nuestros canales nacionales fueran un desierto y los medidores de audiencia un burdo invento para engañarnos a todos (esto podría ser, pero no tenemos evidencias).

Yo antes me callaba, seguía la corriente y a otro tema, hasta que me cansé de que hasta eso sea juzgado.

No me basta con que miren qué ropa llevo, si he adelgazado, si mi móvil es de última generación o si me lío con un par de personas todos los sábados; encima ahora van a juzgar con qué me entretengo en mi tiempo libre.

Pues sí, lo veo, y no me considero menos inteligente. También leo libros, tengo estudios superiores, y hasta voy al cine y al teatro cuando me lo permite el tiempo y la economía; pero también me gusta tirarme en el sofá una noche y no pensar en nada más que en reírme, y olvidar que tengo que ser perfecta hasta con el mando de la tele en la mano.

Al principio de mi confesión, todo fueron caras de asombro y sorpresa, y alguna de desprecio, no lo negaré, pero no se lo tengo en cuenta. Al final todos estamos llenos de prejuicios, hasta la mejor persona que conozcas los tiene.

Yo también miro con horror, a las mujeres que me dicen que aman el reggaetón (nadie es perfecto, y yo menos). Con el tiempo, todas esas amigas que no comprendían, son las que me envían whastapp comentando el programa los jueves por la noche.

Vamos a reírnos más y a juzgar un poco menos.

Ana María Marcos.