Cuando eres mamá primeriza, te vuelcas en tu bebé. Yo me sumergí de cabeza en el mundo de la crianza y quería hacer con mi pequeño todo lo que fuera un beneficio para él. Así que se me ocurrió la brillante idea de apuntarlo a matronatación.

Me dijeron que las actividades en el medio acuático recuerdan a los bebés su paso por el útero de su mamá. Se suponía que llevar a mi niño a la piscina era super buena idea para afianzar el vínculo afectivo madre e hijo, para el desarrollo de la psicomotricidad, y que además era una actividad ideal para que el peque se relajara.

 

Pues allá que me lancé a la piscina, nunca mejor dicho, y me apunté a matronatación con mi bebé. Y digo “me apunté” porque en esta actividad uno de los progenitores se tiene que sumergir en el agua con el pequeño. Hasta los tres años que el niño puede empezar a ir solo a natación, tienes que bañarte con él. Al menos en mi gimnasio, no sé si en otros, será posible apuntar a los niños a natación antes de dicha edad.

Y es que es muy distinta la natación de la matronatación: en la primera los niños aprenden a nadar, y la segunda son una serie de ejercicios y juegos para que el niño aprenda a flotar y a realizar movimientos en el agua, acompañado siempre de un adulto.

En mi cabeza pensé que sería super bonito y estimulante ver a mi bebé chapotear en la piscina cual sirena, y que sería una actividad relajante y bonita para hacer con mi pequeño. Pues nada más lejos de la realidad…

El primer día de clase ya me di cuenta de que había cometido un error: el agua estaba fría para él, lloraba mucho y para nada disfrutaba cada vez que sumergía su cabecita bajo el agua. Era algo parecido a cuando metes un gato en una bañera. La imagen idílica que yo tenía de la matronatación se iba desvaneciendo.

Además, no solo era un fastidio para él, también para mí. Yo no es que sea la persona más acuática del mundo, en verano me meto en las piscinas lo justo, y lo de ir a la playa tampoco es que sea una de mis grandes pasiones, prefiero la montaña. Así que, ya os podéis imaginar que meterme en un piscina con mi bebé de 8 meses durante 45 minutos no era algo que me apeteciera en exceso.

En el vestuario, intenta secarte el pelo con un bebé berreando al lado. Porque queridas, el pelo en matronatación se moja. Al final tú también tienes que meter la cabeza bajo el agua, y en pleno invierno no te vas a ir del gimnasio con el pelo chorreando.

A pesar de todos estos inconvenientes, decidí darle otro oportunidad a mi maravillosa idea de llevar al niño a matronatación, pero las clases posteriores no fueron mejor. Encima, mi hijo estaba malo cada dos por tres, con catarros, virus estomacales, o cualquier otra enfermedad que pudiera coger de la escuela, que las cogía todas.  Así que pagué un trimestre para ir tres veces contadas.

Tras ver el sufrimiento y lo poco gratificante que nos resultaba la matronatación, tanto a mi hijo como a mí, decidí que era hora de tirar la toalla (literalmente) y me borré.

Esperé a que mi hijo cumpliera los tres años y lo apunté a natación. Y eso sí que fue una buena idea: el niño disfruta, se lo pasa genial, está aprendiendo a nadar y, además, va él solo, no tenemos que meternos con él en la piscina. Sólo tenemos que llevarle, y esperar fuera a que acabe la clase, pero es un pequeño sacrificio que estoy dispuesta a hacer.

Ahora, que soy madre otra vez, he decidido que no voy a llevar a mi segundo hijo a matronatación. Ya sé que todos los niños no son iguales, y puede que este disfrutara cómo pez en el agua, pero prefiero no comprobarlo. Me da una pereza horrible pasar por todo eso otra vez. Cuando cumpla los tres años, igual que hice con su hermano, irá a natación él solito.