A veces cuando las cosas no pasan en nuestra propia piel, pensamos que no existen, son invenciones o a saber qué. Hace poco comentaba con una amiga que en nuestro colegio tuvimos la suerte de no tener que escuchar insultos gratuítos entre compañeras, por culpa de razones como el peso. Mi amiga, naturalmente, se rió de mi y de mi ceguera ; eso es porque no se metían contigo’. Esa frase resonó en mi cabeza e hizo que hiciese un flashback a mis 10-12 años y viese con los ojos de un adulto situaciones en las que miré para otro lado cuando podía alzar la voz.

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1-La que no podía ser Spice Girl

En 1997, las Spice Girls eran lo más y todas participamos en bailes coregrafíados en los patios de los colegios de toda España. Mi clase no era una excepción y cuando se acercaba fin de curso decidimos, como no podía ser de otra manera, que bailaríamos ‘Wannabe’ enfundadas en tops y vestidos ajustados. Algunas estaban contentas porque se podrían maquillar de manera justificada sin tener que sufrir peleas con los padres. Otras chicas de mi clase (los chicos parece que no tenían voz ni voto en estas cuestiones) preferían bailar una canción de Janet Jackson. Para no crear una guerra campal, decidimos repartir el tiempo de nuestra actuación en dos y hacer los dos bailes. Estaría genial porque sería más ágil y divertido; ganaríamos el premio, seguro. ¡Esta vez, sí!

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‘Vale, ¿y lo de ‘la amiga gorda’ qué?’ Ahora voy, cuando ya estaba todo repartido, los chicos harían de cuerpo de baile detrás de unas cuantas Janets y el resto de chicas seríamos otras tantas Spice Girls, en ese momento llegó el problema. Resulta que una compañera de clase,- que llevaba el sambenito de  ‘la amiga gorda’ fuese acompaña de quien fuese-, quería bailar ‘Wannabe‘ con nosotras, además, se sabía la coreografía de memoria y se esforzó en demostrarlo. Mis queridas compañeras y amigas, las ‘Mean Girls’ gallegas, decidieron que no podía ser Spice Girl. ¿Y adivináis por qué? Pues por su talla. Su pensamiento era el siguiente; ¿hay alguna Destiny Child gorda? ¿O a una TLC gorda? Según los medios más consultados de la época, la Superpop, las girl bands estaban formadas por chicas delgadas, fin de la cuestión. Y mis compañeras no pensaban pasar por alto este dato. A mi no me parecía bien discriminar a nadie por su talla, además, era la chica que mejor bailaba de toda la clase y podíamos aprender mucho de ella. Sobre todo yo que siempre fui muy patosa para el baile. Pero ¿dije algo? NO. Un no muy grande. Me quedé callada, con un gran sentimiento de culpabilidad. ¿Qué me pasaba? ¿Acaso tenía miedo de alzar la voz por si la ira venía en mi contra? Puede ser, el caso es que cuando eres niña no siempre te dicen que tienes que defenderte de las injusticias aunque no te ocurran a ti.

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Pero claro, la realidad nos daría a mí y a las ‘Mean Girls’ una bofetada bien sonora en la cara. Llegó el día de la actuación y la ‘amiga gorda’ bailaba en el grupo de las Janet Jacksons. Y como era de esperar los aplausos, las miradas y toda la atención del público recayó sobre nuestra compañera. Las Spice Girls no sabíamos bailar ni teníamos aquella seguridad frente a padres y alumnos de todo el colegio, ni tampoco, hay que reconocerlo, aquel atractivo. Sin pena ni gloria nos fuimos del escenario. En ningún momento pensé que aquel desplanté pudiese afectar a mi compañera pero el caso es que la rechazamos, yo incluida, porque miré hacia otro lado. ¡Quién sabe si aquel día que le dijimos que no podía ser una ‘Spice Girl’ se fue triste a casa! El caso es que, ahora, quien se siente triste soy yo por haber sido tan idiota.

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2- Lo de la clase de gimnasia.

Cuando estaba en bachillerato, ya en la adolescencia, también había otra ‘la amiga gorda’ no era la que bailaba mejor que Janet Jackson, sino otra. Era la chica con la voz más dulce del mundo pero también  la más introvertida. Como os imagináis ya no era amiga de las ‘Mean Girls’ gallegas y había encontrado a un grupo más afín a mis gustos y forma de pensar pero tenía la mala suerte de seguir compartiendo clase con ellas.

Esta chica, ‘la amiga gorda’, nunca hacía deporte en clase de gimnasia, y siempre ponía la excusa de que tenía la regla. No hay que ser Einstein para darse cuenta de que no puedes tener la regla todas las semanas y el profesor lo sabía igual que yo, igual que todas.

Mis compañeras, las malas, -tan malas como yo en realidad-, no paraban de criticarla y de decir que era una vaga porque no quería hacer deporte. Ninguna de ellas pensó que eran sus propios comentarios malintencionados los que impedían que mi compañera participase en la clase como una más. Cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta de que, en aquella situación, mis examigas aprovecharían cualquier motivo para reírse de ella aún más.

Como por aquel entonces, yo tenía una ceguera monumental, le pregunté a mi compañera por qué no participaba en la clase. En el fondo, pensaba que podría tener alguna enfermedad o cualquier otro motivo, no quería creer que la crueldad de mis compañeras eran las culpables.

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Me dijo con toda la sinceridad del mundo que no quería exponerse a los comentarios del resto de las compañeras y que, además, el pantalón del chándal del colegio le quedaba pequeño. En aquel entonces, yo llevaba uniforme tanto de manera regular como en clase de gimnasia y aquellos uniformes solo se fabricaban en unas tallas limitadas. ¿Había pensado en eso alguna vez? No, nunca hasta aquel momento. Me fijé y llevaba un pantalón de chándal similar pero no tenía el escudo del colegio. Llevaba dos años compartiendo clase con esa chica y ni me había fijado que se sentaba en el banquillo del profesor, ataviada con un chándal que no era el normativo, para no hacer deporte.

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Los comentarios de mis compañeras siguieron a lo largo del curso pero ahora me atrevía a replicarles, a exigirles que dejasen de meterse con ella y a explicarles que aquella chica tenía nombre y apellidos. La pelota no me explotó en la cara, su ira no fue en mi contra y me sentí mejor pero no hice todo lo que pude. ¿Qué diferencia había entre hacer algo mal o permitirlo? De hecho, me había olvidado de todas estas historias hasta el día de hoy porque claro, en mi colegio nunca había pasado nada, nada de insultos, nada de hacer sentir mal a la gente. Pues todo lo contrario, lo que ocurre es que no me había pasado a MÍ

En mi infancia, no tenía la seguridad ni la madurez para enfrentarme a estas situaciones y  los adultos disolvían cualquier problema diciendo ‘son cosas de niños, es normal’ ¿Normal? Puede que con 10 años no supiese qué hacer, pero ¿y los profesores? ¿Tampoco veían nada?

El tiempo cambió mi forma de ver la vida, de ver las relaciones entre mujeres y aprendí que tenemos que apoyarnos para que la forma de nuestro cuerpo o lo que hagamos con él, sólo sea de nuestra incumbencia. Cuando se te quita esa ‘ceguera’, empiezas a ver bien, aprendes a no mirar a otro lado y a alzar la voz.