Hace poco conocí a un chico. La química fue evidente desde el principio: primero por teléfono, luego en persona, pero química notoria y creciente. Físicamente no era mi tipo pero cuando la conexión va más allá tiendo a olvidarme de prototipos y ex novios anteriores. A pesar de todo esto, una lista mental de contras me rondaba la cabeza desde el primer día.

Sudaba demasiado, hasta el punto de empapar la cama en pleno invierno. Pero… ¿cómo voy a rechazar a alguien por temas de sudoración?

Tenía los dedos deformes, se mordía las uñas hasta el punto de convertir sus manos en pequeños muñones. Pero… eso tiene solución.

Su cuerpo, redondo y cubierto de vello oscuro tampoco era mi debilidad. Pero…al menos era alto y su mirada parecía transparente.

Su risa era femenina, estridente, incómoda. Pero… ¿qué mas da eso? Lo importante es que se ría.

Su miembro era bastante pequeño y poco apetecible. Pero… no pasa nada, sabe hacer otras cosas bien y el tamaño no debería ser tan importante.

Fumaba en exceso. Su boca sabía a tabaco, su barba, su ropa. Pero… besaba bastante bien, mejor quedarse con eso.

Con esto quiero decir que desde el principio hubo decenas de cosas que no me gustaron de él, cosas que quizás prolongadas en el tiempo me supusieran un problema para iniciar una relación, pero que todavía en ese punto inicial de estar conociéndonos y disfrutándonos, decidí pasar por alto.

Y entonces, tras unos días estupendos de estar pegados como lapas y descubriendo cada rincón del otro, llega su demoledora conclusión: ‘me gustas, pero me importa demasiado el qué dirán, no sé si podría tener una novia gorda’. Rasqué un poco y escuché frases como ‘es que soy un superficial, siempre he sido el primero que se metía con los gordos, creo que no estoy preparado para algo así’ o ‘me vuelves loco, he tenido contigo un sexo increíble, pero creo que el conflicto que tengo con tu peso y lo que los demás piensen de él puede suponer un problema en el futuro, es mejor que lo diga ahora, aunque me gustaría seguir conociéndote para ver qué pasa..’. Pues te lo agradezco querido, pero no.

¿Habéis escuchado alguna vez algo más incoherente que esto? Yo sabía de la existencia de estos especímenes. De hombres inmaduros capaces de disfrutarte en la intimidad pero que preferirían colgarse la soga al cuello antes que presentarte a sus amigos y que alguno dijera: ¡pero tronco, qué gorda tu novia!. Seres que comparan ‘estar preparado para ser el novio de una gorda’ a algo heroico como escalar el Everest o ser padre de quintillizos. ‘Puedo intentarlo – aseguran – pero no sé si lo conseguiré’.

Y a mi me duele el corazón, pero no os confundáis, no me duele por él. Me duele por esta mierda de sociedad enferma que nos hace rechazar gente que nos gusta por miedo a lo que opinen los demás. Estoy triste y fuerte a la vez. Fuerte porque mi antigua yo se habría quedado a esperar a ver qué sucede. Le habría seguido viendo incluso a sabiendas de que aquello no acabaría bien. Pero mi nueva yo me lo impide. La persona que me acompañe no ha de agachar la cabeza por llevarme al lado, no me hará sentir que no soy suficiente. Merezco que quien me quiera ignore mi lista de defectos como yo ignoraré la suya.

Y no me malinterpretéis, no pretendo gustarle a todo el mundo, no pretendo que a todos los hombres del universo les guste mi sobrepeso, es lícito que no lo hagan. Lo asqueroso es ver en los ojos de alguno el deseo, el placer, las ganas. Saber que les gustas pero que no tengan los huevos de enseñárselo al mundo. Eso es lo realmente patético de toda esta historia.

Huid, huid de los cobardes. No aceptéis a vuestro lado a nadie que tenga la mínima duda, no deis oportunidades a quien no es capaz de llevaros de la mano con la cabeza bien alta y el corazón orgulloso. Para mi ha sido una decepción más, pero también una nueva muestra de que merezco una personalidad desbordante a mi vera, exactamente igual que la mía.