Querida yo del pasado, déjame decirte que no va a ser fácil. Tendrás que llorar mucho, más de lo que quizás vayas a  reconocer nunca.  Y la única manera de admitir cuanto te costó será  un par de botellas de fino y una de esas noches de amigas que parecen interminables, pero lo cierto es que lo habrás logrado.

Sé que es duro. Que lo estás pasando mal. Sé que te duele como si el alma se te fuera a partir en dos y que te escuecen sitios que ni siquiera conoces.  Créeme que lo sé. También sé que no escucharás nada de lo que te diga y que te aferrarás a él con todo tu ser durante exactamente dos años. Dos años en los que te sentirás pequeña, insuficiente, humillada. Dos años en los que gritarás, te odiarás a ti misma por volverte loca, te sentirás vulnerable, inestable y paranoica. Te culpabilizarás por cosas que se escapan a tu control y te defraudarás a ti misma más de un centenar de veces, porque querrás marcharte, querrás hacer las maletas y largarte, de tu ciudad, de su cama, del olor a almizcle de su piel, de todos los sitios que coleccionáis juntos y que se escriben con sus iniciales. Y lo intentarás, ambas lo sabemos. Darás un portazo y dirás que se ha acabado, que es para siempre, pero volverás exactamente una semana y dos días después. Luego lo intentarás de nuevo el fin de semana siguiente,  antes de iros de vacaciones pero te arrepentirás a los dos días y sin que te des cuenta estaréis volando juntos hacia Londres, mientras te dices a ti misma que el amor todo lo puede y que esta vez será la definitiva.

Él te llamará puta. Te dirá que bailas para provocar. Tú te enfadarás y le gritarás que es un gilipollas, que no te quiere y nunca lo ha hecho.  Déjame decirte que él no se molestará en negarlo.

 

Te volverás un ser patético, siempre buscando su aprobación, mendigando algo que debería ser tuyo. Como si el amor se tuviera que repartir. Y te engañará, habrá otras manos, otras bocas, otros gemidos que llenarán su habitación, pero tú te quedarás y tus manos, tus ojos y tus labios se volverán sordos para poder soportarlo.

Hasta que un día piensas que no hay tanta diferencia entre estar muerta y esto. Ese día comprenderás que tuviste suficiente, que duele mucho más quedarse que dejarse ir. Que te has perdido tanto que ya no sabes cómo encontrarte.

E iniciarás el largo proceso de marcharte. Te caerás y querrás llamarlo, algunas veces lo harás y el sentimiento de culpabilidad será tan grande que te entrarán ganas de vomitar. Otras lo hará él, sintiéndose nostálgico de un poder que sabe que pierde y tú llorarás de frustración porque todo lo que quieres es escuchar el sonido de su voz y el calor de sus brazos cuando te abraza. Te cuestionarás si lo estás haciendo bien, si no deberías quedarte a su lado si tanto lo quieres, si tal vez no estás pidiendo demasiado y el problema es tuyo. Si quizás deberías bailar menos. 

Pero te irás. Y esta vez será para siempre. Ya no habrá más portazos, ni más gritos. Se acabó llorar mordiendo la almohada, apretándote el corazón en el pecho porque te da miedo que deje de funcionar. Te habrás ido y te sentirás más tú que nunca. Volverás a emocionarte como una niña con el sonido de tu risa, a confiar en ti misma e incluso volverás a enamorarte. Y serás feliz, muy feliz.

Pero a veces, antes de acostarte, te sorprenderás a ti misma pensando en vuestra historia. Con la misma incomprensión con la que divagabas sobre el universo. Al fin y al cabo, él siempre fue un misterio.