Imagina que se llama Lucía. Lucía, desnuda, se fuma un piti desde la habitación del tío con el que acaba de follar y que conoció hace dos días en Tinder. Imagina que mientras él está en el baño, ella coge su móvil, abre la aplicación, hace unos cuantos match y, en cuestión de 2 o 3 minutos, concreta cita nueva para el día siguiente. Porque el chico de hoy parece majo, listo, interesado; pero a Lucía no le interesa quedar nuevamente con él. Para qué.

Ahora imagina que se llama Cecilia. Son las 2am y se despide con dos besos de su cita Tinder: no hubo química, pero es un tío guay. Quizá pueda ser un amigo, piensa ella. A los cinco minutos él la llama y con intensidad operística le dice ¡Que no tengo pasta para el taxi y me han cerrado el Metro! Ella se queda en silencio. Asumí que me invitarías a tu casa a dormir y no traje pasta. ¿Qué coño hago ahora, Cecilia? ¡Me ha cerrado el Metro!

¿Desolador, cierto?   

Chicas que no buscan pareja ni follamigos: chicas que buscan pedazos de carne. Chicos que asumen que porque has quedado con ellos a una cerve es una obviedad que vais a follar, porque si no vas a follar, ¿para qué quedáis? Chicos que te preguntan, como si fuera lo más normal del mundo, “¿Qué buscas aquí?, “¿Dónde vives? seguido de un “¿Vives sola?” para ir a tiro seguro porque últimamente, amichis, pareciera que las apps de ligoteo no son más que un lugar para encontrar putas gratis. Putas gratis y CERCA, faltaba más, porque si hay que hacer transbordo en el metro, créeme, ya no les parecerás ni guapa ni matcheable ni ná de ná. #truestory

Así se quedó la Carrie cuando el Tinder le dejó de hablar porque había que hacer transbordo en Atocha

El apocalipsis de las citas

Hace unas semanas la periodista de Vanity Fair Nancy Jo Sales concluyó en su artículo sobre el apocalipsis de las citas que Tinder estaba provocando cambios de raíz en las relaciones de pareja: la cultura del sexo sin compromiso se había encontrado de repente con las aplicaciones de ligoteo, modificando para siempre los rituales de cortejo y los métodos tradicionales para ligar. Vamos, que la Nancy declaró que Tinder lo había echado todo a perder y que había dejado el patio del amor hecho un Cristo.

Y es que, a diferencia de otras redes de ligoteo con eDarling o Meetic (donde tienes que responder a doscientas siete preguntas sobre tus expectativas en una relación y dejarte pasta si quieres utilizar todos sus beneficios), Tinder es fácil y gratis. No toma más de un minuto hacerte un perfil y gracias a sus algoritmos puedes tener cincuenta matches en tu bandeja de entrada en menos de una hora. Así, la ecuación se hace sencilla: ¿para qué voy a follar diez veces con un tío si puedo follarme a diez tíos, aunque sea sólo una vez? Es tan fácil que no hacerlo es un despropósito.

Lejos quedaron los días en que enviar un SMS costaba una fortuna, las llamadas de madrugada al móvil te destruían el presupuesto y lejos está el tener que esperar: a que tu ligue llegue a casa para llamarlo, a revelar esos rollos Kodak de la escapada del finde. Hoy por hoy todo es aquí y todo es ahora. Invertimos tan poquito en esos matches y citas que es inevitable olvidarte de algunas o descartar a otras porque, como sabemos todos, uno cuida menos aquello que nos ha costado poco.   

No hay cama pa tanta gente

Al puro estilo de la Carrie (pero con más prestancia) no puedo evitar preguntarme: ¿Qué nos estamos dejando en el camino? ¿El arte de una segunda cita? ¿El arte de conservar follamigos? ¿El aprender a darte a conocer, con toda la vulnerabilidad que eso conlleva? Porque con esto de follarnos entera a nuestra línea de metro, ¿qué estamos buscando? ¿Revivir una y otra vez el entusiasmo de la primera cita? ¿Marcar palitos en el cabecero, a manera de triunfo? ¿Para qué? ¿Estamos acaso follando por encima de nuestras posibilidades?

Mi amigo Miguel (holi) dice que los heteros nos lo hemos montado fatal. Yo qué sé. Lo único que sé es que estamos perdiendo las historias, los nudos, los desenlaces, por más que estos sean para echarse a llorar por las esquinas. Y es que son al menos eso: historias. A decir verdad, cuando la fiesta se pone barata y te sientes un poco de cuarto y mitad de carne, o lo que es peor: un agujero, lo único que quieres es quitarte el Tinder, quitarte el ADSL, quitarte los ojos, quitarte de en medio de todo esto.

SOY UNA PERSONA NO SOY UN HUECO

Leyes lógicas

La Nancy nos ha dicho que cuidado: que nuestros rituales de cortejo están cambiando. Lo curioso es que se apoya sólo en 50 casos de personas con historias para echarse a las vías del tren. Vamos, que si junto a mis amigas en un bar armamos un tratado sociológico de puta madre. No es de extrañar que Tinder haya reaccionado con treinta tuits furiosos ante las acusaciones de la Nancy. En su artículo “Has Tinder Really Sparked a Dating Apocalypse?” Jesse Singal insiste en que un montón de malas historias no pueden ser consideradas como información: cincuenta experiencias malas no significan que todas las experiencias en Tinder vayan a ser malas. Es la ley básica de la lógica. ¿Es que en verdad estamos cambiando, Nancy? ¿O sencillamente estamos siendo como siempre hemos sido, en los bares y en las calles, solamente que aumentados y reforzados por la facilidad que supone tenerlo todo a mano desde el móvil?

No sé de proporciones ni de ratios, pero por cada historia mala en Tinder tiene que haber otra igual de mala y proveniente de la vida real, tras conocerse en un bar o en un pasillo del supermercado. Por cada experiencia mala en tinder tiene que haber también una experiencia buena. Y por cada persona que te trata como a una puta gratis, tiene que haber alguien dispuesto a darlo todo. Por los clavos de cristo que tiene que haberlo.

Epílogo

Vamos a llamarla Diana. Lleva saliendo dos semanas con un chico que conoció en Tinder. Ambos llevaban muchas experiencias malas encima, pero llevan ya cinco citas y se van de escapada este finde. Me gusta, dice Diana, y manda emojis de corazón. Quizá no hay que perder la esperanza, después de todo.