Conoces a toda la gente de tu trabajo. Conoces a todos los amigos de tus amigos y tu Facebook hace tiempo que no te sugiere gente a la que quizá conozcas. Conoces a toda tu comunidad de vecinos, a los visitantes frecuentes de tus bares favoritos, a la gente que camina por tu calle de vuelta de fiesta. Conoces a la gente que te gusta, conoces a la gente que no. Es en ese momento de tu vida que te preguntas:

¿Y yo dónde coño voy a conocer a alguien?

Porque parece que estuvieran todos metidos en un agujero. O quizá la del agujero eres tú: Casi la mitad de la población española está soltera pero encontrar a uno que merezca un par de horas de cerves cuesta más que encontrar a la madre de Marco. Es ahí cuando te desprendes de tus prejuicios y recurres al online dating, donde ya millones de españoles buscan a su media naranja (o a un polvete de una noche, lo que mejor convenga a los involucrados). Como en WeLoversize nos gusta probarlo todo, nos buscamos un conejillo de indias para someterlo al experimento sociológico de conocer humanos por internet.

Y, por supuesto, el conejillo de indias fui YO. No te jode. Pues ala.

Mis condiciones para el experimento fueron dos:

A) Nada de Meetic, e-Darling y sucedáneos porque hay que llevar un máster para entender cómo funcionan, cuestan una pasta y encima tienes que pasarte horas regodeándote de ti misma mientras llenas tu perfil. Además, perdón: yo tengo claro que mi película favorita es The Shawshank Redemption pero no sé dónde colocarme en el escalafón de 1: atrevida 2: divertida 3: quisquillosa 4: ingeniosa. Trés dificile.

B) No me pillaréis ni muerta dándome de alta en Badoo porque al asomarme el chonismo me golpeó exageradamente el ánimo, y, aunque lo intenté, no seguiré adelante con Adopta un Tío porque si bien el concepto es divertido (tíos ahí en el supermercado, esperando a ser comprados como carne fresca) el portal tiene cero usabilidad y la app forma parte de las peores pesadillas de un desarrollador móvil. Mucho hechizo y mucha cesta y poco tío buenorro.

Así que me quedé con Tinder. Una app by the face para iOS y Android.

La usabilidad no puede estar mejor concebida: te descargas la app al móvil, te das de alta conectándote vía Facebook y la app coge tu nombre, tu edad y las fotos que quieras para crear tu perfil. Y a jugar. Verás fotos de chicos geolocalizados cerca a ti (luego tú puedes customizar el rango de edad y la cercanía, precisa hasta 30 metros) incluyendo las páginas de Facebook que a ambos os gustan y los amigos en común que tenéis. Luego tienes que darle «Liked» o «Nope» a los perfiles que veas. Si le das Liked a alguien que también le ha dado Liked a tu perfil, enhorabuena: it’s a match. Se abre un chat y podéis empezar a hablar, sabiendo que os gustáis mutuamente.

Tinder es lo más parecido a la vida real que he visto. Como en un garito cualquiera, lo primero que te llama la atención de alguien es el físico. Normal. Luego te fijas en todo aquello que tienes en común con esa persona (gustos, amigos) pero finalmente, lo que te engancha de verdad, es una buena conversación. Lo positivo de la app frente a conocer a alguien en un garito es que, si es un coñazo, no lo tienes ahí al lado respirándote en el cuello. Lo negativo de la app frente a conocer a alguien en un garito es que, si es maravilloso, no lo tienes ahí al lado respirándote en el cuello. Cuestión de perspectiva.

Ya que esto era un experimento y había que hacer las cosas con un cariz científico, eliminé de un hachazo a todos los perpetradores de «hola preciosa» «que tal cariño» «estás llena de bondad, porque qué buena que estás». Para aduladores e insistentes llenos de topicazos, ya tenemos a los tíos que rebuznan piropos cutres en el Metro. Bloqueé sin misericordia a todo aquel que preguntara «y que te cuentas» más de una vez, a los que no tuvieran sentido del humor, al que no pillaran las bromas y a los súperaburridos que —lamentablemente— abundan. Mucha gente maja fue friendzoneada y es que sin química no podemos hablar de física, y descubrí que hay gente a la que no le cuesta inventarse una personalidad con tal de gustar al sexo opuesto. Luego de la extensa criba (y es que dar Liked o Nope se vuelve una adicción, ¿a quién vamos a engañar?) te quedas con una lista de personas a las que bautizas por su gentilicio, su edad o su profesión para tenerlos ubicados y deshumanizados. Porque este es un experimento sociológico, y no te quieres involucrar ni un pelete. Por más que vayas a quedar. Por más que te haga ilusión quedar. Por más que te arregles frente al espejo, nerviosa, antes de la primera cita (y es que ¡cómo molan las primeras citas!)

Porque Tinder es, finalmente, como la vida misma.

Un lugar para conocer gente como cualquier otro. Como los amigos de tus amigos, como tu garito favorito, como esa gente que conoces en un karaoke a la una de la mañana, cuando ya pensabas volver a casa, pero te quedas porque bueno. Sin saber con qué te vas a encontrar —sin expectativas ni panoramas, y con todo el cariz científico que te quieras inventar— puedes construirte todas las barreras, elevar todos tus muros y cavar profundo fosos eternos a tu alrededor. Pero sin esperarlo ni quererlo siquiera, es probable (es, en realidad, inevitable) que te cruces con alguien que, desde un lugar inesperado, te sorprenda.

Y que la vida te sorprenda así, señoras, es un jodido regalo.