Y es que por mucho que nos guste visitar lugares nuevos, conocer culturas, comer cosas extrañas y experimentar sensaciones diferentes, a veces piensas en todas esas cosas que suceden cuando amas viajar, sobre todo cuando no tienes un duro y aun así te lo gastas en coger un avión y perderte. Sin importar el destino.
1- Ahorrar durante meses y aun así no permitirte un viaje como deseas.
Acabas de volver de uno de tus viajes enamorado del destino y ya estás pensando el siguiente. Parece casi enfermizo, pero los viajeros somos incansables. Te vas a cualquier bazar y te compras una hucha de lata para no abrirla y comienzan tus seis u ocho meses de volver a quitarte de caprichos para llenar esa hucha que servirá para financiar tu siguiente escapada. Ir al cine los miércoles, que es más barato, cenar en casa los sábados para ahorrar, comprar todo marcas blancas en el supermercado y satisfacer tus emergencias de ropa en el Primark. Sabes que todos esos esfuerzos merecerán la pena, ya lo has vivido más veces. Y llega el día en el que abres la hucha para empezar a organizar el viaje y… ¡Con eso no vas decentemente ni a Benidorm! Así que te las apañas ahorrando en los puntos 2 y 3.
2- Viajar en aerolíneas low cost.
Da igual que tu sueño fuera irte a pasar ocho días recorriéndote los templos de algún país del sudeste asiático, pues tendrás que optar por los destinos ultra low cost de las aerolíneas europeas. Terminarás volando con alguna escala y en un avión al que le falten piezas que se encuentran tapadas con cinta americana (hecho verídico de hace unos meses). Además dudas que pueda volar y te pasas la fila de embarque obsesionado con que no te tiren para atrás la maleta por el peso, o peor, que no te la terminen metiendo en bodega (aunque gratis) porque ya no caben más. El colmo sería que te hicieran pilotar a ti el avión.
3- Buscar un hotel “céntrico” “barato” y “limpio” (sin incluye desayuno ya has hecho la compra del milenio)
No te engañes, porque con ese presupuesto, la palabra céntrico significará “debes coger tres metros, un autobús y otro metro más” y lo de limpio lo podemos dejar un poco a la imaginación. Acabarás en un verdadero zulo sin ventana o en una habitación de esas sin baño, pero con un lavabo dentro (con el consiguiente grifo que gotea) sabe dios para qué, y que parece sacada de película de terror. Pero al menos en algo has acertado, es muy barato.
4- ¿Quién fue el genio que puso los aeropuertos tan a tomar por culo?
Entiendo que los aeropuertos necesitan un espacio para los aviones y bla bla pero coño, no entiendo la necesidad de poner el aeropuerto en medio de una estepa a una hora y media del centro. Que algunos diréis “esos son los aeropuertos reservados para aerolíneas baratas, en algunos destinos las aerolíneas buenas tienen aeropuerto más cerca” ya, pero yo soy la que tiene que pagar más por llegar hasta dónde cristo perdió la chancla y perder mi valioso tiempo de viaje. Otro gasto con el que tienes que contar. Esto es un no parar.
5- Llegar al aeropuerto en el que haces escala y ver una lista enorme de retrasos y cancelaciones de vuelos.
Y el tuyo está incluido. Más concretamente con 3 horas de retraso y sin saber si terminará despegando tu avión. Supongo que no hace falta ni mencionar la angustia y el aburrimiento que pasas durante horas en el aeropuerto.
6- Los turistas.
El caso es que tú también eres turista, pero los odias. Porque en el momento que te vas acercando a la Torre Eiffel, tan impresionante, tal como la imaginabas, van apareciendo más y más personas, que tiran por tierra esa foto que tantas veces ves y que querías copiar. Porque las colas para entrar a la Galería de la Academia te quitan las ganas de entrar a ver el David. O porque montar en góndola en Venecia pierde encanto cuando vas chocando con otras góndolas por todos los canales. Al final terminas levantándote a las cinco de la mañana para ir corriendo a la Fontana di Trevi para poder admirarla sin ruido y lanzar tu moneda.
7- Comida basura, ven a mí.
Probablemente imaginabas estar comiendo y cenando pasta fresca o pizza tradicional en horno de piedra en ese piccolino ristorante tradizionale de Piazza Delle Erbe en pleno centro de Verona. Pero no te engañes, como ese sea tu plan para todos los días vas a volver con la visa (si es que tienes) ya ni siquiera echando humo, sino al rojo vivo. Así que deberás echar mano a uno de los recursos básicos de supervivencia en ciudades: La comida rápida. Barata, saciante… lo mejor para tu bolsillo, no tanto para tu experiencia culinaria internacional.
8- Los madrugones para aprovechar el día al máximo…no son lo mío.
Vamos a ver, con lo bien que se está en la cama cuándo sabes que no tienes obligaciones que hacer, teniendo sexo mañanero con tu pareja y desayunando tranquilamente ¿Por qué narices tengo yo que tener una vocecilla en mi cabeza diciéndome que me levante para patearme una ciudad entera? Es que esa batalla entre dormir más y el ansia de conocer cosas nuevas es muy dura os lo juro. Pero bueno, en mi caso me levanto porque tengo durante media hora a mi pareja tocándome las narices hasta que me levanto entre gruñido y gruñido. Nunca diré que no mereciera la pena.
9- Y espérate, que si no hablas la lengua local apañado vas.
Y es que bueno, si se habla inglés pues con tu spanglish básico conseguirás todo lo que quieras (además que Google Maps ayuda mucho) Pero ¿Y si te vas a un sitio donde el inglés apenas puede socorrerte? Ay, qué jodido estás entonces querido amigo, y es que tendrás que contar con tu pericia a la hora de jugar a mímica con tus primos de pequeño o hacerte con esa camiseta que se ha hecho famosa para viajeros, llena de simbolitos y que me parece muy útil, ya puestos.
10- Pero sin duda, lo peor de amar viajar es volver a casa.
Llegamos al peor punto. Sin duda volver a casa es el verdadero infierno para los que, como yo, viven en un deseo permanente de viajar más y más, dando igual el destino con tal de experimentar, de volar, de soñar… Porque en el fondo, puedes estar sin blanca, no hablar bien ni el español, dormir en una cama de un hostal mugroso y comer bocadillos que nunca cambiarías ese hormigueo en el estómago cuando por fin empiezas a pasear por las calles de otra ciudad o a bañarte en aguas cristalinas con peces exóticos. Es una sensación de libertad increíble, tan excitante que te llena de energía. La misma energía que desaparece de un plumazo cuando te subes de nuevo al avión cutre que te llevará de vuelta a tu hogar, dulce hogar, si, pero no es viajar.
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