Se suele decir que cuando te pones las gafas moradas, ya no puedes ver la vida de la misma manera. Es como tomarse la pastilla de Matrix, tu vida cambia.
En mi caso, no puedo decir que mi cambio haya sido radical: más bien estoy en un proceso en el cual voy concienciándome poco a poco del tipo de sociedad en la que quiero vivir y de lo que yo puedo hacer para aportar mi granito de arena y ser coherente con mis ideas. Y me he dado cuenta de que en este camino he dejado de hacer algunas cosas:
- Empatizar con hombres que hablan mal de sus ex. Porque amigas, tengo DEMASIADA empatía a veces. Y cuando conocía a un chico y me contaba que su anterior pareja era una loca, una controladora, una pesada y que le hizo la vida imposible, asentía la cabeza mientras le mostraba mi apoyo, ¡no se merecía menos, el pobrecito, con todo por lo que había tenido que pasar! Ahora lo que hago es torcer el morro: aquí algo huele mal. He decidido procesar este tipo de información de la siguiente manera: “no sé si lo que me estás contando es verdad, pero me dice mucho de ti que hables así de las mujeres que han pasado por tu vida a otra que acabas de conocer”. Stop manipulaciones: gente mala hay en ambos sexos, pero si todas tus ex son celosas, a lo mejor es que tú eres un poquito picaflor. Si me cuentas que te has vuelto muy desconfiado porque una vez te pusieron los cuernos, puede que me estés anunciando que eres un controlador… Y así con todo.
- Preguntar si “tienen novio” a las niñas de mis amigos. Es un jueguecito recurrente que en cualquier interacción con las peques provoca muchas risitas. Podéis pensar que no genera un gran impacto, pero imaginad si a vosotros os preguntaran todos los días si habéis cogido el paraguas. Acabaríais pensando que ir sin paraguas por la calle no es lo normal. Pues sacad vuestras propias conclusiones.
- Utilizar el atuendo de una mujer para descalificarla. Qué fácil y qué barato sale minusvalorar a una mujer por su físico o por su manera de vestir. No pienso caer en la trampa nunca más. Perdonadme, sisters.
- Evitar involucrarme cuando una amiga me comenta problemas con su novio que podrían ponerla en riesgo. Antes me podía el “ella verá, si está mal que le deje”. Prefería no meterme a opinar sobre lo que ocurre dentro de las relaciones de pareja, pero ahora que soy (más) consciente que la violencia de género tiene muchos niveles de gravedad, ni se me ocurre pasar por alto comentarios de según qué tipo. Si queréis saber qué hacer ante estas situaciones, echad un ojo a estos consejos.
- Decir que prefiero que mis amistades sean varones. Es algo de lo que solía presumir: me llevo bien con los chicos, los chicos me aceptan, ergo soy mejor. Qué absurda manera de categorizar tenía. Sin embargo ahora tengo claro que lo único que una mujer necesita para ser feliz es una red fuerte de mujeres a su alrededor. ¿Qué puede haber más maravilloso?
Y vosotras, ¿habéis cambiado algo de vuestras vidas desde que abrazasteis el feminismo?