Lo sabemos, os encantan las historias de pequeños diablillos. La primera parte de nuestros “momentos tierra trágame” con churumbeles os volvió locatis a casi todas, así que como somos fieles a vosotras ¡aquí va una nueva entrega!

Preparaos porque esta vez los relatos son de lo más vergonzoso que hemos leído en mucho tiempo. ¿Quién quiere plataformas de entretenimiento teniendo niños?

Estaba embarazada de mi segunda hija, la mayor tenía entonces tres añitos y estaba loca de contenta por la llegada de su hermanita. Por aquel entonces mi hija estaba obsesionada con Hello Kitty. Toda su vida era un estampado de la dichosa gata, ¿y a qué viene esto? Preguntaréis. Pocas semanas antes de dar a luz fui al colegio para una de las reuniones anuales de padres de alumnos. Muchos se acercaron a darme la enhorabuena por mi embarazo y cual fue mi sorpresa cuando una de las mamás me dijo “ya nos contó tu hija que la peque se llamará Mini Hello Kitty, ¡qué nombre más original!” Sí, resulta que mi querida primogénita se había dedicado a informar muy seriamente sobre el tremendo nombre de su hermanita, y lo peor de todo es que ¡casi todos la creyeron!

Íbamos de paseo por el centro de la ciudad mi hijo de cuatro años y yo. Entonces me encontré con uno de mis compañeros de trabajo y nos paramos unos segundos a hablar. Llevaba a mi pequeño de la mano y la verdad es que me sorprendía muchísimo lo tranquilo que estaba mientras nosotros hablábamos. De pronto veo a mi amigo que riéndose levanta una de las manos y le dice a mi hijo “eyyy, ¿por qué me estabas chupando los dedos?” a lo que mi retoñito respondió muy serio “solo quería saber si de verdad eres de chocolate”. Sí, mi colega es negro, y menos mal que ambos nos lo tomamos a cachondeo…

Uno de los momentos más vergonzosos de mi vida, sin duda. En mi empresa celebraron ese famoso día de trae a tu hijo al trabajo. Una idea muy yankie que no me hacía especial ilusión teniendo en cuenta que mi criatura de 6 años es un terremoto imparable. Pero allí nos fuimos los dos. La mañana empezó tranquila, habiendo más niños en el ambiente en seguida se mimetizó con los demás y todo parecía ir sobre ruedas, al menos hasta que llegó mi jefe. Un hombre mayor con una frondosa barba. Se acercó a mi hijo y se presentó: “Hola chaval, ¿te estás divirtiendo hoy en la oficina de mamá?”, lo vi venir, mi demonio en miniatura no dejaba de mirar su barba, y sin pensárselo dos veces le respondió “mi madre tiene una barba como esa pero ahí abajo”. Y, efectivamente, señaló a donde os estáis imaginando.

Soy súper fan de la serie Friends. Siempre que me toca planchar o hacer alguna labor en casa me pongo unos capítulos para que me hagan compañía. Esto quiere decir que mi hijo de 4 años también se ha tragado algún episodio que otro. Vale, muchos. Aquel era su primer año en clase de Karate, el peque iba feliz cada tarde, y su profesor estaba encantado con él. Cual fue mi sorpresa cuando un día fui a buscarlo y mientras su maestro se despedía de él con el saludo formal, mi pequeño decidió hacerle el gesto de insulto de Ross. El instructor no entendía nada y le devolvió el gesto, y yo quería morirme de la vergüenza…

Pues nada, mi hija está obsesionada con que su padre bebe agua y su madre (osea, yo) solo cerveza. Pero del nivel de ir a un restaurante y cuando el camarero pregunta qué queremos tomar, si yo pido otra cosa ella en seguida me corrige a grito pelado “¡noooo mamá, tú bebes cerveza!”. O la típica conversación con un conocido de “los niños no beben vino”, pues ella rápidamente termina la frase con un “claro, y mi mamá bebe cerveza”. No entiendo a qué viene todo esto porque ¡no soporto la cerveza!

Mi hija de apenas 2 añitos estaba aprendiendo a utilizar el orinal. El tema del pis lo teníamos controlado, pero lo de limpiar el popó era otro cantar. Un día decidí que la dejaría a ella sola a ver cómo se las apañaba para realizar todo el trabajo sin mi ayuda. Terminó de hacer sus cosas y rápidamente me llamó “¡mamiiiiii, terminéeeee!” entonces le respondí desde la cocina que se limpiase como le había enseñado mamá. Pasaron los minutos y yo continuaba preparando la cena cuando la veo entrar muy digna por la puerta con algo entre sus manos. Con todo su cuidado abrió el cubo de la basura y tiró un mini zurullo que, sin papel ni ningún tipo de envoltorio, había traído hasta allí. Se frotó las manos con el pijama y muy orgullosa me dijo “¡Lo hice!”.