Lo has hecho, ya no hay vuelta atrás.

Esa cosita pequeñita le ha dado la vuelta a tu vida de un modo tan deseado y maravilloso como drástico e irreversible.

Un momento eras TÚ y al siguiente te has convertido en MAMÁ, alguien que se parece muchísimo a ti, pero que no termina de serlo. Es un cambio sutil que los demás no aprecian, pero que tú sientes en todo momento.

 

Con el paso del tiempo la mamá se hace más fuerte y toma el control, pero tu antiguo yo permanece ahí, en un discreto segundo plano desde el que no influye en tus decisiones ni se mete en nada.

O casi nada.

Porque de cuando en cuando le da por hablarte, te susurra al oído y te obliga a tener pensamientos que te hacen sentir mal. Mala persona. Mala madre.

Vale, es normal. Nos ocurre a todas, de verdad.

No pasa nada porque lamentes tus pérdidas, seguramente te sobran los motivos.

A veces echas de menos tu antigua vida, las salidas nocturnas sin limitaciones, el ocio improvisado, los viajes… Meter poco más que tres bragas en una mochila y subirte, despreocupada, a un avión con un billete que has comprado la noche anterior. Añade un carrito, pañales y biberones a la ecuación… va a ser que no.

Quizá añores tu relación de pareja ya que, aunque seguís juntos, vuestra relación no es la que era antes de que fueseis tres (o más), porque lo que te ha ocurrido a ti es extrapolable a lo vuestro y ahora… ahora antes que pareja sois padres. Con todo lo que eso conlleva.

Probablemente tu cuerpo haya cambiado y no reconozcas como tuyas esas estrías, el tamaño y forma de tus senos o el número que marca la báscula. Daños colaterales de la maternidad sin los que estabas más que dispuesta a vivir, pero que forman parte de ti como recuerdo constante de que ya no eres la misma.

Puede que lo que te mortifique sea la pérdida de tu independencia. Ya nunca tomas decisiones rápidas, todo ha de ser meditado y puesto en la perspectiva de la mamá que eres.

Qué decir del tiempo para ti. No es que haya cambiado, es que ha desaparecido. Te encierras en el baño para poder contestar whatsapps y hacer la compra tú sola es el equivalente accesible y económico de una jornada de spa.

Te cuesta recordar cómo era eso de preocuparte solo por ti, de hecho, tu bienestar está muy abajo en la lista de cosas por las que preocuparte, tanto que apenas sueles llegar hasta allí.

Tal vez estés frustrada porque habías pensado darle el pecho a tu bebé y, por el motivo que sea, no ha sido posible. O porque no ibas a alimentarlo con purés, y resulta que sólo come alimentos previamente triturados. Habías previsto tantas cosas que han salido justamente al revés.

Lo mismo ha sido así desde el principio, y habías imaginado un parto natural en casa, ayudada por tu pareja, que terminó siendo una cesárea en la fría soledad de un quirófano.

Te ofusca haber perdido el control de tus horarios y tus rutinas en el precario equilibrio de la vida familiar. No importa cuanto te esfuerces, hasta la más cuidada y precisa de las organizaciones se puede ir al garete de un momento a otro. Será una caca cuando ya estaba sentado en la sillita del coche, la bolsa de la merienda olvidada en el recibidor, esa mancha de leche en el cuello de la camisa justo hoy que tienes reunión… el abanico de posibilidades es infinito.

No controlas tu tiempo ni controlas tus sentimientos, es por eso que, en ocasiones, alguna, varias, o todas las cuestiones anteriores te causan dolor y añoranza.

Y no pasa nada, es natural sentir tristeza por la pérdida de una parte de ti y de ciertos aspectos de tu vida, aunque seas feliz con lo que has obtenido a cambio.

Concédete tus momentos de duelo, llora tu pérdida si el cuerpo te lo pide ya que a veces está bien no estar bien.

Lamenta, reponte y repite cuando lo necesites.

Por ello y a pesar de ello, eres una madre espectacular.