Primera vez que salgo de fiesta desde que estoy viviendo en Noruega. Un primer trabajo, muchas horas y mucha nostalgia de España. Lo que nos toca a casi todos los jóvenes hoy día, ir abriendo currículum y experiencia.

Después de más de dos meses de adaptación, mi compañero de trabajo y yo nos vamos a Oslo a tratar de disfrutar un poco la noche de este frío país, conozco un chico alemán en un pub, nos gustamos y paso parte de la noche con él. Un polvo sin más, con preservativo, bastante mediocre pero ya tocaba después de una sequía de varios meses. 

Resaca, vuelta a la normalidad y a mis jornadas eternas y a este clima y falta de luz. Llamadas a mis amigas y a mis padres cuando puedo, prepararme mentalmente para hacer una escapada a verles cuanto antes. Y entre tanto caos de horas de guardia y estrés no caigo en que mi regla no ha llegado, que voy con una semana de retraso. Yo, que siempre he sido un reloj, achaco la falta al ritmo de vida que estoy viviendo, pero con cautela. Que una es sanitaria y estas cosas las trata con ojo.

Pero no tengo síntomas, ¿debería tenerlos? Me acabo haciendo un test rápido en el baño del hospital donde trabajo, mientras una compañera me espera desde fuera.

Una semana y media de retraso, positivo. Antes de que saliese el resultado tenía clara mi decisión: no puedo seguir adelante. No es el momento, no era la persona, ¿por qué a mí?

Comprobamos el condón después de usarlo, soy el jodido 2% de las personas que le falla. Y tengo que abortar sola, sin mi familia, sin mis amigos, sin apoyo. 

Al día siguiente empezamos el proceso, comentando la situación a mi círculo de confianza más cercano, alegando un: no vengáis, estoy bien. Pero no lo estoy. Tengo que hacer un viaje en bus de hora y media para ir al hospital (de pago) donde me harán las pruebas y practicaremos el aborto, lloro todo el camino.

Me hacen la ecografía, 6 semanas de gestación, me ponen como unos óvulos y me entran dolores fuertes de regla. Mi madre me llama y hago como que es un día más mientras estoy encerrada en cuatro paredes donde no hablan mi idioma. Vuelvo a llorar. Sangro. Me quitan los restos que quedan y se acabó todo, me dan el alta.

Vuelvo a mi vida y trato de olvidar, junto una herida enorme en el corazón.

Pero dos meses y medio después aún no he vuelto a tener la regla, y aunque me dijeron que era algo habitual, dentro de mí saltan las alarmas. Vuelvo a hacerme otro test porque me estoy volviendo loca, positivo de nuevo. Llamo al hospital donde me practicaron el aborto y me repiten que es lo habitual, pero si me encuentro con síntomas me pase por allí a hacer otra eco y quedarme más tranquila. Un par de semanas después me decido y vuelvo a coger el mismo bus, esta vez el trayecto se me hace aún más eterno.

Miedos, la sensación de que algo está mal, otra vez a llorar. Al llegar me vuelven a hacer otra ecografía, veo a mi hijo, aquel que en teoría tres meses atrás había perdido, 4 meses de gestación.  Me preguntan si quiero saber el sexo, me dicen que el feto se encuentra bien. Y no me preguntan si quiero seguir adelante con el embarazo, simplemente lo dan por hecho porque ya es ilegal abortar. Pero yo no estoy preparada, yo había abortado ya en su momento. Y me ingresan mientras los médicos hacen reuniones para ver que hacen con mi caso. 

Después de dos días, donde la incertidumbre me consume, por fin me confirman que si quiero podemos volver a hacer el procedimiento, primero repitiendo los óvulos, esta vez más fuertes, con medicación por vía ya que el feto es más grande y más “guerrero”. Si no funcionaba teníamos que entrar a quirófano. Y todo esto como un “favor”.

Por suerte, no tuvieron que operarme. Mi aborto fue como un pequeño parto, con su dolor tanto físico como psicológico. Salí de allí cuatro días después, con la herida abierta de antes aún más grande dentro de mi alma. Perdiendo un guerrero, sabiendo que no podía haberle dado lo que merecía. Y una parte de mí se arrepiente cada día, otra sabe que hizo lo correcto.

 

Anónimo