Me apunté a un curso de inglés de 3 meses de 9:00h a 14:00h. Tenía que coger el metro, unos 15 minutos aproximadamente de trayecto, me bajaba y luego andaba unos 5 minutos por un camino a las afueras del pueblo que daba al cementerio y al edificio donde estudiaba el curso. Un día me di cuenta de que había un hombre enfrente de mí mirándome fijamente, pero no hice caso. Al día siguiente igual. Al día siguiente, se sentaba en la misma fila de asientos que yo y me miraba por el reflejo de la ventana. Yo miraba disimuladamente y me incomodaba mucho. Era un señor de unos 45 o 50 años.

Me di cuenta después de varias veces que se bajaba en la misma parada que yo y que íbamos al mismo sitio, pero que él estaba estudiando otro curso, para atender a personas en situación de dependencia, concretamente. A mí me daba mal rollo e intentaba ir siempre cerca de otras personas. Veía su sombra andar detrás de mí, un día vi como sacaba el móvil y lo tenía levantado de forma que era evidente que me estaba grabando, yo ese día llevaba un vestido de tubo con estampado marinero, así que supuse que sí que me grabaría por si se me veía el culo o algo, pero no dije nada porque no podía acusar y porque realmente lo estaba viendo de reojo porque no me atrevía a girarme. Si aminoraba el paso para que me adelantase y dejara de ir detrás de mí mirándome el culo, él aminoraba. Si me paraba para hacer como que buscaba algo en la mochila, él se paraba haciendo como que miraba algo.

Un día lo comenté en clase y nadie me creía, decían que me lo estaba imaginando y que simplemente me miraría por mirar, que sería casualidad y que tampoco me preocupara porque en el metro no me podía hacer nada y que siempre había gente. Hasta que un día dos compañeras mías subieron a clase después del descanso y me dijeron: “¿ese señor iba vestido con pantalón verdoso y camiseta gris hoy?”. Les dije que sí y me dijeron que ya sabían quién era y que también las había mirado con una actitud sospechosa, parado en una esquina solo mientras tomaba un café. 

Durante los siguientes días probé diferentes estrategias para comprobar que me seguía. Me di cuenta de que si no cogía el metro que cogía habitualmente, y cogía el de después, él también lo hacía, es decir, si no me veía llegar al andén, no se subía al metro y se esperaba al siguiente, además de que siempre venía desde la otra punta del andén hasta mi vagón. También me di cuenta de que si cogía el metro en otras paradas que quedaban un poco más lejos de mi casa, él no subía al metro porque se quedaba esperándome en la de siempre. Al final, mi compañera de clase resultó ser mi vecina y me dijo que si no me daba miedo ir en moto, que podía ir con ella, gracias Laura.

Hablando desde mi perspectiva como mujer, he visto desde tíos que se restriegan cuando hay aglomeración de gente, tíos que se aprovechan de que esperas en la parada sola y les da igual ir en grupo que solos, que se atreven a tocarte o a decirte guarradas (en esta ocasión denuncié la situación en la página web del metro y unos meses después me llamó la Guardia Civil, ya que la situación fue tan desagradable que tuvieron que pasarles la denuncia a ellos pero no se pudo hacer nada porque no se sabía quienes eran aunque las cámaras hubiesen captado todo).

En otra ocasión volvía yo de fiesta a las 8 o 9 de la mañana y un tipo borracho empezó a hablarme, preguntándome qué hora era, cuántas paradas quedaban para llegar a tal sitio… Luego empezó preguntándome que a dónde iba yo, que de dónde venía, me decía que era muy guapa, intentaba tocarme la rodilla, el hombro… Se sentó a mi lado, pero en el suelo, y yo no sabía qué hacer porque tenía miedo a plantarle cara y nadie hacía nada tampoco. Estaba muy asustada y encogida en mi bufanda, cuando se levantó y empezó a tocarme el pelo y besarme la cabeza. Estaba paralizada.

Justo en ese momento, yo no sabía que todavía estaban, pero aparecieron dos guardias de seguridad que llevaban un rato vigilando desde la otra parte del metro, esperando a que hiciese algo como eso para tener motivos para actuar porque ya le habían advertido que dejase de molestar a los pasajeros. Pensaba que se habían bajado del metro hacía tiempo, pero no. Entonces lo cogieron de un zarpazo, le empujaron contra la puerta y le dijeron que qué narices estaba haciendo, que si no sabía que tenía que ir con mucho cuidado con las mujeres y que me estaba molestando. En la siguiente parada le echaron del metro y a mí me escoltaron todo el trayecto hasta que llegué a la mía, pidiéndome la documentación para pasar parte de lo ocurrido a sus superiores y poner una denuncia y orden de vigilancia por si ese hombre volvía a subirse al metro que se supiera que ya había habido un altercado con él y que tuvieron que actuar.

La recomendación que me dieron fue que si me volvía a ocurrir algo así, que aporreara la puerta del maquinista sin problema para que él actuase, avisase a quien fuera pertinente o que me cuidara. Yo siempre he dicho que el metro y el tren, al ser tan grandes y abarcar trayectos tan largos y tanta cantidad de personas, siempre deberían tener guardias de seguridad, porque habitualmente hay percances bien de acoso, bien de peleas, escándalos, fumar ahí mismo y actualmente, no utilizar mascarilla. Creo que son primordiales visto lo visto, mucho más que los revisores. Es una pena pero es así.

Viv Hill