Yo tenía un novio.

Tenía un novio que me tenía muy engañada, al que quería con locura y con el que pensaba que iba a estar el resto de mi vida.

Pero me puse enferma y, cuando fui al médico —oh-sorpresa— me dijo que antes de poder operarme, tenía que adelgazar.

Y por culpa de ese médico, mi novio me dejó.

Nooooooooooooooo, es broma.

Mi novio me dejó porque es un cabrón sin corazón ni personalidad y de eso nadie le tiene la culpa. Lo que pasa es que, cuando me pusieron a dieta, él se solidarizó conmigo. Y ese fue el principio del fin.

Os cuento.

Adelgazó y me dejó porque ‘ahora merezco algo mejor’
Foto de Andres Ayrton en Pexels

Como os decía, me pongo enferma, me encuentro mal, me hago pruebas y, afortunadamente, no es nada grave. No es grave, de esta no me muero, no obstante, tengo que someterme a una intervención. Sin embargo, tal como me informa mi médico, para poder someterme a esa operación que va a hacer que mi vida sea mucho más fácil y placentera, debo perder peso.

Mínimo quince kilos, me dice el señor.

Quince, la niña bonita. Y yo me digo que puedo, que lo voy a lograr porque me va la salud en ello y si eso no me motiva, nada lo va a hacer. Pero sé que me va a costar dios y ayuda, que una ya ha intentado adelgazar muchas veces antes.

 

Entonces mi novio me dice: ‘Tranqui, cari, yo te ayudo. Hacemos deporte juntos y la misma dieta los dos’.

Que así será más fácil. Que si pierde algo de peso él también se encontrará mejor.

Porque a mí me sobraban al menos quince kilos bien a gusto, pero a mi novio le sobraban más del doble desde que le conocía.

Era el típico chico que, como tantas y tantas personas obesas, se había pasado media vida arrastrando problemas de autoestima y luchando contra los complejos y la inseguridad.

Como yo.

Aunque también llevaba no pocos años haciendo creer al mundo que su sobrepeso le daba igual.

Como yo.

Adelgazó y me dejó porque ‘ahora merezco algo mejor’
Foto de Andres Ayrton en Pexels

Vamos, que incluso yo misma me sorprendí cuando, a medida que pasaban los días, su compromiso con la dieta y el ejercicio no dejaba de aumentar. Nos habíamos puesto a dieta antes, pero nunca en serio. Ambos éramos de los que se autosabotean. Éramos de esos que ni lo intentaban porque, ¿para qué? Si no lo íbamos a lograr, si estábamos destinados a morir gordos y acomplejados.

Admito que su inesperado empeño me ayudó mucho.

Así que ahí estábamos, a tope de implicados, siguiendo las pautas de la nutricionista y de los monitores del gimnasio.

Por cada kilo que perdía yo, él perdía 3. ¡Maldito metabolismo!

Cuando llevaba doce kilogramos mi médico me dijo que aceptaba barco y que ya me podía operar.

Salió todo bien, me recuperé y enseguida pude volver a hacer vida normal. Cosa que hice con ansia y en todos los sentidos. Incluido el del gusto.

No es que no me importase engordar, pues lo cierto es que la pérdida de peso me ayudaba a encontrarme mejor y no tenía ganas de empeorar. Pero mi intención era tratar de mantenerme, no seguir adelgazando.

Él no estuvo de acuerdo.

Me aseguró que la iba a cagar, que todavía tenía sobrepeso y que lo mejor sería que siguiera entrenando y cuidando lo que comía. Que era justo lo que estaba haciendo él.

Mentiría si dijese que no le seguí, pero la verdad es que lo hice. Volví a la dieta y continué con el programa de adelgazamiento del gimnasio. No quería decepcionarle.

Pero algo iba mal. Y no solo porque mi novio me contara las calorías y me reprochara que no saliera con él a correr. Sino porque de pronto pasaba de mi culo adelgazado.

Apenas hablaba conmigo, no me miraba a los ojos ni una décima parte de lo que se miraba los bíceps y no me tocaba ni por casualidad al darse la vuelta mientras dormíamos.

No sabía qué era lo que le pasaba y necesitaba saber qué era y cómo lo podíamos solucionar, por lo que me armé de valor, me senté frente a él y le exigí que me contase qué era lo que iba mal.

De primeras me puso excusas sin sentido, como que estaba agobiado en el trabajo, preocupado por su padre… Pero nunca se le ha dado bien mentir y eso era lo que estaba haciendo. Me enfadé, le presioné y por fin cantó: ‘No estoy bien contigo porque he cambiado y ahora merezco algo mejor’.

 

‘He cambiado y merezco algo mejor’.

¿A qué cambio se refería exactamente? ¿Ahora era el puñetero Dalai Lama? ¿Quizá un deportista de élite? ¿Qué?

Tal como supongo que ya os imagináis, el cambio al que se refería era el de su físico.

Ahora que estaba mucho más delgado y musculado su abanico de opciones era mucho más amplio. Por lo visto, las chicas harían cola para acostarse con él.

Ya no tenía que conformarse con gordas sin amor propio.

Me rompió el corazón en cachitos, pero no tardé en recomponerme. Porque, aunque todavía tengo que aprender a quererme mucho más, me quiero lo suficiente como para saber que la que se merece algo mucho mejor soy yo.

 

Anónimo

 

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Imagen destacada de Andrea Piacquadio en Pexels

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora.