Descubrí la masturbación tarde. Debo decirlo. O al menos así es como yo lo he sentido siempre. Claro que tengo un leve recuerdo de mi infancia haciendo presión con algún peluche o cojín contra mis genitales, pero digamos que eso de sentarme y decir ‘necesito masturbarme‘ no fue tal hasta bien entrados mis veinte.

Ya había tenido mis relaciones, sabía lo que me gustaba pero nunca me había decidido a dármelo yo misma. Quizá en todo esto también influyera que había tenido pareja desde bien joven y había olvidado lo de experimentar con mi cuerpo dejándole a él todo el poder para hacerlo. Tremendo error.

Pero volvamos a mis veintitantos. Llevaba entonces casi una década dejándome querer por el mismo hombre. Un chico para mis ojos fantástico. Romántico empedernido, guapo, con un gran futuro por delante… y dueño y señor de mis orgasmos. Él decía que conocía mi cuerpo y mis necesidades mejor que yo misma, se jactaba de que sabía cómo ponerme a tope o de qué manera volverme loca castigándome sin permitirme el correrme. Os lo dije, él era el dueño y aquello era lo que yo había mamado en toda mi vida sexual. Para mí no había más camino.

La despedida de soltera de mi hermana, una fiesta de tuppersex y unos cuantos mojitos consiguieron abrirme los ojos. Entre las manos de aquella experimentada mujer pasaban uno tras otro un millón de modelos de vibradores, succionadores o geles de placer. No me sorprendía demasiado hasta que las propias invitadas, casi todas mujeres de mi familia y amigas, se dispusieron a comentar lo mucho que disfrutaban con uno u otro aparato. Me sentí idiota y desfasada. Allí hasta la más tímida sabía lo que era tocarse o usar un estimulador de clítoris. En cambio yo, no podía dejar de pensar en que el único placer que conocía era el que me daban las manos o el pene de mi novio.

orgasmo

Había vivido muchos años creyendo por completo que un dildo o unas bolas chinas eran solo cosa de las películas, de solteronas o de mujeres profesionales. Me empezaba a sentir incómoda y en mi cara se debía de leer en letras inmensas porque en pocos segundos mi hermana me estaba preguntado si todo iba bien.

No hizo falta decir mucho más. Aquel elenco de mujeres tardó apenas unos minutos en comprender mi situación, en empatizar conmigo al máximo y, lo más inesperado, en regalarme el que fue mi primer juguete sexual.

Según la opinión popular de aquella sala, mi nuevo y lustroso vibrador me haría ver las estrellas en diferentes colores. Doble estimulación para que tanto la penetración vaginal como el clítoris pudieran gozar al unísono. Un vibrador rosado que además disponía de un depósito para líquido que aseguraba una sensación de eyaculación a petición del usuario. Alvin (que así se llamaba mi nuevo amigo) me abriría las puertas de la masturbación y os seré completamente franca, estaba loca por saber qué se sentía llevando yo misma las riendas de mi placer.

vibrador alvin

Y así fue como terminé de madrugada en el baño de mi habitación de hotel observando con detenimiento cada movimiento o vibración de aquel precioso juguete. El estimulador exterior simulaba un pequeño conejito que prometía un cosquilleo perfecto con sus orejas y su hocico. Me miré en el espejo, agarré con las dos manos el vibrador y pensé en cómo empezar. Mi compañera de habitación, mi prima, dormía a pierna suelta tras una noche de alcohol y baile desatados. Yo sabía que quería hacer aquello, me moría por probarlo, por saber si me gustaría realmente.

Recordé entonces la escena de esa película que tanto me había encendido una noche en casa. Rafa y yo no habíamos podido contener lo calientes que nos habíamos puesto viendo a Halle Berry follando sin parar con Billy Bob Thornton. ‘Monster’s Ball‘ se llama el film, y no habíamos conseguido ver nada más allá de aquel polvo.

Decidí dejarme llevar por aquella secuencia que ya había localizado en mi teléfono móvil. Apenas habían pasado unos segundos y ya entraba en calor. De pronto necesitaba desnudarme tal y como lo estaban haciendo Berry y su compañero. En mi cabeza también rememoraba aquel polvo que Rafa y yo habíamos echado en el sofá mientras la película continuaba su curso. Comencé a sentirme muy caliente, encendí el vibrador y con aquel trepidar rítmico acaricié mis pechos y mis pezones.

Los gemidos de la escena me prendían todavía más. Estaba ya totalmente desnuda dejándome llevar por lo que me pedía mi propio cuerpo. Ya había acercado lentamente mi nuevo juguete a mi clítoris, había sentido ese cosquilleo con la punta del vibrador. Lo aproximaba y lo alejaba sin separar mi mirada del vídeo en el que ahora sí Billy Bob Thornton penetraba desde atrás a una extasiada Halle Berry.

Unos segundos después levanté una de mis piernas para situarla sobre el baño y lenta pero segura fui introduciendo aquel dildo en mi vagina. Mis ojos se pusieron en blanco. Podía sentir toda la presión que llenaba mi interior. Fuera, el estimulador de clitoris hacía las suyas con pequeñas vibraciones que me elevaban de gusto.

masturbación

Poco a poco los movimientos de mis manos marcaron el verdadero ritmo. Pulsé el botón con las distintas vibraciones para descubrir que en cada una de ellas el placer era diferente pero igual de intenso. En todas las modalidades, la función primordial era que dentro y fuera el compás fuese perfecto. Como una armonía interpretada con suavidad y delicadeza.

Dejaba entrar y salir mi nuevo juguete de mi vagina, al principio despacio, después más rápido. Casi imitando la escena que todavía continuaba en mi teléfono. Localicé la vibración perfecta, la más acompasada de todas, y abrí mucho más las piernas dejando que las orejas del estimulador de clítoris hicieran su trabajo.

Podía sentir que ahí estaba mi punto G dándome las gracias por lo que estaba haciendo. Cada nueva y ligera embestida llevada por aquella vibración era como un regalo para mis sentidos. No podía dejar de hacerlo, cada vez me movía más y más rápido. Estaba empapada y mis gemidos al principio sordos rompían ya el silencio del baño.

Cuando estaba a punto de llegar al clímax coloqué con tiento la parte exterior del vibrador para que mi clítoris hiciera todo lo demás. Alargué el momento todo lo que pude intercalando distintas vibraciones que me sorprendieran de nuevo. En cuestión de segundos un orgasmo casi de película me hizo correrme consiguiendo incluso en un espasmo que el vibrador saliese de mi interior. Lo tomé entre mis manos y juguetona volví a situarlo sobre mis pechos, miré entonces al espejo y dejé salir un buen chorro de líquido que roció mi erizada piel.

eyaculación alvin

Estaba sofocada, mi cara antes casi pálida se mostraba ahora sonrosada. Una sonrisa maliciosa se me escapó mientras Halle Berry terminaba también su plan con un gemido disparado.

Aquella madrugada y prácticamente sin planearlo había descubierto que mis orgasmos son míos y de nadie más, y las riendas de mi placer las manejo yo a mi antojo. Me fui a la cama satisfecha, todavía con el resquicio tan extraordinario de un buen orgasmo. Ese que te produce un eco que se refleja durante largos minutos en tu cuerpo. Aprendí a temblar de gusto por mí misma, a reconocer mi anatomía y mis necesidades. Y nunca me había sentido tan bien conmigo misma.

Fotografía de portada