A veces, cuando veo una serie de Netflix, no puedo evitar estereotipar a los personajes. Creo que todos hemos caído en el error de pensar en ellos como “el chico”, “la chica”, “el rebelde”, “la lista” y un sin fin de adjetivos que nos ayudan a clasificar a esos personajes en nuestra mente para poder recurrir a esas referencias cuando nos dirijamos a fulanito o menganita. Y al final, un poco a lo tonto, hemos terminado llevando esos estereotipos a la vida real. Y las mujeres, por desgracia, nos hemos llevado la peor parte. 

Podría hablar de los estereotipos físicos, como “la gorda”, o los de carácter como “la borde”, pero hoy quiero ponerme algo más intensa y hablar de un estereotipo que se nos aplica como género y no tanto a nivel personal: “la salvación”. A lo largo de la historia, la mujer se ha tenido que enfrentar al estigma de que estamos aquí, dispuestas a sacar de los pozos más oscuros a todos aquellos que nos necesitan, olvidándonos por completo de nosotras mismas y dando prioridad a cualquier problema ajeno.  No sé vosotras, pero a lo largo de los años, he aplicado esto como quien se reza un rosario: mínimo una vez al día. Y no hablo de parejas, amigos o familiares que daban exactamente lo mismo que yo les daba, hablo de esas personas que solo recurrían a mi porque sabían que yo, independientemente de si tenía fuerzas o no, iba a quitarme de mi tiempo o de mi propio bienestar para atenderles y aconsejarles por miedo a que, no hacerlo, supusiese el peor de los sentimientos: la decepción. Y el chiste esta en que no se por qué.  Simplemente sentía que debía. O, mejor dicho, que se lo debía a quien quiera que fuese esa persona. 

Las mujeres hemos tenido que encajar en muchos cánones (y no solo de belleza) porque así se nos ha impuesto. ¿Alguna vez visteis que la Cenicienta, Ariel, Bella o cualquiera de estas coleguitas le dijese a alguien “lo siento, no puedo ayudarte porque no se cómo hacerlo” o “lo siento, ¿ahora mismo no puedo ayudarte porque ni yo misma se que tengo que hacer para estar bien yo”? No, no lo hemos visto. Y no lo hemos visto porque las mujeres no podemos ser tan egoístas (ironía modo on).  

Quiero decirte algo: no eres egoísta por no saber cómo salvar a alguien de su propio pozo. No eres egoísta porque necesites pausar tu cabeza antes de entender lo que pasa en la de los demás. Sigues siendo buena persona. No te preocupes, todas hemos experimentado la pareja, la amiga o la tía segunda por parte de padre tóxica que nos ha hecho sentir que debemos estar a golpe de silbato. Y claro que puedes ayudarles, tenderles la mano, pero puedes (e incluso debes) decirles la única verdad: “tienes que cuidarte tú y yo solo puedo acompañarte en ese proceso”.  Si ellos deciden seguir en esa vorágine de oscuridad, ¿por qué debes sentirte mal? ¿Por qué tienes asumido que no redimir su alma es un fracaso?  No aceptes pulpo como animal de compañía.

Quererte, ayudarte y escucharte a ti misma es el inicio de una especie de “cadena de favores” (gran película): al principio pensarás que es un acto de egoísmo, pero te aseguro que es una acción heroica hacia una salvación de verdad. Y ese proceso, tuyo y para ti, quizá inspire a las personas que necesitan esa misma ayuda para empezar su propio proceso. Porque las mujeres no salvamos olvidándonos de nosotras mismas, sino inspirando a los demás. 

 

Rocío Torronteras (@rocio_tor16)