Ni todas las historias de amor acaban en una bonita pareja, ni todas las que acaban de este modo, acaban mal. Puede que así, de primeras, suene un poco contradictorio, pero os aseguro que cuando terminéis de leer esta historia entenderéis a qué me refiero.

Y es que, aunque el comienzo de esta historia sucedió hace muchos años, aún siento el cosquilleo en el estómago cuando recuerdo aquellos días, las conversaciones y las risas. Cuando pienso en lo caprichosa que es la vida y en cómo nos lleva por caminos que ni imaginaríamos.

Pero ya paro de ponerme poética y voy a empezar a contar la historia.

Principios de los años 2000, creo que más o menos 2002 o 2003, yo tendría unos dieciséis años más o menos. Había salido ya en cines El señor de los Anillos y aquello me dejó flipada. No la había visto en cine porque no me había llamado la atención de primeras, pero cuando una amiga me dejó la cinta VHS y me dijo «póntela, que vas a flipar», no fuimos conscientes de lo mucho que aquello cambió nuestras vidas.

Pasaron muchas cosas buenas a raíz de esto, pero quiero centrarme hoy en esta. Y es que adentrarme en la Tierra Media me hizo investigar en ese internet que casi acababa de echar a andar y meterme en chats temáticos. Y ahí apareció la sección de entretenimiento de ya.com y, en ella, el chat de El señor de los anillos. En un principio yo pensaba que era un chat para hablar de las películas, de los libros… pero resultó ser algo más: era un chat de rol.

Allí aprendí lo que era rolear, empezó mi aventura con la creación de historias y personajes, mi deseo de narrar cada vez mejor, y allí conocí a grandes personas, algunas de las cuales siguen en mi vida.

Y entre estas personas estaba él, Piedra_de_elfo. Obviamente este no era su nombre, ni voy a decir su nombre real por respeto, así que lo llamaremos Mario. La cosa es que un día este nick apareció en el chat, y aparte de rolear en el lobby principal, abrimos un privado. No recuerdo si fue él, o fui yo, la cosa es que pasó, y comenzamos un rol por privado. Y ahí empezó todo.

Al principio no era más que un juego, una historia que nos divertía —él se había creado un humano y yo a una hobbit, era una monada—, pero como solía pasar en estos canales, al final dejamos un poco la ficción de lado y comenzamos a hablar como nosotros mismos.

Ahí me enteré de que se llamaba Mario, que no era de Madrid —así que estábamos bastante lejos uno del otro— y que estaba en la universidad. No me sacaba muchos años, pero en esa época, incluso la poca diferencia parecía un mundo. Aun así, jamás me trató como a una niña, ni con condescendencia —nadie del chat mayor que yo lo hizo jamás, la verdad, era como una segunda casa—, y hablar con él era súper agradable, sobre todo porque hablábamos de temas muy diversos.

Claro, con dieciséis/diecisiete años, un chico mayor con el que roleaba y me lo pasaba bien, o hablábamos y me sentía súper a gusto, pues una, que era de corazón tierno, empezó a notar maripositas en el estómago. Siempre que entraba esperaba que estuviera allí, casi con nerviosismo, me emocionaba cuando me decía algo bonito…

Con él aprendí a reírme de las cosas más tontas, a sentirme un poco mejor conmigo misma, a que las palabras pueden generar un sinfín de emociones, desde la risa, hasta el amor o la excitación. Claro, yo era una chiquilla muy madura para unas cosas, y muy inocente para otras, y Mario me hizo crecer en cierto modo.

Entonces llegó el momento, como año y medio después de conocernos, en el que los planetas se iban a alinear y nos íbamos a ver. No solos, claro, con otra compañera del chat, pero para mí aquello era toda una emoción.

Había ido de viaje con mis padres a Alicante, y por cosas del destino resulta que en aquellos momentos él estaba estudiando allí. Así que, la otra chica, a la que llamaremos Bárbara, que se supone que me quería como a una hermana chiquita, Mario y yo habíamos quedado en ir al casi recién abierto Centro Comercial Gran Vía, tomar algo y pasar la tarde. Imaginaos cómo estaba yo de emocionada.

Además, como era tan introvertida, lo que sentía no se lo había dicho a nadie, pensaba que me tomarían por tonta, o que se reirían de lo que sentía por un «tío de internet» pese a que yo lo sentía, de verdad, como algo muy real.

La cosa es que esa misma mañana me llega un SMS al móvil, un mensaje de Bárbara, donde decía que Mario le había escrito y que no podía quedar, que le había surgido algo importante, que se cancelaba el plan. Claro, yo, inocente de mí, le dije que bueno, que no pasaba nada, que otra vez sería —mal, muy mal por mi parte—, y ni siquiera escribí a Mario para decirle nada porque, además, no tenía ni su móvil. Así que recompuse mi corazoncito y volví a Madrid sin haber visto a ninguno de los dos.

¿Qué pasó al llegar? Pues que el primer día que entré al chat y coincidimos, os juro que la conversación que tuvimos fue, a grandes rasgos, la siguiente:

Mario: Qué pena que al final no pudieras venir. Tenía muchas ganas de verte.

Yo: ¿Que yo no podía? Bárbara me dijo que eras tú quien no podías venir y que cancelaste el plan…

Mario: ¿Yo? A mí me dijo, al llegar, que al final no podías venir, que tenías plan con tus padres.

¡Nos había mentido a los dos para quedar a solas con él! Y claro, aunque yo no dije nada, él se lo debió oler, porque enseguida me dijo que la tarde había sido de lo más normal, y que tampoco estuvieron tanto tiempo juntos. De hecho, creo que ni siquiera siguieron hablando después de aquello. Eso sí, ese día nos dimos los teléfonos para estar más comunicados.

Pero ay, la vida. La vida es una puta y el tiempo, los estudios y demás nos acabaron distanciando.

Perdimos el contacto por todos lados, él casi ni se conectaba, yo empecé a irme a otros canales de rol porque ese estaba agonizando ya, los SMS eran carísimos… y, al final, aquello quedó en una bonita historia de amor juvenil —al menos por mi parte, porque yo sí que estaba coladísima hasta las trancas, nunca supe si fue recíproco en algún momento—, que no llegó a ningún puerto. Sin embargo, la vida también puede dar unas vueltas increíbles y sorprenderte de las maneras más inverosímiles.

A lo largo de los años pasé por muchas etapas en internet, y dejé el rol por chat para entrar en foros, y poco a poco, gracias a la influencia de un amigo que también hice justo en uno de esos chats, me metí más de lleno en el mundo de los videojuegos. Yo nunca he sido muy competitiva, soy más de juegos tranquilos, de ir un poco a mi bola, pero mi mejor amigo me insistió para que probara el LOL, para jugar partidas con él, con otros amigos que se nos unían de vez en cuando…

Y un día, por razones del destino, se unieron a la partida dos chicos, traídos por una tercera persona. Para poder estar en comunicación, nos metimos todos en una conversación múltiple de Skype, echamos unas cuantas partidas de muy buen rollo y nos lo pasamos genial. La cosa es que la voz de uno de ellos me sonaba muchísimo, pero claro, entre el micro y los cascos, a saber, muchas veces suena la voz un poco distorsionada. Así que no le di más importancia que el hecho de ser algo anecdótico.

Pero ay, mi cabeza. Ese pensamiento no dejaba de rondarme; además, el nick que usaba hacía referencia al diminutivo con el que todo dios le conocía, y no era tan común como un «Pepe», un «Manu» o un «Toni». Así que, tras jugar como dos o tres días más los cinco juntos, le abrí conversación privada en Skype cuando todos se fueron y nos quedamos solos, y comenzamos a hablar.

Me dijo de dónde era, yo le dije que era de Madrid, que me llamaba Mónica; él me dijo su edad, que se llamaba Mario… Y de repente todas las piezas se unieron. Era él, ¡era el maldito Piedra de elfo!

Buah, de verdad, me emocioné un montón cuando me lo confirmó, cuando él también me recordó y empezamos a hablar de esas pequeñas cositas del pasado. ¡Hasta nos acordamos de la maldita jugarreta de Bárbara! Fue… joder, fue precioso, os lo juro.

Por eso os digo que la vida puede ser una mierda a veces y otras dar un giro maravilloso. Y es que desde entonces no hemos dejado de hablar. Sí, nos hemos visto varias veces en persona desde entonces. Estuvimos juntos en un proyecto, en una revista online, y le arrastré por un evento todo un fin de semana —creo que eso nunca me lo perdonará, vaya paliza a ir de un lado a otro le di—; nos hemos visto en otra ocasión que fui a su tierra y disfrutamos mucho el uno de la compañía del otro… Y sí, seguimos hablando de vez en cuando ahora, en 2023.

No todas las historias de internet son turbias —aunque la hay, que aquellos chats eran terribles—, ni te dejan con el corazón destrozado.

No, esa chispita de amor que sentí en su momento, y que para mí era una fogata, no cuajó. Como veis no es una historia de amor que acaba con un «y vivieron felices y comieron perdices», pero sí que ha creado una historia que recordar, que contar con mucho orgullo y cariño, y una amistad que, aunque con un paréntesis un poco largo, lleva viva veinte años. Mario, sé que lo estás leyendo, bribón, y quiero que sepas ¡que te quiero un huevo!

 

Nari Springfield.